martes, 28 de enero de 2014

Ki Musubi, Principio de Aikido

KI MUSUBI, PRINCIPIO DE AIKIDO

Por: Yasunari Kitaura
Gernika, Abril de 1994




Aikido, creado por Morihei Ueshiba (1883-1969), es, como se conoce hoy universalmente, una de las artes marciales modernas más sobresalientes del Japón, y su fundación es algo posterior a la ceración de Judo por Jigoro Kano, mucho más ampliamente conocido difundido que Aikido. Jirogo Kano admiró realmente el arte de su colega más joven, Morihei Ueshiba, hasta llegar a decir que "esto es lo que verdaderamente encarna el espíritu de Judo como yo lo concibo".
Junto con Judo, pero en otro sentido que éste, Aikido ciertamente encarna la esencia del verdadero Budo (las artes marciales) del Japón. A diferencia de Judo, que incorporando el sistema de competición prevaleciente en los deportes occidentales se convirtió en una de las pruebas olímpicas, Aikido no adopta este sistema perseverante en aquella forma tradicional de práctica, que lo aventaja, al menos, en los dos puntos siguientes: el poder conservar la pureza formal y, sobre todo, el poder concentrarse en la esencia, el sentido interior, que es nuestro verdadero tema que ante el interés por la victoria a toda costa podría alterarse, marginarse o eliminarse.
Pero, no es únicamente en su forma de entrenamiento Lo que Aikido conserva de la tradición autóctona, ni mucho menos. A Medida que se acumulan nuestras experiencias y se enriquece nuestro conocimiento, quedamos cada vez más maravillados por lo profundo que es el enraizamiento de Aikido en la tradición de Budo y de la cultura en general de nuestro país, no sólo en su aspecto formal y técnico, sino también en el teórico-filosófico y la cosmovisión que lo sustenta. Nos damos cuenta de que lo que fundamenta cada detalle de subsistema técnico y de su modo de desenvolverse no es sino, en lo principal, lo que caracteriza la técnica tradicional de la espada japonesa. A pesar de esto, no obstante, Aikido ha superado admirablemente toda esta tradición al mismo tiempo. Y esto es cierto, más que en ningún otro aspecto, en lo que respecta a su contenido, su espíritu. Aikido no abandona, como su modalidad, la forma de combate: es un arte marcial, es una disciplina de Budo. Sin embargo, no es, en su esencia, un simple arte marcial. Conservando rigurosamente su forma, su disciplina marcial, se ha transformado desde dentro en algo nuevo, diferente. ¿Qué quiere decir esto?.
En Aikido existe un importante aspecto del que carece cualquiera de las artes marciales tradicionales que constituyeron sus fuentes, así como de las modernas, practicadas hoy en el mundo entero (Judo, kárate, Kendo, etc.): es lo que constituye su principio, aiki, armonizar o, más explícitamente, unificar ki (=energía mental y física). El mismo principio es llamado también -y más técnicamente-kimusubi, que he preferido utilizar en esta charla. En comparación con este último termino, la palabra aiki tiene un significado más amplio y filosófico. Pero, ambos términos son aproximadamente sinónimos. El pensamiento y práctica de resolver el conflicto por medio de unificar ki, y no oponiéndolo, es lo que caracteriza fundamentalmente esta disciplina y la distingue de las demás. En lugar de querer aplastar al rival con una fuerza y técnica superiores, trata de unificar el propio ki con el del otro, estableciendo un vínculo directo entre el propio centro vital, hara, y el del otro y así reducir la inicial dualidad a una unidad--- este procedimiento singular llamamos kimusubi, el establecer el nudo o unión de ki. Esto, sin embargo, tiene un contenido y proceso muy concreto, real, y, por lo tanto, no tiene nada común con una vaga metafísica soñadora con un romanticismo sentimental o, menos aún, con una hechicería. La realización de este principio, su concreto desarrollo constituye precisamente el sistema técnico rigurosamente elaborado de Aikido, que nos fascina por su eficacia, riqueza, elegancia, pureza y coherencia. Consideramos que Aikido pertenece a aquellas pocas actividades humanas que son rigurosamente gobernadas por sus propios principios de proyección universal. Su asimilación aceptable requiere, por supuesto, una práctica asidua y prolongada según el método correcto.
Kimusubi, establecer la unión de ki, significa que, previendo una fracción de segundo antes del ataque del otro, uno trata de armonizar con él en lugar de oponerse contra él. No luchar, ni contener. Por no contender, no solamente no choca con el otro, ni lo daña, sino, al contrario, dócilmente se le adapta y le sigue. Es decir, en este momento desaparece o muere el propio yo, por decirlo así. Sin embargo, en realidad el sujeto que ejecuta esta acción a primera vista completamente pasiva de obedecer a la intención del otro, no es sino el propio yo (el centro vital), firme y decidido del atacado. De modo que éste, por medio de obedecer con docilidad a la energía dirigida del atacante se convierte en el núcleo dinámico obedecer con docilidad a la energía dirigida del atacante se convierte en el núcleo dinámico del conjunto. El que domina ahora la situación con absoluto señorío es el atacado. El fenómeno llamado combate, esta especie de vida sumamente activa, gira en torno a él. Pero, su naturaleza se ha transformado; ya no encierra en su entraña aquella pugna hostil. Al contrario, todo emana con serenidad desde el centro. El caos agitado desaparece, y nace un nuevo cosmos armónico.
Esta inversión de la situación no se produce por primera vez al final del proceso, sino al comienzo del proceso, al instante mismo del contacto entre los dos. En realidad, incluso cabe decir que ella se produce "antes del combate", anterior a todo proceso combativo que se desencadena en el espacio-tiempo real. Esto es real en el caso, de un auténtico experto. Pero, muchas veces en la mano de un inexperto cae en una fantasía sin fundamento. Por tanto conviene elaborarlo paso a paso en un estudio concreto. Un tipo de ataque hoy poco habitual como apretar la muñeca del otro (antaño tuvo sin duda su mayor sentido práctico cuando los hombres llevaban armas blancas), pero que en Aikido forma parte de uno de los ejercicios básicos, ofrece un medio excelente para este motivo. Aquí no podemos entrar en detalle, pero una respuesta correcta a este ataque hace que la fuerza agresora quede completamente integrada en la estructura dinámica del agredido centrada en su hara, el centro vital suyo situado en el abdomen inferior. Mediante ejercicios sumamente simples uno puede experimentar el proceso con palpable claridad. Dentro de la estructura dinámica total o, según la expresión más usada de Aikido, dentro de la corriente global de ki, la parte apretada se convierte en el conducto del ki que fluye: el ki del atacante y el otro del atacado que sale del propio centro. Un principiante comienza por aprender, junto con la respiración regulada, a crear la firmeza en su centro al mismo tiempo que relajarse en el resto (los hombros, codos, etc.) con el fin de no obstruir sino dejar fluir libremente su ki, con naturalidad. Aquí se ve con claridad el sutil cambio producido en el carácter del combate.

Más que en cómo liberarse de una agresión, su interés se centra en cómo recuperar y procurar mantener la unidad de ki, que hay que dejar fluir y expandirse libremente. La mente, la respiración y el movimiento corporal se asimilan y se hacen uno. El centro de atención claramente se desplaza hacia otro lado que el puramente físico y material sin que se desconecte de él. La acción ya no es un mero ejercicio físico, sino psíquico o espiritual ya que requiere una mayor concentración y lucidez mental. Sin dejar de ser una actividad intensamente física, la de Aikido adquiere un carácter netamente distinto por ser vista y tratada desde dentro, como un fenómeno energético fluido, como un fenómeno de ki, que, por su naturaleza está más cerca a nuestra mente que nuestro cuerpo y que, por tanto se identifica, en cierto modo, con nuestro ánimo, pensamiento y voluntad, considerados como una fuerza real. Siendo una actividad corporal, Aikido se hace paradójicamente incorpóreo en este sentido. Una preponderancia física queda reducida a segundo término. Un principiante tiene que atravesar una etapa relativamente larga antes de adquirir este sentido de trabajar con ki y no con una fuerza muscular. En Aikido no tratamos nuestro cuerpo como una determinada masa con un determinado peso ---una de las razones de no acogerse en Aikido al sistema de pesos diferenciados adoptado en otros deportes---, sino como un flujo dinámico, como una vida misma en su estado vivo y activo en su espacio, en su ambiente, donde se encuentran también otras vidas activas. Visto así, un combate se presenta como un esfuerzo de organizar su propia vida en medio de otros flujos vitales v dinámicos. El espaciol leno de flujo vital, y el yo que es otro flujo vital, ---la relación de combate se reduce, desde el punto de vista del sujeto interesado a este esquema esencial. Por consiguiente, el dualismo, a primera vista irreductible, se reducea una actividad o vida fundamentalmente autónoma, en la que participan, cada uno a su manera, todos los demás. Lo dicho acerca de una cogida de mano, se aplica exactamente también a otros tipos de ataque como por ejemplo, un golpe de espada. El cambio que se produce entre las dos formas de ataque, a primera vista grande, se reduce al mínimo cuando son observados ambos fenómenos como un flujo de ki. Su paso no es discontinuo, sino continuo y gradual.

Como acabamos de ver, si una acción llamada combate está gobernada desde el principio hasta el fin y en cada instante de todo su proceso por el principio llamado kimusubi, unión de ki, se comprende con facilidad que ya no se trata de la superioridad física o técnica lo que realmente cuenta aquí, entendiendo por "técnica" en sentido usual, o sea, una habilidad mecánica. Para afrontar una puñalada, por ejemplo, nuestro problema real no consiste tanto en elaborar una destreza técnica para evitarla ---en este caso nunca se establece la unión de ki, como en lograr establecer el kimusubi con este flujo energético. Es una cuestión de percepción y entendimiento a la vez que de captación y comunicación en un nivel más profundo que en los planos meramente físico, psicológico e intelectual. Es una captación radical. Y el cuerpo bien entrenado responde de forma natural y espontánea a esta captación. Como hemos visto, la atención de un practicante de aikido se dirige, más que hacia fuera, hacia dentro de sí mismo. Pero, con el fin de evitar un malentendido conviene insistir que él no ignora en modo alguno de la seriedad de su situación real de estar frente a un enemigo que le ataca. Pero, lo capta desde dentro, desde su núcleo, su raíz, lo capta radicalmente. Su captación es esencial, no meramente física o superficial. Y, por otra parte, para realizar esta captación esencial y radical, él mismo tiene que partir de su propia raíz, de su profundidad. Tiene que actuar de forma esencial y radical, de tal manera que antes debe sumergirse en sí mismo hasta llegara su estrato más profundo y encontrar allí su último reducto inherente para poder desarrollar su acción contundente. Una captación radical es únicamente realizable desde este centro. En realidad, al descender hasta aquí, no sólo encuentra su propia fuente de acción, sino también la del otro. Ambas se encuentran aquí unidas. Un mínimo síntoma de cambio en la acción del contrincante se detecta, por tanto, con transparencia e inmediatez. Y esto no es sino el sentido de kimusubi.
Una de las actividades más sangrientas y, por tanto, más reales en el sentido físico y vital como un combate (no nos referimos a una competición deportiva con sus reglamentos, sino a un duelo) se interioriza profundamente de esta manera. Sin embargo, la interiorización se distingue fundamentalmente de una meditación o una oración o un pensamiento filosófico por permanecer en medio de una acción violenta llamada combate. Pertenece, pues, francamente más a la vida activa que a la contemplativa. Comprendemos, sin embargo, al mismo tiempo, que esta acción misma se ha convertido en una especie de meditación en algo que nos cuesta distinguir de ella. Y de esta manera el combate se ha superado paradójicamente a sí mismo. El Budo ha dejado de ser un acto salvaje y destructor, y se ha hecho creativo y espiritual. Morihei Ueshiba llamó a este Budo creativo "Takemusuaiki'. La vida activa se ha hecho a la vez contemplativa.
Una vez comprendida esta actitud básica que constituye el principio de Aikido, se comprende al mismo tiempo que ella ya no se restringe a una relación de contienda entre un individuo y otro o entre uno y múltiples. Trasciende a este nivel en cierto modo trivial, y alcanza una dimensión más importante y general. Pues, lo que es válido en un combate individual lo es también en una relación establecida entre un individuo y el conjunto de su mundo circundante, esto es, la Naturaleza, el Universo. Aquella misma actitud requerida en un combate define igualmente la vida de un hombre ante y en su mundo. El problema es, pues, esencialmente del hombre que se encuentra en su mundo. No la esclavitud o perdición, sino la libertad y plenitud del hombre, por un lado, y su situación armónica en su circunstancia, por otro; éstas son dos premisas que a menudo se contradicen y nos plantean problemas de difícil solución. Pero, la libertad y plenitud del hombre es únicamente posible cuando su situación en su circunstancia sea armónica; o sea, la última premisa es la premisa de la primera. Y el desarrollo saludable de la circunstancia o del ámbito humano y natural es la premisa de todo lo demás. En definitiva, el proteger y alentar la vida en su ambiente idóneo, en sentido amplio y elevado al mismo tiempo, es lo que se puede considerar la tarea del hombre más necesaria y urgente en este momento. Y esta tarea es justamente la que consideró suya también el creador de Aikido Morihei Ueshiba.
Pero, desde el punto de vista filosófico o epistemológico, Aikido nos ofrece una sugerencia sumamente interesante para resolver un problema serio y difícil: llenar el abismo y realizar una unificación entre el sujeto y el objeto o entre el yo y el mundo exterior sin acudir a recursos falsos como una "proyección subjetiva". Es un intento atrevido, a primera vista irrealizable, de encontrar una unidad íntima y radical entre el yo y el otro, reconociendo y respetando clara y rigurosamente su objetividad. ¡Y Aikido lo consigue con una ingenuidad y sencillez asombrosas!.


domingo, 12 de enero de 2014

Sakura y Bushi: un mismo concepto de la vida y la muerte

Sakura y Bushi: un mismo concepto de la vida y la muerte


Por: María Del Rosario Abramo,
Tomado de www.alternativanikkei.com.ar



La visión japonesa de la vida y de la muerte conecta al sakura en su momento de esplendor y la filosofía del bushido que inspiraba a los samurais.

Año tras año, entre fines de marzo y principios de abril, cuando la primavera se arraiga en el archipiélago japonés, multitudes se reúnen desde hace siglos para presenciar un impactante espectáculo natural: el breve estallido de los cerezos en flor. Tan popular es este evento que existen ránkings con los mejores lugares para verlos y hasta el servicio meteorológico se encarga de difundir pronósticos semanales anunciando cuándo florecerán los cerezos en las distintas regiones.

En Japón, donde los ciclos de la naturaleza han sido desde siempre un tema omnipresente sea en el arte como en la filosofía, la flor del cerezo es uno de sus símbolos más poderosos.

El budismo japonés lo emplea para representar la naturaleza transitoria e impermanente del mundo físico. Su súbito florecimiento y caída remiten, de hecho, al carácter cíclico de la vida, donde todo lo que nace inevitablemente ha de morir. La estética del “mono no aware”, o de empatía hacia las cosas, nace pues también de la contemplación de los pétalos del cerezo flotando como la nieve en su caída hacia el suelo. Enaltece este espectáculo por sobre el de los capullos en flor y lleva a sensibilizarnos acerca de la conmovedora y melancólica belleza en la pérdida de la belleza, en la tragedia, en la aseveración del carácter frágil, “flotante” y efímero de las cosas a nuestro alrededor y de nuestras propias vidas, que debemos valorar día a día cada día.

花は桜木人は武士 Proverbio que dice: “Como la sakura entre las flores, como el samurai entre los hombres”, significa ser lo mejor, lo más excelso en algo.

El samurai es como la flor de cerezo

La flor del cerezo es, asimismo, el emblema de los samurai. Un guerrero samurai despertaba cada mañana sabiendo que iba a morir. Vivía por ello cada día como el último, de modo honorable, atendiendo todos sus compromisos sin dejar nada pendiente, con la serenidad de saber que si moría no tendría nada de qué arrepentirse o lamentarse. Obraba así para poder entregarse por entero, sin miedos ni dudas a su deber, dispuesto a caer al primer soplo de viento, y en eso radicaba su dramática belleza: su vida era breve pero plena. Caía en el campo de batalla en su máximo esplendor al igual que el cerezo que florece al salir el sol y cae al mediodía.

Cuando a veces se asocia los samurai al estoicismo, es interesante ahondar en el por qué. El estoicismo fue una doctrina que hizo mella en Roma, un pueblo guerrero y pragmático que daba mayor importancia a la moral práctica que a la especulación filosófica. En un mundo natural cuyas leyes no controlamos y donde mucho de lo que sucede no depende de nosotros, el hombre sólo puede aspirar a tener dominio de sí mismo.

Es en el carácter y no en la cuna donde radica la dignidad del hombre. Sólo templando el espíritu a través de la práctica de la Virtud y la autodisciplina es que cualquier hombre, haya nacido rey o esclavo, puede llegar al estado de equilibrio y serenidad que los romanos denominaban “ataraxia”. En este estado, y de modo muy similar al budismo, uno alcanzaba la verdadera libertad: la autonomía. La propia felicidad ya no dependía así de los embates del destino sino de la propia fortaleza para actuar con alegría, prudencia y voluntad ante cualquier circunstancia, promoviendo la acción como un fin en sí mismo independientemente de los resultados.

No cometamos el error de ver entonces el estoicismo o el bushido como doctrinas de sacrificio; el sacrificio implica una pérdida y el que nada necesita nada puede perder. El espíritu del hombre no obedece ni depende de otra cosa que no sea de sí mismo, goza plácidamente de los bienes de la vida mientras están, sin apegarse a ellos, dado que sabe que son pasajeros, al igual que los cerezos.

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Nota adicional:

Existen varias leyendas japonesas entorno a los cerezos, una de ellas dice que a un monje se le apareció el dios de la montaña en el monte Yoshino (al sur de Osaka), y éste dibujó su rostro tallándolo en la corteza de un cerezo. Desde entonces en la montaña Yoshino es un lugar lleno de templos y santuarios en los que se venera a los cerezos como dioses. Actualmente la montaña de Yoshino tiene unos 30.000 cerezos, y todos los japoneses sueñan con viajar allí en primavera al menos una vez en su vida.

Otra leyenda explica las dos variedades típicas de la flor del Sakura, la blanca y la que tiene una tonalidad rosa. Según la leyenda las primeras flores de los cerezos sólo eran de color blanco. Pero durante la Época Mejí era muy normal que muchos samuráis fueran llamados a la guerra, y permanecieran mucho tiempo alejados de sus casas. Entonces, no era de extrañar que las mujeres casadas con samuráis se quedaran solas, por lo que se estableció una ley en la que se le prohibía a la mujer casada con un samurai -en batalla- que se viera con otro hombre que no fuera de su familia. La ley establecía que cualquier mujer sería libre de casarse o juntarse con amigos si ésta probaba que su esposo había muerto en combate.

Curiosamente no se han encontrado registros de mujeres ejecutadas por esta ley, y sin embargo, si hay registros de tantas muertas como samuráis muertos en distintas zonas. Ninguna de estas mujeres fue asesinada. Ellas mismas se quitaron la vida para honrar el nombre de su esposo muerto en batalla. Y esto lo hacían frente a un árbol del cerezo, símbolo del bushido (código del samurai). La sangre derramada junto al cerezo, la absorbía el árbol, y las flores blancas, quedaban convertidas en flores rosadas. Por ello, siempre que un samurái salía de su casa se sembraba un árbol de cerezo en su honor... O por si era necesario…

Durante la Segunda Guerra Mundial, el cerezo también fue un símbolo utilizado para alimentar el nacionalismo del pueblo japonés. Los pilotos kamikaces pintaban las ramas de cerezos en sus aviones antes de emprender una misión suicida. Y se entendía que cuando se pintaban los pétalos de la flor del cerezo cayendo se representaba el sacrificio que cometían los jóvenes en las misiones suicidas, con las que se honraba al emperador. Incluso se popularizó la creencia de que las almas de los pilotos suicidas se reencarnaban en las flores del cerezo.


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