martes, 24 de enero de 2012

Mensaje para convivir con "El negro"


Mensaje para convivir con "El negro"
Por Rosa Montero (escritora española)


Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.
De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.
Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

jueves, 12 de enero de 2012

Relatos sobre el arte de Enseñar


Relatos sobre el arte de Enseñar
Cuentos Paulo Coelho, Traducido por Montserrat Mira.
Tomado de http://www.liderazgoymercadeo.com
  

(Parte 1)
Confucio habla de los maestros y profesores

Poco se conoce sobre la vida del filósofo chino Confucio: se cree que vivió entre 551-479 A.C. De sus obras conocidas, algunas son atribuidas directamente a él, otras fueron compiladas por sus discípulos. En uno de estos textos, "Conversaciones familiares", existe un interesante diálogo respecto al aprendizaje:

Confucio se sentó para descansar, y pronto los alumnos empezaron a hacerle preguntas. Aquel día el Maestro estaba bien dispuesto, y decidió responder.

-Usted consigue explicar muy bien todo lo que siente. ¿Por qué no va hasta el Emperador y habla con él?
-El Emperador también hace bellos discursos -dijo Confucio. -Y los bellos discursos son apenas una cuestión de técnica; ellos no traen consigo la Virtud.

-Entonces, envíele su libro de poemas.
-Los trescientos poemas allí escritos pueden ser resumidos en una sola frase: "piensa correctamente". Este es el secreto.

-¿Qué es pensar correctamente?
-Es saber usar la mente y el corazón, la disciplina y la emoción. Cuando se desea una cosa, la vida nos guiará hacia ella, más por caminos inesperados. Muchas veces nos dejamos confundir porque estos caminos nos sorprenden, y entonces creemos que estamos yendo en la dirección equivocada. Por eso yo dije: déjate llevar por la emoción, pero mantén la disciplina de seguir adelante.

-¿Y usted hace eso?
-A los quince años, comencé a aprender. A los treinta, pasé a tener la certeza de lo que deseaba. A los cuarenta, las dudas retornaron. A los cincuenta años, descubrí que el Cielo tiene un proyecto para mí y para cada hombre sobre la faz de la Tierra. A los sesenta, comprendí este proyecto y encontré la tranquilidad para seguirlo. Ahora, a los setenta años, puedo escuchar mi corazón sin que él me haga salir del camino.

-Entonces, ¿qué es lo que le hace diferente de los otros hombres que también aceptan la voluntad del Cielo?
-Yo procuro dividirla con vosotros. Y quien consigue discutir una verdad antigua con una generación nueva debe usar su capacidad de enseñar. Esta es mi única cualidad: ser un buen profesor.

-¿Qué es un buen profesor?
-El que examina todo lo que enseña. Las ideas antiguas no pueden esclavizar al hombre porque ellas se adaptan y adquieren nuevas formas. Entonces, tomemos la riqueza filosófica del pasado sin olvidar los desafíos que el mundo presente nos propone.

-¿Qué es un buen alumno?
-Aquel que escucha lo que yo le digo, pero adapta mis enseñanzas a su vida y nunca las sigue al pié de la letra. Aquel que no busca un empleo, sino un trabajo que lo dignifica. Aquel que no busca ser notado, sino hacer algo notable.

(Parte 2)
Sobre el puente y el puentecillo
(Basado en un relato de Silvio Paulo Albino)

Un hombre, después de muchos años de trabajo y meditación sobre la mejor manera de atravesar el río que pasaba delante de su casa, construyó con unos troncos sostenidos por cuerdas un puentecillo sobre él. Pero los habitantes de la aldea raramente osaban atravesarlo, por causa de su precariedad.

Un buen día apareció por allí un ingeniero. Junto con los habitantes, construyeron un puente, lo que dejó enfurecido al constructor del puentecillo. A partir de entonces, él empezó a decir a todo quien quisiera oírlo que el ingeniero había faltado al respeto a su trabajo.

-¡Pero su puentecillo aún está allí!- le respondían los habitantes. -Y es un monumento a sus años de esfuerzo y meditación.

-Nadie lo usa -insistía el hombre, nervioso.

-Usted es un ciudadano respetado, y le apreciamos mucho. Solo que la gente encuentra el puente más bello y útil que el puentecillo, ¡qué se le va a hacer!

-¡Pero ese puente está cruzando mi río!

-Pero señor, a pesar de todo el respeto que sentimos hacia su trabajo, debemos decirle que el río no es suyo. Puede ser atravesado a pié, por barco, a nado, de la manera que queramos; y si las personas prefieren cruzarlo por el puente, ¿por qué no se ha de respetar su deseo?

Finalmente, ¿cómo podemos confiar en alguien que, en vez de intentar mejorar su puentecillo, pasa todo el tiempo criticando el puente?

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