jueves, 24 de noviembre de 2011

El Buda y el Perdón


El Buda y el Perdón
Autor desconocido
 
Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó lo escupió y le arrojó tierra.

Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.

Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a este con suavidad y convicción diciéndole:
-“Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.

Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.

"Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna".

"A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida -”No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a usted”
Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros, ya mismo; pero no puedo perdonarlo”-

"El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió:

-“Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera así mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida”-

Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayas herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.”

El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita:

-“Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

La singularidad del Aikido


La singularidad del Aikido

Tomado del libro “El Espiritu del Aikido”,
Autor Kisshomaru Ueshiba


En esencia, el aikido es un exponente moderno de las artes marciales japonesas (budo). Es ortodoxo en el hecho de que hereda la tradición marcial y espiritual del antiguo Japón, registrada por vez primera en las obras literarias e históricas del siglo VIII, el Kojiki (Recopilación de Hechos Antiguos) y el Nihongi (Crónica de Japón), pero esto no quiere decir que el aikido continúe ciegamente la tradición de las antiguas artes de combate conservando y manteniendo simplemente su forma original en el mundo moderno.
Las antiguas artes de lucha, originadas en el campo de batalla en períodos de conflictos civiles y formalizadas más tarde, durante el Período Tokugawa (1603-1868), como budo, la Vía de las artes marciales, son un legado histórico y cultural que requiere ser debidamente apreciado y valorado, aunque en su forma original estén ya fuera de lugar y no sean aceptables para la gente de la época moderna, que en el caso del Japón comienza con la Restauración Meiji (1868).
El Fundador del aikido, el Maestro Morihei Ueshiba, nació el 14 de diciembre de 1883, teniendo que vivir, por tanto, en el tiempo turbulento de la modernización del Japón, por lo que se dedicó a establecer un arte marcial que no resultara anacrónico y pudiera hacer frente a las necesidades de sus contemporáneos. Los factores que constituían el objeto de su interés principal eran los siguientes: un amor constante por las artes marciales tradicionales, el cuidado de no ser malinterpretado y un profundo deseo de revivir el aspecto espiritual del budo. Para alcanzar su objetivo inició una rigurosa búsqueda, alimentada por el entrenamiento constante en las artes marciales, de la verdad del budo a lo largo de las vicisitudes de la historia moderna japonesa.
Finalmente, el Maestro Ueshiba concluyó que el verdadero espíritu del budo no se encuentra en una atmósfera competitiva y combativa, donde la fuerza bruta domina el objetivo supremo es la victoria a cualquier precio, sino en la búsqueda de la perfección como ser humano, física y mentalmente, a través del entrenamiento constante y de la práctica de las artes marciales con espíritu afines. Su finalidad, de naturaleza profundamente religiosa, se resume en un solo enunciado: la unificación del principio creativo fundamental, ki, que impregna el universo con el ki individual, que es inseparable del poder respiratorio de cada persona. Mediante el entrenamiento constante de la mente y del cuerpo, el ki individual se armoniza con el ki universal, y esta unidad se pone de manifiesto en el movimiento dinámico ondulante del poder del ki, que es libre y fluido, indestructible e invencible. De esta manera encarna el aikido la esencia de las artes marciales japonesas.
Gracias al genio del Maestro Ueshiba, el primer principio del budo, tal como él lo formuló -el entrenamiento constante de la mente y del cuerpo como disciplina básica para los seres humanos que caminan por el sendero espiritual-, se transformó en un arte marcial contemporáneo, el aikido, que en la actualidad se encuentra al alcance de todas las clases sociales y es adoptado por numerosas personas en el mundo como la disciplina marcial más adecuado a nuestra época.
Pero el hecho de que el aikido sea un budo moderno no quiere decir que se trate simplemente de un arte marcial tradicional que ha adquirido rasgos contemporáneos que se encuentran en las otras formas «modernizadas» del budo, como el judo, el karate o el kendo. Estas, aunque han heredado los aspectos espirituales de las artes marciales y valoran el entrenamiento de la mente y del cuerpo, han acentuado su naturaleza atlética al hacer hincapié en la competición y en los campeonatos, estableciendo la prioridad en ganar y asegurándose así un puesto en el mundo de los deportes.
Por el contrario, el aikido se niega a convertirse en un deporte competitivo y rechaza todo tipo de certámenes o de concursos que incluyan las divisiones por pesos, las clasificaciones basadas en el número de victorias y la recompensa a los campeones, pues entendemos que estas cosas sólo alimentan el egoísmo o la egolatría y la falta de interés por los demás. La gente se deja seducir por la gran tentación que suponen los deportes combativos -todo el mundo quiere convertirse en vencedor-, pero no hay nada más perjudicial que esto para el budo, cuyo último propósito es liberarse del yo, conseguir el no-yo y consumar así lo auténticamente humano.
Con esto no pretendo criticar a las artes marciales que se han convertido en deportes modernos, pues históricamente esta dirección era inevitable para su supervivencia, especialmente en Japón inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando todas las artes marciales fueron prohibidas por las autoridades de la Ocupación Aliada. Incluso como deportes han atraído el interés de mucha gente, bien como participantes o como espectadores, lo cual es positivo, pues no se puede negar que, especialmente los jóvenes, se sientan atraídos a las artes marciales por los certámenes y campeonatos que deciden quién es el mejor en el campo. A pesar de esta tendencia, el aikido se niega a unirse a sus filas y permanece fiel a la intención original del budo: el entrenamiento y cultivo del espíritu.
Dentro del ámbito del aikido se han escuchado ocasionalmente voces que reclaman la celebración de campeonatos, con el argumento de que es necesario reunir una audiencia más amplia para sobrevivir en la época presente. De hecho, algunos practicantes de aikido han puesto en marcha escuelas independientes propugnando el «aikido competitivo». Este es un asunto serio, pues la transformación del aikido en una forma más de deporte moderno podría conducir a su inclusión en los encuentros nacionales de deportes y, en un futuro, quizás en los juegos olímpicos.
Ante esta forma de pensar, el aikido propone una línea de actuación clara y definida, y la razón es muy sencilla, puesto que busca mantener la integridad del budo y transmitir el espíritu de las artes marciales tradicionales permaneciendo fiel al primer principio del budo tal como fue enunciado por el Maestro Ueshiba: el constante entrenamiento de la mente y del cuerpo como disciplina fundamental para los seres humanos que caminan por el sendero espiritual.
En la tradición del budo, la adhesión estricta a los ideales del Fundador y el compromiso con la Vía tienen Prioridad sobre todas las demás consideraciones, y, aunque el público pueda considerarlo simplemente como otra forma más de arte combativo, la auténtica razón de la existencia del aikido en el mundo actual es la de su identificación con los ideales del Maestro Ueshiba.
El lugar singular que el aikido reclama y que le diferencia claramente, lo mismo del budo clásico que de sus réplicas modernas, no puede ser verdaderamente apreciado a causa de los estereotipos que la gente tiene sobre las artes de lucha. Este hecho, junto con sus principios y sus peculiares movimientos, pueden presentar algunos obstáculos a la popularización de este arte.
En un momento u otro, a todos los practicantes se les ha hecho la pregunta « ¿Qué es el aikido?» Incluso los practicantes avanzados tienen dificultad en aportar una contestación precisa. Es más, por otra parte, la gente que ve movimientos y técnicas de aikido por primera vez se siente confundida a escéptica y les surgen muchas dudas y preguntas. Esta gente se puede dividir en dos grupos:
El primer grupo lo constituyen aquellos que miran el aikido con ciertas suposiciones sobre las artes marciales, basadas en lo que han oído o leído. Al ver demostraciones de aikido, su reacción general es la de la decepción, porque esperan ver una exhibición de fuerza bruta, combate, violencia e incluso técnicas letales. A primera vista, el aikido, con sus bellos movimientos circulares, parece ser no-violento e incluso pasivo. Se escuchan frecuentemente comentarios tales como: «Todo parece estar ensayado y planeado.» «No hay culminación, no hay clímax en los movimientos.» «En una situación crítica sería inservible.» Y así sucesivamente. Estas críticas son comprensibles y vienen especialmente de los jóvenes, que buscan emociones en la victoria y en la conquista, o de aquellos que poseen ideas preconcebidas sobre las artes marciales, como las que consideran que éstas consisten en gritar, sisear, dar patadas, golpear y destruir gente.
En el segundo grupo se encuentran aquellos que han conocido las artes marciales modernizadas, especialmente sus modalidades competitivas, y contemplan el aikido desde esa posición ventajosa. Sus críticas son variadas: «¿Por qué el aikido no tiene campeonatos como el judo, el karate y el kendo?» «¿Por qué se limita a demostraciones públicas, que se convierten en tediosas una vez que has presenciado una?» «Puesto que no hay campeonatos es imposible decir quién es fuerte y quién es débil, quiénes son principiantes y quiénes son alumnos avanzados.» «Sin campeonatos nadie practica ni entrena seriamente.» Una vez más, la crítica es comprensible, ya que la gente generalmente quiere ver quién tiene la mejor técnica y quién es el más fuerte.
Aunque ingenua, otra pregunta comúnmente formulada es: «¿Puede uno ganar una pelea si sabe aikido?»
Todas estas preguntas y críticas son simplistas y superficiales, revelando la ignorancia del principio básico del aikido y el concepto erróneo sobre la principal característica de las artes marciales: el entrenamiento del espíritu. Si una persona que no tiene autodisciplina quiere presumir de su destreza física y aspira a aprender aikido, solamente por su técnica de lucha, se le invitará a marcharse. Sin practicar efectivamente aikido con alguna paciencia y experimentar de primera mano este arte, las preguntas no serán nunca contestadas con plena satisfacción.
En el aikido, el entrenamiento efectivo es la única manera de captar su significado y de extraer algún beneficio, tangible o intangible. La mayoría de los practicantes de aikido han pasado por este proceso: comenzando con dudas y preguntas, se han iniciado en la práctica y han ido conociendo gradualmente el método y la forma del aikido. Más tarde experimentan su irresistible atracción y, finalmente, llegan a comprender en alguna medida su profundidad sin fondo. Quien haya pasado por este ciclo habrá aprendido algunas cosas que hacen del aikido un arte marcial único.
En primer lugar, quedará sorprendido. Contrariamente a la apariencia blanda que se ve en las demostraciones públicas, el aikido puede, en realidad, ser «duro», vigoroso y dinámico, con fuertes presas de muñeca y golpes directos (atemi), y, a pesar de lo que uno pudiera creer, contiene diversas técnicas devastadoras, especialmente las destinadas a desarmar y someter al enemigo.
Después se sentirá perplejo al descubrir lo complicado y difícil que resulta, en el nivel de principiante, ejecutar las técnicas y movimientos básicos, como las caídas (ukemi), la distancia adecuada (ma-ai), entrar (irimi) y otros movimientos corporales (tai-sabaki). El hecho es que el cuerpo entero, no solamente los brazos y las piernas, se debe mover continuamente de forma coordinada, y esto debe hacerse con rapidez, vigor y potencia, y, a fin de actuar suave pero rápidamente, se requiere un extraordinario grado de concentración mental y de agilidad, de equilibrio y de reflejos.
También comprenderá la importancia del control de la respiración, que incluye la respiración normal, pero también mucho más, algo que conecta con la energía del ki. Este dominio del poder de la respiración es básico en la ejecución de cualquier ejercicio y asegura la continuidad del flujo en los movimientos. Es más, está íntimamente conectado con la filosofía del budo desarrollada por el Maestro Ueshiba, como veremos más adelante.
Por último, mientras el alumno avanza se irá asombrando del infinito número de técnicas, con sus variaciones y aplicaciones, todas caracterizadas por la racionalidad y la economía de movimientos. Hasta tanto no experimente la complejidad de los movimientos del aikido, no podrá apreciar el valor central del ki, tanto personal como universal. Y entonces empezará a sentir la profundidad y refinamiento del aikido como arte marcial.
En una palabra, sólo a través del entrenamiento efectivo en el aikido se da uno completa cuenta de la dimensión crucial del budo: entrenamiento constante de la mente y del cuerpo como disciplina básica para los seres humanos que caminan por el sendero espiritual. Sólo entonces puede uno apreciar plenamente el rechazo de competiciones y concursos en el aikido, y la razón de las demostraciones públicas, que son una muestra del entrenamiento constante y no de la habilidad del ego.

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