jueves, 23 de abril de 2015

Leyenda: Himiko, la Samurái que conquistó Corea

Leyenda: HIMIKO, LA SAMURÁI QUE CONQUISTÓ COREA

Fuentes: “Los mitos de Japón. Entre la historia y la leyenda”,
Carlos Rubio,“Religiones de Japón” – Yusa Michiko





La palabra “samurái” generalmente se utiliza para designar una gran variedad de guerreros del antiguo Japón Feudal. Tal era la fuerza de este sector de la población, que desde el siglo X hasta el siglo XII detentaron el poder. Sin embargo, “samurái” quiere decir literalmente “el que sirve” y durante siglos, eso fue lo que hicieron. Eran guerreros diestros en el arte de la lucha, y muchos de ellos contaban con hijas o hermanas que también eran entrenadas en este arte. Su función era la de proteger el hogar, el honor y la familia en tiempos de guerra, y para ello utilizaban principalmente la naginata, un arma de asta que contiene una hoja curva en uno de sus extremos. Algunas de estas mujeres pasaron a los anales de la historia por sus hazañas y su fortaleza. Estas figuras eran conocidas como “Onna Bugeisha” (mujer samurái). Su número es escaso, pero tales eran sus proezas que muchas de ellas se convirtieron en leyenda.

Probablemente, de este reducido grupo la más famosa sea la Emperatriz Okinaga, conocida póstumamente como la Emperatriz Consorte Jingū e identificada comúnmente con la reina Himiko o Pimiko de las crónicas chinas. Fue la mujer del Emperador Chūai y tras su muerte en 209, ocupó el puesto de regente y líder hasta que su hijo accedió al trono en 269. Numerosas son las leyendas en torno a esta mujer. Las crónicas chinas la describen como una reina chamánica, ocupada en la brujería y que hechizaba a las gentes. Así mismo, estos textos relatan las relaciones tributarias que el reino de Cao Wei mantuvo con el reino de Himiko. Según la leyenda recogida en el Kojiki y el Nihonshoki., los dioses hablaron con la Emperatriz Okinaga para que liderara un ejército con el fin de invadir el reino del Oeste (identificado como el Reino de Silla en el suroeste de Corea). Siguiendo las indicaciones del oráculo, se dirigió a la bahía de Kashihi, en Kiushu, se desató el cabello y se bañó en el agua del mar. Inmediatamente, su pelo se dividió en dos partes iguales. Después, se lo recogió en dos moños, adoptando el aspecto de un guerrero. Tras este hecho, se dirigió a sus ministros dando órdenes para reunir un gran ejército que ella misma capitanearía adoptando el aspecto de un hombre.
Una vez reunido el ejército, la soberana se preparó para la batalla. Al estar embarazada y a punto de dar a luz, la soberana tomó unas piedras y las puso en la cintura de su vestido, con el fin de retrasar el parto. Sin duda, el truco de las piedras funcionó considerando que la campaña duró tres años, y la emperatriz no daría a luz hasta después de la misma. En el primer mes de invierno, la flota zarpó desde la isla de Tsushima, próxima a la de Kiushu, hacia el reino de Silla. Atemorizado ante la llegada de tal potencia naval y armamentística, el rey de Silla decidió preparar una bandera blanca y mostrarse ante los conquistadores con las manos atadas a la espalda como gesto de sumisión.

Los historiadores rechazan esta leyenda alegando que se trata de una invención para justificar el período interregno durante su regencia. Sin embargo, las fuentes japonesas sí que describen a una soberana íntimamente ligada a la diosa Amaterasu, que desempeñaba todas las funciones sacerdotales y con grandes dotes para la guerra. Aunque el nombre de Himiko o Pimiko no aparece en las fuentes niponas, la correspondencia en cronología y descripción de la misma en las fuentes chinas, parece establecer un claro paralelismo entre ambas figuras. Además, su traducción literal, “hija del sol”, la relacionan claramente con Amaterasu, de cuyo templo sería suma sacerdotisa, elevándola a la categoría de deidad.


La verdadera identidad de Himiko sigue siendo un misterio. En 2009, científicos japoneses descubrieron lo que parecía ser su tumba cerca de Nara. Sin embargo sus resultados no fueron concluyentes. De momento, nos toca fantasear con una de las grandes mujeres samurái. La mujer que conquistó Corea.

martes, 7 de abril de 2015

El máximo Dominio: Realizar el Espíritu del Aikido

El Máximo Dominio: Realizar el Espíritu del Aikido

Por Kisshomaru Ueshiba,
En: El Espíritu del Aikido




Antes de la Segunda Guerra Mundial vino a Japón un científico alemán relacionado con la investigación militar. Cuando volvió a Alemania se llevó varios sables japoneses y se los confió, para su análisis científico, a un instituto especializado en la investigación y desarrollo de altas tecnologías del acero. El científico era un admirador de la espada japonesa, la tenía en su más alta estima y conocía su superioridad comparada con las espadas europeas.

La austera simplicidad de la espada japonesa disimula sus muchas y buenas cualidades: la extraordinaria atención prestada a los detalles en la hoja y en la empuñadura, la impresión limpia y penetrante del corte, la suave sensación en las manos cuando el impacto del contacto se disipa naturalmente, el escaso daño que sufre su templado filo y la flexibilidad del conjunto, debida a la existencia de un núcleo de acero más blando.

Él tenía conciencia de estas cualidades, pero había algo que le inquietaba: el aire de misticismo que envolvía el método tradicional de forjar la hoja de acero, pues el forjador, vestido todo de blanco para simbolizar la purificación, realiza su trabajo ante un altar Shinto. Esto le parecía extraordinariamente primitivo, y además tenía una pobre opinión de la admiración sagrada que los japoneses profesan al sable. Quería penetrar el misterio y descifrar sus secretos, y aunque lo solicitó muy en serio nunca le fue permitido contemplar al forjador en acción.

Así pues, decidió mandar hacer un análisis científico de los materiales y del método de producción. Teniendo en la mano los datos científicos obtenidos en el laboratorio, creyó que podría reconstruir la espada usando la más reciente tecnología disponible en esa época. Como buen alemán confiaba absolutamente en la eficacia de la ciencia, y debía estar convencido de que se podía manufacturar una réplica exacta de la espada japonesa, e incluso puede que hubiera imaginado que podría desenmascarar las técnicas esotéricas y pasadas de moda del forjador.

El resultado fue un absoluto fracaso. Reunir datos científicos no suponía ningún problema, por supuesto, pero cuando efectivamente intentó hacer una espada, el resultado fue una vulgar espada más. La utilización de sus conocimientos prácticos científicos, incluso repitiendo el experimento y modificando el método de producción, finalizó con una decepción. Por último, se vio forzado a abandonar su intentona y a reconocer la superioridad del método japonés de fabricar espadas, «pasado de moda y esotérico».

Este episodio sugiere que, aunque la artesanía tradicional japonesa puede ser sometida a modernos análisis científicos, siempre mantiene algún elemento o ingrediente que escapa al examen convencional. Mucho de lo logrado en la tecnología tradicional se debe a una cualidad intuitiva conocida como actividad del kan, que sólo se puede adquirir a través de la acumulación de años de entrenamiento. Para que funcione el kan-intuición uno debe experimentar la tensión creativa que emana de la concentración sincera en el trabajo que se está realizando. Esto abre el camino para que un poder más alto, kami en japonés, entre en el proceso. Gran parte del éxito depende de dejarse llenar de este conocimiento divino o kami. A la hora de hacer una espada, tanto para seleccionar los materiales como para combinarlos de la forma precisa transmitida en su familia, el artesano japonés confía en kan. No exageramos si decimos que todo el proceso, desde la alimentación del fuego y la forja hasta el enfriamiento, depende de la escurridiza actividad de kan.

El sable japonés está compuesto por la hoja y la empuñadura, y, a su vez, la hoja se compone de filo, punta, parte posterior y shinogi (un acanalamiento longitudinal situado entre el filo y la parte posterior). Cada una de estas partes tiene una función ligeramente diferente en la lucha con sable, y, por consiguiente, cada una de ellas está hecha con materiales y métodos diferentes. Estas sutiles diferencias están todas determinadas por el kan-intuición que nace de la intensa concentración y de la devoción casi religiosa por el oficio. Por este motivo, el forjador tiene un altar donde se custodian los kami en su lugar de trabajo, lleva prendas de vestir ceremoniales de color blanco y celebra ritos de purificación como parte integrante del proceso de fabricación de la espada. En este ambiente solemne deja que su mente se calme; entonces está preparado para comenzar su tarea.

Para el forjador su trabajo es un arte sagrado; si no lo fuera los kami se irritarían y perturbarían su kan-intuición. La espada japonesa entera, y no sólo sus partes, nacen de la intuición y del poder divino, que están más allá del análisis científico y son, por tanto, algo «misterioso». El hecho de que el científico alemán, atraído por su belleza mística, intentara un análisis científico de la espada japonesa, era en sí mismo una contradicción, y lo natural era que su experimento fracasara.

De modo similar se explica la dificultad al tratar de expresar, cuando somos preguntados por un principiante o por un extraño, la esencia última del aikido. Las palabras no resisten una explicación verbal simple. La esencia última es una experiencia individual e intuitiva de gente que, por buena suerte, puede llegar a realizarla tras años de entrenamiento y búsqueda. La sabiduría contenida en el logro artístico tradicional japonés está integrada por un conjunto de factores complejos, y es de tal naturaleza que, siempre y cuando uno se esfuerce en la vía del entrenamiento y en el objetivo de alcanzarla, tarde o temprano, la realización llegará. Esta confianza, junto con el nen-perspicacia, revelará el corazón del aikido y posibilitará la comprensión de la esencia última.

Dicha esencia, por ser sumamente individualista, aunque universalmente alcanzable, será consumada de formas diferentes, según las personas y sus niveles de logro. Por eso no se puede hacer una afirmación general sin crear algún malentendido. De todas formas está claro que la esencia última fue la más alta realización alcanzada por el Fundador a lo largo de sus años de entrenamiento y de búsqueda sin descanso, por lo cual citaremos algunas frases suyas que revelan su manera de entenderla. Estas frases deben ser cuidadosamente digeridas, pues, dependiendo de la fase de entrenamiento en que se esté, corren el riesgo de no ser bien interpretadas.

Yo emprendí el entrenamiento de mi cuerpo a través del budo, y cuando realicé su esencia última obtuve una verdad aún mayor. Cuando llegué al fondo de la realidad universal vi claramente que los seres humanos deben unificar la mente, el cuerpo y el ki que los conecta a ambos, y que la persona debe armonizar su actividad con la actividad de todas las cosas en el universo. A través de la sutil actividad del ki se armonizan la mente y el cuerpo y la relación entre el individuo y el universo.
Si no se utiliza debidamente la actividad sutil del ki, la mente y el cuerpo de la persona enfermarán, el mundo se volverá caótico y el universo entero se sumirá en el desorden. El aikido es la vía de la verdad. Entrenarse en aikido es entrenarse en la verdad. A través de la dedicación, del entrenamiento y de la perspicacia nacerá la actuación divina.
Sólo si se practican los tres tipos siguientes de entrenamiento, la inamovible verdad de diamantina dureza podrá convertirse en parte de nuestra mente y de nuestro cuerpo.
1. Entrenarse para armonizar nuestra mente con la actividad de todas las cosas en el universo.
2. Entrenarse para armonizar nuestro cuerpo con la actividad de todas las cosas en el universo.
3. Entrenarse para hacer que el ki que conecta la mente y el cuerpo se armonice con todas las cosas en el universo.
El verdadero alumno de aikido es aquel que practica y lleva a cabo estos tres puntos simultáneamente, no de una manera simplemente teórica, sino de forma efectiva, en el dojo, y en todo momento en la vida diaria.

El Maestro Ueshiba enseñó repetidamente:

Cualquier técnica de un arte marcial debe estar de acuerdo con la verdad del universo. Si no lo está, el arte marcial estará aislado e irá en contra de la concepción de arte marcial como creador de amor, o take-musu (literalmente, marcial-creativo). El aikido es take-musu por excelencia. Marcial (take) aquí quiere decir el rugido heroico, la resonancia del cuerpo, el poder de aum que resuena en el universo.
La resonancia del cuerpo se deriva de la unidad de la mente y el cuerpo, que armoniza con la resonancia del universo. La respuesta e intercambio mutuos producen el ki de ai-ki. La esencia del aikido es el eco mutuo de la resonancia del cuerpo y la resonancia del universo. De esto nacen calor, luz y poder unidos en un espíritu plenamente realizado. La vitalidad del eco del cuerpo y la resonancia del universo nutren el funcionamiento sutil del ki y engendran a take-musu aiki, el arte marcial que es amor y el amor que no es otra cosa que arte marcial.


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