martes, 18 de diciembre de 2012

Entrenamiento de Aikido y la Introspección


Entrenamiento de Aikido y la Introspección

Por Akira Tohei, 8º Dan, Shihan

 Sensei David Halprin, Bogotá D.C. 2006
 

No deberá existir persona alguna quien no quiera buscar su felicidad, al nacer como ser humano. Pero la felicidad no es algo que llega naturalmente, y yo creo que se obtiene a través del esfuerzo humano.

Un sentido de consecución espiritual, logros materiales, la realización de tus propios deseos, y también la sensación de suficiencia cuando se superan las dificultades y las penas, todo esto existe dentro del rango de lo que llamamos felicidad.

¿Qué es la felicidad humana? Es el sentimiento o sensación resultante, el regocijo del corazón luego de un esfuerzo y la devoción que parte de uno mismo. En contraste, si una persona no le dedica demasiado esfuerzo, lo que se obtiene no es la felicidad. Surge un sentimiento de que uno ha sido traicionado o engañado, y de ninguna manera esto se le puede llamar felicidad, es como un dinero obtenido de mala manera y que se gasta rápidamente.

En estos tiempos de actualidad, la tendencia es preferir lo “instantáneo” y las cosas “fáciles” en general. Antiguamente sin embargo, cuando un guerrero iba en camino hacia el campo de guerra, rezaba a la luna nueva, “Que caigan sobre mí las siete maldades y los ocho sufrimientos".

Sobreponerse a estas dificultadas significaba superarse a sí mismo, y luego hacía un juramento para derrotar al enemigo. Este "kokoro" es el propio sentimiento que se requiere de alguien que entrena. Si el "kokoro" de uno no está dedicado lo suficientemente, se torna en un caso de “el hombre que acude a Dios solamente en los momentos de angustia,” y la situación se reduce a aquella de “un hombre ahogándose y sosteniéndose de una pajita".

Hay personas que pueden soñar en hacer una fortuna en un solo golpe sin mucho esfuerzo, y quizás la tendencia de hoy en día indica sentimientos aún más fuertes hacia esto. Sin embargo, tomado desde el punto de vista de entrenamiento o más aún desde el Aikido, un logro a través de un “curso veloz” es imposible.

La introspección está influenciada por los tiempos, por el momento, y por los medios que son reflejados en el propio ser con sentimientos de humildad. Las acciones propias de uno están ligadas a los pensamientos, y aunque sí es posible hacer una reflexión luego de actuar, un examen interno y a consciencia está alineado con gran desarrollo y crecimiento, y es un requisito importante para lograr cualquier cosa. Una persona que haga poca introspección se tornará autocomplaciente, y éste es un factor en su carácter personal que se convertirá en algo más y más insignificante.

Hemos escuchado la frase, “Chicos, sean ambiciosos.” Sin embargo, si la persona sólo toma en consideración la ambición de forma continua, nada podrá lograrse, y perderá interés en el mundo y se sentirá desalentada. Sólo cuando la persona junta el entusiasmo con el esfuerzo verdadero, y sólo si se auto-examina cuidadosamente por dentro, es cuando podrá acercarse a sus aspiraciones más apreciadas.

Hay una diferencia entre la auto-reflexión y ser totalmente pasivo. Tener "kokoro" para la introspección conduce a un desarrollo correcto; este es el mismo principio para cuando uno da un paso atrás o jalar hacia atrás antes de hacer un brinco hacia delante. Un estado de extensión continua hace difícil que uno pueda brincar más allá de donde uno está, pero jalar o inclinarse para atrás reduce la dificultad de poder brincar hacia delante.

Un dojo es un lugar para la disciplina. Se espera que la persona tenga seriedad durante su entrenamiento, ya que si ocurre aunque sea una pequeña negligencia, esto dará lugar a que ocurran posibles accidentes. De regreso a casa desde el dojo, o mientras conversa con los amigos, o una vez que llegue a casa, tómese su tiempo para reflexionar sobre su actitud de "kokoro" o de su comportamiento o conducta, ya este día singular es para labrar camino hacia el desarrollo de mañana.

Si una persona tiene pocas fallas y pocos puntos débiles, sería de ayuda si esa persona no dejara que nada le detenga para que empiece de nuevo e inmediatamente. Hay una creencia de que no existe ningún ser perfecto en el mundo; si todas las cosas se tornaran perfectas entonces ya no estarían en el reino de los seres humanos, y ya no habrá necesidad de entrenar como lo hacemos.

No criticar las fallas del otro ni sus defectos, no jactarse de méritos propios, poder hablar honestamente, y poder sentir la humildad – todo esto da luz al verdadero "kokoro" para la introspección.

Es arrogante pensar que solamente los pensamientos propios de uno son perfectos, y sería mejor no asociarse mucho a aquellos que piensen así.

En las sesiones de Aikido cuando uno piensa que ha aprendido algo por sí sólo, y cambia de pareja varias veces mientras practica, llegará a entender nuevos sentimientos y sensaciones. Esto se aplica tanto para aquellos que han entrenado por muchos años como aquellos que aún son alumnos nuevos.

Es un hecho que si uno entrena, paso a paso se acercará a una existencia completa o a la perfección. Esto no significa que la perfección pueda ser perfeccionada, sólo que esto debe ser la meta de la persona. El sentido de “ser” del ser humano está influenciado por pensamientos y actitudes humanos de "kokoro".

En la antigüedad, la acción precedía la palabra, significando que la persona no se daba publicidad ni siquiera con sentimientos modestos, sino que realizaba sus deberes de forma silenciosa, y esto era considerado como un atributo noble.

Más aún, ésta es la línea principal de entrenamiento. Hoy en día las palabras preceden las acciones, o sea el hablar y la promoción preceden la acción. Lo más inútil es cuando todo es hablar y no hay nada de acción, o ponerle énfasis en hablar y hacer propaganda pero llevar a cabo muy pocas cosas. El Fundador de Aikido entrenó y enseñó en el Hombu dojo hasta justo antes de fallecer, que es considerado sencillamente natural para un Fundador, y de hecho para cualquier persona que recorre el camino de Aiki. En la instrucción de Aikido o la práctica, por supuesto que las explicaciones son valiosas, pero si el único énfasis se coloca en esto, entonces habrá peligro de ver solamente un aspecto limitado de Aikido.

Mente y cuerpo – palabras y acción – uno siempre debe esforzarse a coordinar estos elementos, y yo creo que especialmente los instructores de Aikido deben procurar a poner buenos ejemplos.

Todas las personas poseen "ki" y "kokoro". Como seres humanos, sin embargo, siempre extender estas dos cosas de forma correcta y utilizarlas correctamente son requerimientos para nosotros. En la búsqueda y aspiración a estas dos cosas, nos disciplinamos en el Aikido. Dado a que el Aikido sigue la ideología de la no-disensión, aquellos que estudian el Aikido deben estar conscientes que un "kokoro" en contención y el conflicto en sí son una vergüenza.

En Aikido, en vez de fuerte o débil, el problema se trata de correcto o incorrecto. Desde un "kokoro" correcto y el pensamiento correcto, los movimientos para técnicas correctas vienen naturalmente. Según la doctrina que la mente controla el cuerpo, se razona que el entrenamiento es el camino que conduce a la perfección humana.

Si uno tiene "kokoro" para la introspección, entonces surge una naturaleza cooperativa. Sin ego, sin sentimientos egoístas, y con la armonía resultante, sí es posible progresar hacia la meta de perfección humana.

El egoísmo abarca muchas cosas—la reprimenda parcial de ser fuertemente terco en sus opiniones; sentir que solamente sus propios pensamientos son los correctos y creer que los otros son completamente malvados; poner la culpa de los fracasos propios a otros; la tendencia de castigar a otros en forma de denunciarlos; tenerle aversión a los caminos indirectos e ir directamente a la meta de uno y por lo tanto omitir pasos en el medio que son válidos; la tendencia de no estar satisfecho hasta que los asuntos no estén completamente resueltos; una desconfianza hacia los seres humanos; una debilidad por las palabras del tipo místico y poner el sentimiento antes de la razón. Quizás las personas con fuertes tendencias de esta naturaleza podrían tener una ventaja sobre otras, pero al final los defectos propios de uno mismo—la afirmación del ego propio y la inhabilidad tendenciosa de acomodar a otros—resulta en una herida fatal y todo recae en sus propias acciones. Esta es una regla solemne que siempre debe ser seguida.

Esto no significa que uno debe tener menos sueños a alcanzar, pero parece que es más sabio bajar el nivel de altísimas demandas sicológicas que solo buscan alcanzar la cima de la montaña. A la larga, esto es lo que une la introspección y la felicidad personal aplica tanto a los individuos como a las naciones.

Se podría decir que las búsquedas comerciales son ingeniosas e inteligentes, dependiendo de los métodos usados, pero tal como son diferentes cada ambiente personal, cada estilo de vida, y cada forma de pensar, también son diferentes las razones, capacidades, y aplicaciones prácticas y métodos para alcanzar el “ki”. Pero por el bien de lo que estamos entrenando, por el bien de lo que Nidai Doshu Kisshomaru Ueshiba accedió a través de rutas legítimas después de la muerte del Fundador del Aikido, Morihei Ueshiba, y no vaya a ser que perdamos todo el valor de preservar el verdadero Aikido, ¿no deberíamos perseverar en la búsqueda del Aikido correcto? .

Me acuerdo de las palabras dichas por el Fundador cuando ya tenía bastantes años de vida. Él decía, “aun cuando he llegado a esta edad, todavía no soy perfecto; debo hacer más y más investigación en cosas que las personas jóvenes no conocen.” Yo creo que esto es la máxima dorada, de aquel quien habiendo escogido el camino del entrenamiento, ha pasado por mucha introspección con verdadera humildad.

El camino de entrenamiento y la disciplina es estricto y también largo. Podemos sujetarnos a altas esperanzas si no dejamos de sentirnos satisfechos con pequeñas ambiciones y si no nos detenemos a mitad del camino. Pero un recurso aún mejor es la auto-examinación repetida, que nos permite vivir la vida sin arrepentimientos, consistentes con un estilo de vida correcto y con nuestros roles como aprendiz. Nuestras vidas no se pueden revivir de nuevo. No debemos apurarnos sin ningún propósito ni siquiera por un instante, y debemos ser inquebrantables en el propósito para así no desperdiciar momentos preciosos. En nuestras mentes debe estar muy impreso que despertar “kokoro” para la introspección y redimir nuestra humanidad es algo invalorable para nosotros en el entrenamiento.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Cha no Yu.Ceremonia del té


Cha no Yu. Ceremonia del té.


Tomado de: Sabi-Wabi-Zen,
El Zen y las artes japonesas,
Autor: Raymond Thomas

 
 
La ceremonia del té (chanoyu), también conocida como el “camino del té” (chado o sado), es la preparación y el ofrecimiento ritualizados de té verde en polvo en presencia de invitados. Una ceremonia del té formal y completa incluye una comida (chakaiseki) y dos clases de té (koicha y usucha), y dura aproximadamente cuatro horas, durante las cuales, el anfitrión dedica todo su ser a crear un ambiente en el que sus invitados disfruten estética, intelectual y físicamente, rodeados al mismo tiempo de una gran serenidad.

Con el fin de lograr esto, el anfitrión o anfitriona puede pasar décadas para llegar a dominar no sólo los procedimientos acompasados necesarios para servir el té a sus invitados, sino también aprendiendo a apreciar el arte, la artesanía, la poesía y la caligrafía; aprendiendo arreglos florales, a cocinar y a cuidar de un jardín; y al mismo tiempo inculcarse a sí mismo, o a sí misma, la elegancia, el altruismo y la consideración por las necesidades de los demás.

Aunque todos los esfuerzos del anfitrión van dirigidos hacia el disfrute de los participantes, esto no quiere decir que el “camino del té” sea un pasatiempo complaciente para los invitados.

La ceremonia sirve también para dar una lección de humildad a los participantes al concentrar la atención en la profunda belleza de los aspectos más sencillos de la naturaleza –como la luz, el sonido del agua y el brillo del carbón vegetal ardiendo (todo ello realzado en el entorno rústico de una cabaña de té)– y en la fuerza creadora del universo que se manifiesta a través del esfuerzo humano como, por ejemplo, en la creación de objetos hermosos.

La conversación en la habitación del té gira entorno a estos temas. Los invitados no charlarán de cosas sin importancia ni chismorrearán, sino que sus conversaciones tratarán del origen de los utensilios y alabarán la belleza de las manifestaciones naturales.

El objetivo de la ceremonia del té es el del budismo Zen – vivir el momento –, y todo el ritual se prepara para que los sentidos se concentren en ello, para que uno participe plenamente en la ceremonia y no se distraiga pensando en cosas mundanas.

La gente puede que se pregunte si una ceremonia de té formal completa es algo que los japoneses celebran habitualmente para relajarse.

Esto no es así. Actualmente es muy raro que una persona en Japón tenga el lujo de poseer una casa de té, o la motivación para entretener en ella a sus invitados.

Entretener con el ritual del té siempre ha sido, a excepción de los monjes budistas, el privilegio de la elite. No obstante, pregunten si hay mucha gente en Japón que estudie el “camino del té” y la respuesta será un rotundo “sí”.

Hay millones de personas –hombres y mujeres, ricos y pobres pertenecientes a cien o más escuelas de pensamiento diferentes relacionadas con la ceremonia del té por todo Japón. Una vez a la semana, durante todo el año, acuden a sus maestros durante dos horas, compartiendo sus clases con tres o cuatro personas más. Cada uno se turna preparando el té y haciendo de invitado. Luego regresan a sus casas y vuelven a la semana siguiente para hacer lo mismo, muchos lo hacen durante toda su vida.

Durante ese proceso, el estudiante aprende no sólo a hacer el té, sino también a hacer el fuego perfecto con carbón vegetal; a cuidar de los utensilios y a preparar el té en polvo; a apreciar el arte, la poesía, la cerámica, los objetos laqueados, la artesanía de la madera, y los jardines; y a reconocer todas las flores salvajes y la estación en que florecen. Aprenden a comportarse en una habitación de tatami (estera de paja) y a pensar siempre primero en los demás.

El maestro se opone al aprendizaje con libros y se asegura de que todos los movimientos sean aprendidos con el cuerpo y no con el cerebro. Las artes tradicionales –la ceremonia del té, la caligrafía, el arreglo floral y las artes marciales – fueron todas enseñadas originalmente sin libros de texto ni manuales. El objetivo no es el entendimiento intelectual de un tema, sino lograr la presencia de ánimo.

Cada semana hay ligeras variaciones en la rutina, dictadas por los utensilios y la estación del año, para evitar que los estudiantes no se duerman en sus laureles al practicar. Al estudiante se le recuerda que el “camino del té” no es un curso de estudio que debe terminarse, sino la propia vida. Existen muchas oportunidades de acudir a reuniones de té, pero no importa que el estudiante no vaya nunca a una ceremonia formal de cuatro horas llamada chaji –la culminación de todo lo que ha aprendido – porque lo que importa es el proceso de aprender: la minúscula acumulación de conocimiento, la puesta a punto gradual de las sensibilidades y las pequeñas pero satisfactorias mejoras en la capacidad de hacer frente con elegancia a los pequeños dramas de la vida diaria. La fuerza del ritual del té yace en el despliegue de la autocomprensión.

La ceremonia del té en Japón combina cuatro elementos esenciales y se conoce como el WA KEI SEI JAKU. Los principios de la ceremonia son: armonia (wa), respeto (kei), pureza (sei) y tranquilidad (jaku).

Después de ser importado de China, el té verde empezó a beberse en monasterios y mansiones de la aristocracia y de la elite guerrera dominante en el siglo XII aproximadamente. El té se bebió primero como una forma de medicina, y en monasterios para mantenerse uno despierto durante la meditación. Las primeras ceremonias del té fueron ocasiones para hacer ostentación de utensilios preciosos en grandes salones o para celebrar fiestas ruidosas en las que los participantes adivinaban el origen del té que degustaban. Finalmente, a través de la influencia de los maestros del budismo Zen de los siglos XIV y XV, los procedimientos para servir el té delante de invitados pasaron a ser la forma de mejora espiritual con la que millones de estudiantes practican ahora el “camino del té” en las diferentes escuelas existentes en la actualidad.

Un maestro Zen del siglo XV –Murata Juko (1422–1502)– rompió todos los convencionalismos al celebrar un ritual del té para la aristocracia en una humilde habitación de cuatro esteras y media. El maestro de la ceremonia del té que perfeccionó el ritual fue Sen no Rikyu (1522– 1591). Rikyu era hijo de un rico comerciante de Sakai, cerca de Osaka, el puerto comercial más próspero de Japón en el siglo XVI. Gracias a su origen pudo acudir a las ceremonias del té de los ricos, pero lo que más le interesó fue la forma en que los monjes consideraban el ritual del té como la personificación de los principios del Zen para apreciar lo sagrado en la vida cotidiana. Siguiendo el ejemplo de Juko, Rikyu eliminó de la habitación del té y del estilo de preparación todo lo que no era esencial, y desarrolló un ritual del té en el que ningún movimiento era inútil y ningún objeto resultaba superfluo.

En lugar de usar recipientes importados caros en un salón de recepciones lujoso, hizo té en una cabaña con techo de paja usando solamente una simple tetera de hierro, un sencillo recipiente laqueado donde tenía el té, una cucharita y un batidor para batir el té hechos de bambú y una sencilla escudilla de arroz para beber el té.

La única decoración en una habitación de té del estilo Rikyu es un pergamino colgante o un florero colocado en la hornacina. Debido a la falta de decoraciones, los participantes apreciaban mejor los detalles y se deban cuenta de la simple belleza que los rodeaba y de ellos mismos.

La esencia de la ceremonia del té de Rikyu fue el concepto de wabi. Wabi significa literalmente “desolación”. La filosofía Zen toma el lado positivo de esto y dice que la mayor riqueza se encuentra en la desolación y en la pobreza, porque miramos nuestro propio interior y encontramos allí la verdadera riqueza espiritual, cuando no encontramos nada que nos ata a las cosas materiales. Su estilo de hacer el té se llama por lo tanto wabi-cha.

Después de la muerte de Rikyu, su nieto, y posteriormente sus tres biznietos, continuaron con el estilo Rikyu. Mientras tanto, otras variaciones de wabi-cha fueron apareciendo bajo la influencia de ciertos caudillos guerreros, cuya elevada posición social les exigía emplear utensilios más sofisticados y maneras y procedimientos más elaborados que los del sencillo wabi-cha. Aparecieron nuevas escuelas, pero bien se puede decir que el espíritu de wabi-cha constituye el centro de todos ellos. Cuando la clase guerrera fue abolida en la era moderna de Japón (principios de 1868), las mujeres pasaron a ser las que más practicaban la ceremonia del té. Esta ceremonia fue algo que todas las jóvenes necesitaban estudiar para adquirir unos modales elegantes y para aprender a apreciar la estética. Al mismo tiempo, los líderes políticos y de negocios y los coleccionistas de objetos de arte usaron la ceremonia del té como vehículo para coleccionar y disfrutar de objetos de arte.

Las escuelas de la ceremonia del té más grandes de la actualidad son Urasenke y Omotesenke, que fueron fundadas por los dos biznietos de Rikyu. Bajo su influencia y la de otras escuelas importantes, el “camino del té” está siendo enseñado en todo el mundo, mientras que en Japón, los hombres y las mujeres están volviendo a evaluar el “camino del té” como un medio valioso para obtener el dominio de la vida.

En una ceremonia del té formal y completa (chaji), los invitados se reúnen primero en una sala de espera donde se les sirve una taza de agua caliente que será usada más adelante para hacer el té. Luego pasan a una pérgola en el jardín y esperan a ser recibidos por el anfitrión. El recibimiento se hace en forma de reverencia en la puerta interior. Los invitados pasan luego a un lavabo de piedra con agua donde purifican sus manos y sus bocas con el agua y entran en la habitación de té a través de una entrada baja diseñada para recordarles que todos son iguales.

Los invitados admiran el pergamino colgante en la hornacina, que generalmente tiene la caligrafía de un monje budista Zen, y toman sus asientos, arrodillándose en el piso de tatami (estera de paja). Tras los saludos obligatorios, el anfitrión pone carbón vegetal en el fuego y sirve una comida sencilla de alimentos estacionales, lo justo para calmar las punzadas de hambre. Y a continuación sirve dulces no secos.

Los invitados regresan a la pérgola y esperan a ser llamados de nuevo para que les sirvan el té. El recipiente del té, la cucharita del té y el tazón del té se limpian en un acto de purificación simbólica, cuyo movimiento rítmico pone a los invitados en un estado de calma concentrada. El té es espeso y se prepara en silencio, y el tazón se pasa entre los invitados que beben por el mismo sitio del tazón en un acto de unión simbólica. El anfitrión añade luego más carbón vegetal al fuego, sirve dulces secos y prepara otro té, pero esta vez más ligero y con más espuma. Durante la etapa final, el ambiente pierde gravedad y los invitados conversan de manera informal. Sin embargo, la conversación aún trata de la apreciación de los utensilios y el humor.

El deber del invitado principal consiste en actuar como representante de todos los presentes, hacer preguntas relacionadas con los utensilios y las decoraciones elegidas para la reunión y trabajar al unísono con el anfitrión para asegurar que la reunión prosiga perfectamente, sin que la inspiración de los invitados sufra ninguna distracción.

El invitado lleva un paquete de papeles plegados en los que deberá poner los dulces antes de comerlos. Para cortar y comer los dulces no secos se emplea un palillo especial, pero los dulces secos pueden comerse con los dedos.

Cuando usted reciba un tazón de té, póngalo entre usted y el siguiente invitado y haga una reverencia para excusarse usted mismo por beber primero. Luego póngalo delante de sus rodillas y dé las gracias al anfitrión. Tome el tazón y levántelo, póngalo en la palma de la mano izquierda y levántelo un poco haciendo una leve inclinación de la cabeza en señal de gracias. Gire el tazón para que la parte delantera, que se distingue por una marca del horno o una decoración, quede lejos de sus labios. Beba y limpie la parte por donde ha bebido con sus dedos. Gire la parte delantera del tazón para que quede frente a usted. Ponga el tazón en el tatami frente a usted y con los codos sobre sus rodillas levante el tazón y admírelo. Mientras gira el tazón, asegúrese de que la parte delantera haya sido girada y quede orientada hacia el anfitrión.


martes, 13 de noviembre de 2012

La mujer del Samurai

La mujer del Samurai

 
Tomado de http://culturajaponesa.blogspot.com

Durante toda la historia de Japón es innegable que las mujeres han tenido un papel importantísimo. La sociedad japonesa, sobretodo la feudal, siempre se ha caracterizado por tener un fuerte componente matriarcal, solamente basta remitirse a la diosa más importante del sintoísmo, Amateratsu, de forma femenina.

Los valores que principalmente debía tener toda mujer de familia samurai eran la humildad, la obediencia, el autocontrol, la fortaleza y sobretodo la lealtad, hasta más allá de la muerte si fuera necesario. Todos estos preceptos también exigidos a los hombres pero con más responsabilidades; la mujer de un samurai también se dedicaba al manejo de la propiedad y del archivo; se encargaba de los asuntos financieros y de todo lo relacionado con la economía doméstica; y además, se encargaban de la educación de los hijos y del cuidado de los padres ancianos. Aún así disfrutaban de las ventajas de una posición superior respecto al resto de mujeres al no tener que realizar trabajo físico, excepto el entrenamiento militar, ya que la mujer samurai también debía defender sus propiedades y su clan -mientras los hombres hacían la guerra-.

Muchas de estas mujeres eran hábiles en el manejo de varias armas y dedicaban una parte de su educación a ello; su arma principal eran el arco y el naginata, una lanza ligera que en muchas ocasiones colgaban preparada a la entrada de las casas; el kaiken, un puñal corto y ligero, sencillo de ocultar entre la ropa; otras armas ocultas que solían llevar tanto samuráis como sus mujeres eran el kansashi, simples horquillas de pelo hechas de acero y punta afilada; y otra arma curiosa es el tessen, un abanico cuya estructura estaba hecha de hierro.

Unas pocas de estas mujeres destacaron como auténticas guerreras alabadas por los hombres y temidas por ellos, se las llamaba onna-bugeisha (女武芸者, 'onna-bugeisha') que significa literalmente “mujer samurái”. La Emperatriz Jingu, Tomoe Gozen, Nakano Takeko, Hojo Masako o alguna ya en época contemporánea como Yamakawa Futaba son algunas de las mujeres guerreras más famosas.


La guerrera samurai, Tomoe Gozen (1157-1184)

En la “Historia de Heike”, un libro japonés del siglo XII, se hace alusión a una mujer que destacó en el mundo de los guerreros samurái. Conocida como Tomoe Gozen (Círculo perfecto), esta legendaria mujer luchó como una perfecta samurái al lado de su esposo o compañero (según las fuentes) en las guerras entre clanes conocidas como Guerras Gempei.

Según El Cantar de Heike - poema épico clásico de la literatura japonesa- “Tomoe era especialmente hermosa, de piel blanca, pelo largo y bellas facciones. También era una excelente arquera, y como espadachín era una guerrera que valía por mil, dispuesta a confrontar un demonio o un dios, a caballo o en pie. Domaba caballos salvajes con gran habilidad; cabalgaba por peligrosas pendientes sin rasguño alguno. Cuando quiera que una batalla era inminente, Yoshinaka la enviaba como su primer capitán, equipada con una pesada armadura, una enorme espada y un poderoso arco; y ella era más valerosa que cualquiera de sus otros guerreros”.


El arte marcial como herencia familiar

Tomoe Gozen nació alrededor del año 1157 en Japón, en el seno de una prestigiosa familia de samuráis. A pesar de que las mujeres no debían dedicarse a la guerra, eran instruidas en el arte marcial de la naginata para proteger sus hogares durante las largas ausencias de los guerreros samuráis. La naginata era una suerte de lanza de madera que llevaba acoplada una hoja metálica. Tomoe aprendió a dominar la naginata con gran soltura y eficacia. Amante de la lucha, Tomoe se familiarizó también con el uso del arco y dominó a la perfección los caballos.

Tomoe Gozen formó parte de las conocidas como Guerras Gempei que durante 5 años, entre 1180 y 1185 enfrentaron a dos principales clanes, Taira y Minamoto. Tomoe luchó con valentía del lado del clan Minamoto junto a su esposo, un prestigioso general llamado Minamoto Yoshinaka.

Finalizada la guerra a favor del clan de Tomoe, su esposo sufrió las acusaciones de conspiración por parte del Shogun de Kamakura, Yorimoto Minamoto, quien apeló al emperador para que fuera declarado enemigo del estado. Minamoto Yoshinaka fue abandonado por sus hombres, excepto por algunos de sus más fieles soldados y su esposa.

No está claro cómo murió Tomoe. Mientras unas fuentes apuntan que falleció al lado de su esposo en la batalla de Awazu, otras aseguran que Tomoe era simplemente compañera de Minamoto y otras afirman que terminó sus días como religiosa en un templo budista.

Sea como fuere, la existencia de la guerrera samurái Tomoe Gozen parece demostrada y su vida legendaria sigue fascinando a su país y al resto del mundo.

domingo, 28 de octubre de 2012

El corazón del Aikido: la práctica en sí misma


El corazón del Aikido: la práctica en sí misma
Tomado de http://aikidoescobar.blogspot.com




Los beneficios para la salud del ejercicio físico, como los que experimentamos durante la práctica de Aikido, han sido ampliamente demostrados. El ejercicio fortalece el corazón, los músculos, tendones, articulaciones y huesos. Recientemente, se ha llegado a la evidencia que sugiere que el ejercicio regular, es beneficioso para el cerebro (incluso puede llegar a mejorar la cognición y el estado anímico). Todo esto junto hace que sea claro que el Aikido sea bueno para el cuerpo, pero ¿qué pasa con el espíritu?.


Evitando discusiones acerca de “Kotodama” (literalmente: “espíritu de la palabra” ) y la conexión histórica entre el Aikido y Omotokyo (religión politeísta del Japón con objetivos sociopolíticos, derivada del sintoísmo), todavía hay un elemento en el corazón de Aikido de naturaleza espiritual, la cual a menudo es pasado por alto: la propia práctica.


La mayoría de los practicantes de Aikido no son soldados, así que no esperes a utilizar este arte en la guerra. Entre algunos “guerreros modernos” (muy pocos lamentablemente), ya hay cierto entendimiento de que si la necesidad de luchar con las manos surge, entonces algo ha salido terriblemente mal. La policía y fuerzas similares que deben mantener la paz, se encuentran entre los pocos que podrían utilizar Aikido como algo más que un último recurso, pero prefieren otras opciones. Como tal, está claro que la mayoría de los aikidokas sólo utilizamos nuestro arte durante la práctica.


Esta práctica es el propósito de Aikido. La ropa, las armas y las costumbres son importantes, pero si no fuera por la práctica en sí, todo lo demás carecería de sentido. Vamos al Dojo para entrenar, no a mostrar nuestras habilidades. Asistimos a las clases para aprender, practicar, mejorar y crecer, no para disfrutar de la decoración y de una buena charla. También vamos al Dojo para ayudar en su práctica a los demás, ya sea mediante la enseñanza o de ser su compañero.


La práctica de Aikido, literal y figurativamente, reúne a la gente. Desde el saludo inicial "onegai-shimasu" (en el contexto de las artes marciales: "por favor permítame practicar con usted") entramos en el corazón del Aikido. Al pedir a alguien que sea nuestro compañero de entrenamiento nos abrimos a otro ser humano. A pesar de los agarres, luchas, golpes y hasta a veces batallar utilizando la fuerza física, no se considera que esto sea un conflicto. Todo lo contrario, juntos, aprendemos a combinar mejor nuestras energías e intenciones con las de los demás. Nos enteramos de sus puntos fuertes y débiles, a la vez que exponemos los nuestros.


Cuando un compañero de entrenamiento, siente debilidad y sin embargo sigue acercándose lo suficiente como para recibir un golpe, se encuentra en su punto más vulnerable. En términos tácticos, nuestro compañero está expuesto y vulnerable, abandonándose a nuestra merced. Estar abiertos a los ataques, nos entrena para reconocer que, aunque las posibilidades de ser heridos o sufrir una lesión sean reales, otro ser humano está en la misma situación. Al reconocer su vulnerabilidad podemos usar su debilidad, para destruirlos, pero esa elección sería una forma de autodestrucción.


Crecemos juntos, con la comprensión de que en ese instante el otro es igual a mí: abierto y en peligro.


La necesidad de proteger a nuestros compañeros se hace más clara. Durante la práctica confiamos uno en el otro, poniendo nuestro cuerpo y nuestra salud en manos de un “extraño”. Este nivel de confianza rompe las barreras entre las personas de una forma tan particular, que en otro escenario es poco probable que ocurra.


Más allá de "no dañar" a nuestros compañeros, la realidad es totalmente diferente a eso. Como senpai (“guía” o en este contexto: “más antiguo, de mayor graduación”, literalmente “compañero de antes”) es nuestra responsabilidad proteger a nuestros kōhai (“guiado” o en este contexto: más moderno, “de menor graduación", literalmente “compañero de después”). En el tatami (“piso donde se practica”) la relación entre senpai y kōhai refleja la profunda reciprocidad de propósitos. kōhai aprende la técnica ayudado por senpai, y éste aprende a comunicar y demostrar, a la vez que debe esforzase en pulir su propia técnica. Ambas partes aprenden empatía y crean lazos.


Es cierto, Aikido crece a partir de la reciprocidad física y emocional de la formación gracias a la práctica diaria. Claramente entonces, la práctica es el propósito el significado y el corazón del Aikido

viernes, 12 de octubre de 2012

Aikido y la capacidad para comunicarnos

Aikido y la capacidad para comunicarnos.
La inteligencia del cuerpo y las emociones

Tomado de http://aikidocba.blogspot.com


Cortesía Howard Yanes


A veces somos demasiado racionales. Y mucha gente decide no atender ni al lenguaje del cuerpo ni a las intuiciones ni a las emociones, a costa de no conocernos bien y perder el rumbo.

Una paradoja de nuestra época es que el ser humano es capaz de viajar por el espacio, estudiar la estructura íntima de la materia o cartografiar su propio mapa genético, pero seguir siendo un desconocido para sí mismo. Nuestra atención se proyecta continuamente hacia fuera, fascinada ante la complejidad y los misterios del mundo. Contamos con conexiones fáciles e instantáneas con el exterior -Internet, televisión, móviles...-, pero quizá no sabemos cómo acceder a nuestro interior.
Descuidar esta conexión sin duda tiene un precio. Sensaciones de vacío, sinsentido y confusión señalan de manera más o menos intensa que se ha perdido ese contacto íntimo con la propia esencia. Y vivir volcado hacia fuera puede hacer que se pierda una parte importante de la experiencia: la que transcurre dentro.

Las emociones, las sensaciones, los mensajes del cuerpo, los pensamientos, la voz de la intuición aportan la información más constante y directa de que disponemos. Solo desde esta conexión interna una persona puede estar centrada, sabiendo quién es y hacia dónde desea dirigirse.

Una capacidad natural

"Cuando el hombre descubrió el espejo empezó a perder su alma" (Erich Fromm)
Hay personas que logran mantener viva esa conexión consigo mismas, e incluso utilizarla para diferentes fines, mientras que para otras supone una sensación lejana, casi olvidada. Cuando somos niños poseemos esa capacidad de manera natural. Sin embargo, con el tiempo esta comunicación puede ser interferida. En esa desconexión influye, por un lado, la primacía que se otorga a la razón por encima de otras funciones como percibir o sentir. Se confía en lo que se puede comprobar o palpar, mientras que se relega lo subjetivo a un papel casi insignificante.

Por otro lado, la capacidad de ser conscientes supone un arma de doble filo. Conecta a la persona con su realidad interna, pero también bloquea lo que no se ajusta a lo establecido.

Vivir desconectado

"Cada día sabemos más y entendemos menos" (A. Einstein)

Perder esta conexión conlleva consecuencias. Algunas personas, por ejemplo, descubren en algún momento que su vida no es lo que querían, pues quizá se han dejado llevar por las circunstancias sin preguntarse más allá. No resulta agradable sentirse un extraño con uno mismo. Sucede sobre todo cuando alguien busca adaptarse tanto a lo que se espera de él o mantener una buena imagen, que termina olvidando quién es realmente.

También hay personas que escapan continuamente del contacto consigo mismas, llenando sus horas con actividades, relaciones, adicciones... Cuando cesan las distracciones externas y se hace el silencio aparecen con más fuerza los miedos o carencias no resueltos.

Crear puentes

A veces, el sufrimiento o la enfermedad implican una entrada rápida a una mayor conciencia de uno mismo. Sin embargo, es preferible no esperar a encontrarse en una situación crítica; en cualquier instante, una persona puede empezar a crear puentes que conecten con diferentes niveles de su experiencia interna.

Estas son las vías:

1. El diálogo interior
"El lenguaje es la casa del ser" (Heidegger)

Un primer contacto puede ser observar el diálogo que se mantiene con uno mismo. Allí se condensan gran parte de los pensamientos, ideas, preocupaciones y obsesiones que ocupan la mente. Estos diálogos ocurren de manera continua, seamos conscientes o no, y pueden aportar una información valiosa sobre uno mismo. Las palabras, el tono, la manera de expresarse, incluso a nivel interno, ejercen una gran influencia. Nos sentimos muy diferentes al hablarnos de manera crítica o despectiva que si predomina un tono comprensivo y tranquilizador. Buscar el silencio o la quietud permite empezar a escuchar ese diálogo.

2. El cuerpo
"He dejado de hacer preguntas a las estrellas y libros; he empezado a escuchar las enseñanzas que me susurra mi sangre" (Hermann Hesse)

A veces vivimos escindidos del cuerpo, considerado comúnmente como el hermano tonto de la cabeza. Al no entender sus cambios, su lenguaje, ni el sentido de los síntomas, se presta poca atención a sus mensajes. Más bien se intentan controlar o tapar esas señales cuando resultan molestas u obligan a modificar los planes. Sin embargo, el cuerpo es el canal de conexión entre el mundo exterior y el interior. A través de él experimentamos y percibimos la realidad, y a la vez refleja nuestra historia. Cada síntoma o manifestación corporal dice algo de nosotros.

Quizá no podamos comprender siempre sus razones, pero es preciso aprender a confiar más en la sabiduría del propio cuerpo. En lugar de bloquear sus señales, se puede optar por escucharlas. En vez de desconectar de las sensaciones, se pueden utilizar como indicaciones útiles.

3. Las emociones
"Las emociones, cuando se integran con la razón, nos hacen más sabios" (Leslie S. Greenberg)

También las emociones han sido consideradas inferiores a la razón, como un vestigio de nuestra parte más primitiva e instintiva. No es de extrañar que produzca tanto miedo adentrarse en ellas.

La emoción es ciertamente más antigua que la razón, pues constituye un tipo de inteligencia más instantánea. Si se despierta miedo o rabia, todo el cuerpo se prepara para la acción, pues ante un peligro real no hay tiempo para pensar. Sabemos que dejarse llevar por la emoción puede suponer un problema, pero ignorar o reprimir lo que se siente, también, pues la tensión emocional acumulada tiende a desbordarse. Una buena medida es mantener una conexión continua con las propias emociones, lo cual suele ser garantía de una mayor capacidad para encauzarlas. La emoción es un indicio que informa de cómo estamos viviendo algo y, bien utilizada, puede ayudar a resolver situaciones o mejorar la relación con los demás.

4. El inconsciente
"La mente es un profundo océano, pero nosotros solo logramos ser conscientes de la leve espuma de la superficie" (Henry Laborit)

El inconsciente, más allá de la visión negativa que a veces se tiene de él como un sumidero de impulsos o recuerdos reprimidos, constituye una parcela enorme de la mente (se le atribuye en torno al 85% de la capacidad cerebral) repleta de posibilidades aún desconocidas.

La mente consciente se encarga de razonar, discriminar, analizar la información y tomar decisiones. La mente inconsciente actúa de manera totalmente distinta: controla las funciones involuntarias del organismo, capta y almacena toda la información de los sentidos y contiene la memoria emocional. El psiquiatra Carl Gustav Jung lo definía como un pozo inabarcable de información al que es posible asomarse para aprender tanto acerca de uno mismo como del mundo.

Las intuiciones, los sueños, los momentos de inspiración tienden un puente entre consciente e inconsciente. Nuestra mente almacena muchos datos, impresiones y percepciones que no conocemos, pero que en un momento dado pueden aflorar a la superficie. Contamos con una sabiduría que va más allá de la razón, y que se muestra de manera más clara cuanto más conectamos con nosotros mismos.

Mantener el ancla
“No corras, ve despacio, que adonde tienes que ir es a ti solo” (Juan Ramón Jiménez)

Conectar significa unir, establecer una comunicación. Hemos llevado muy lejos nuestra capacidad intelectual, pero quizá hemos olvidado que existen otros medios para aprehender la realidad: la inteligencia del cuerpo, de las emociones, del inconsciente… Se trata de conocimientos simplemente diferentes, complementarios a la razón. Cada persona puede buscar en su interior la sensación de estar conectada. Quizá recuerde un momento en que se sentía especialmente relajado y lúcido. Estar en contacto con uno mismo es como mantener un ancla que permite mantener la calma y firmeza interior.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Evolución de la armadura samurai

Evolución de la armadura samurai

 
Tomado del libro Breve Historia de los
Samurai, Juan Antonio Cebrián compilador

La evolución de la armadura japonesa puede relacionarse de forma intrínseca con la evolución del sable japonés así como con el resto del arsenal armamentístico del samurai, yari, arco y flecha, naginata. Esencialmente, porque la evolución de las armas empleadas en batalla y las defensas que se utilizan para contrarrestarlas, dependen en gran medida de la adaptación a las técnicas de combate, de tal forma que permitan una efectividad a la hora de penetrar y destruir los elementos defensivos a los que tiene que enfrentarse. De igual manera, pero a la inversa, se requiere de un sistema defensivo que necesariamente evolucione hacia un desarrollo que lo convierta en efectivo a la hora de frenar un ataque infringido con un arma determinada.

En este sentido se puede afirmar que la producción de armaduras en Japón experimentó una evolución acorde a la necesidad de defensa del guerrero en cada momento, marcada como es evidente por la cantidad de guerras de cada periodo. Así pues, las armaduras jugaban un papel importante por las guerras entre clanes, siendo la época de esplendor el periodo de entreguerras –Sengoku- hasta el periodo de paz –Tokugawa-, cuando la armadura cae prácticamente en desuso por la inexistencia de guerras para usarlas, pasando a convertirse en un elemento básicamente ceremonial y de prestigio.

La armadura japonesa, a pesar de la mayor o menor sofisticación de uno u otro momento, siempre trató de conjugar la protección con una alta movilidad que permitiese al guerrero una libertad de movimientos eficiente. Por ello, una de las preocupaciones de los gusoku-shi (maestros artesanos de armaduras) fue la utilización de unos materiales que permitiesen esta comunión entre blindaje y ligereza.

Se ha convenido que, principalmente por tradición y por las pruebas existentes, tales materiales desde las primeras evidencias existentes, son el metal y el cuero. Se tiene constancia por hallazgos arqueológicos que ya desde el año 400 a.c se empleaba el hierro como elemento constructor trabajado de forma minuciosa y brillante para reducir su peso y facilitar la movilidad debido a una mayor ligereza.

Las primeras armaduras de las que se tiene constancia proceden de entre los siglos V y VIII, encontradas en túmulos funerarios y ligadas al estado de Yamato. Responden al nombre de tanko y fueron confeccionadas en placas de hierro que se sujetaban por medio de correas de cuero. Son armaduras que por morfología parecen realizadas para ser eminentemente utilizadas a pie y con una cierta dificultad para su vestimenta, algo que posteriormente se vería mejorado en las posteriores realizaciones evolucionando hacia las kogane-majiri-no yoroi del S.IX.

La parte inferior del cuerpo se cubría con una pieza llamada kusazuri a modo de musleras, quedando al descubierto la parte inferior de las piernas cubiertas tan sólo por la vestimenta del pantalón. La parte de los hombros y antebrazos se cubrían con una serie de placas semicirculares y las muñecas por medio de unos brazaletes de hierro a modo de medios cilindros, que vislumbran lo que posteriormente serán los kote.

Del mismo modo, el casco estaba elaborado en hierro hábilmente trabajado con el fin de facilitar el movimiento de la cabeza, y por la zona del cuello se extendían una serie de láminas a modo de gorguera que aportaban protección a la zona.

Todo este atuendo se complementaba con un elemento que difícilmente se vería posteriormente: un gran escudo, cuyo origen pueda deberse a la influencia continental de China y Corea.

Algo posteriores a las tanko, aunque conviven en el tiempo, son las armaduras llamadas Keiko, de tipo laminar y concebidas para ser utilizadas por la caballería por su mayor ligereza y capacidad de movilidad, ejemplo de ellas son la halladas en algunas de las figuras haniwa –figuras terracota elaboradas para uso ceremoniales- de los túmulos funerarios. La fusión de ambos tipos de armadura conducirá a la aparición del yoroi.

De la evolución del Keiko y ya a finales del periodo Heian(794-1185), comienza a verse las primeras armaduras completas tal y como hoy las imaginamos, realizadas con láminas de hierro unidas por medio de cuero y ricamente entrelazadas por cordones de seda que forman un patrón que en muchas ocasiones es identificativo del modelo de armadura, así como también lo es el odoshi o forma de unir las láminas metálicas.

Esta forma particular de trabajar el metal, el cuero y la seda se convirtió en una forma excelente de complementar protección con ligereza y capacidad de movimiento a quien portaba la armadura, algo esencialmente importante en la mentalidad del guerrero japonés, además, a partir del S.IX se convirtió en un arte el odoshi-gei, que confería personalidad propia a los distintos modelos de armaduras que se manufacturaban en función de un clan. El deseo de diferenciarse como clan hizo determinante estilos y colores propios e identificativos de las distintas grandes familias; ejemplos de ello se pueden encontrar en el verde de Fujiwara, el púrpura de Taira, o el archiconocido rojo de la familia Ii, motivo por el cual pasaron a conocerse como “diablos rojos”; incluso el blanco color de luto en la cultura nipona tenía un gran simbolismo, ya que quien lo vestía exteriorizaba con ese color su sentido convencimiento de dejar la vida en la batalla.

La manufactura de una armadura acaparaba una complejidad simbólica que trascendía más allá de su pura funcionalidad. Si el odoshi como se ha comentado servía para diferenciar modelos de armadura, clanes o rangos, del mismo modo que los colores, la utilización del cuero y la seda también era un factor que servía para dar este tipo de información; el kebiki al igual que el odoshi, se convirtió en un arte por el cual y a través del entramado de la seda se podía diferenciar la tipología de las armaduras según el rango jerárquico que querían representar; así pues urdimbres amplias y holgadas, o-arame, sugake-do-maru o kebiki-do-maru, fueron propias de soldados de bajo rango que entraban fácilmente en acción ya que este tipo de entramado favorecía la libertad de movimientos, mientras que las más tensas y agrupadas quedaron para generales por ser más ornamentadas y estéticas.

Las Keiko convivieron con el tipo de armadura que utilizaban los soldados de a pie -de infantería-, armaduras más sencillas que ofrecían una gran movilidad y capacidad de movimiento al usuario, habiendo distintas tipologías como la celebre do-maru y su variante abierta en la parte posterior haramaki-do.

La profusión en el uso de la seda y el textil llegó a ser criticado aludiéndose que tanto tejido podía llegar a ser contraproducente en batalla, pues en esa maraña, en un lance de combate podrían quedar enganchadas armas enemigas o proyectiles, del mismo modo que entre sus recovecos se podrían llegar a generar mohos y parásitos como consecuencia de las humedades y la suciedad de las campañas y los consecuentes problemas que aquello podía generar en un soldado o un regimiento.

Como consecuencia de esta crítica a dicho modo de trabajo de la armadura, la historiografía nos deja una división que diferencia entre armaduras anteriores al S.XVI que abarcaría todas las variantes, yoroi, do-maru, haramaki-do y las posteriores que pasarían a ser conocidas con el nombre genérico de gusoku, palabra que posteriormente iría adquiriendo un significado más amplio y que serviría para designar cualquier tipo de armadura completa independientemente de la época a la que perteneciese.

A partir del S.XII comenzó a hacerse mayoritario el uso del yoroi por un gran número de samurais, básicamente de los de alto rango, y aunque en su origen la palabra identificaba únicamente al do o parte que protege la zona pectoral, con el tiempo su uso paso a referirse a una armadura completa formada por todas las partes de pies a cabeza.

Este tipo de armadura podía presentar diseños muy variados en función del tipo de artesanía con la que fuese trabajada, tal y como antes se ha indicado. No obstante y de forma general mantenía una morfología básica legada de su antecesora, estando compuesta por un cuerpo central formado por la unión de las distintas láminas de metal, prestando especial interés en las zonas más importantes a blindar, unidas por el ya nombrado cuero y la seda o el textil. Se componían básicamente del do o protección pectoral, las sode para los hombros, las sune-ate para las piernas, los kote para los brazos, el uwa-obi, el mempo y el kabuto para cara y cabeza.

Eran armaduras un tanto rígidas, motivo por el cual su uso quedaba esencialmente restringido a generales y altos mandos por su difícil participación en combate, identificándose más con un rango jerárquico y como imagen de respeto y temor.

Este tipo de yoroi completa, no fue el tipo de armadura generalizada, pues como se ha mencionado, su papel quedaba relegado a generales o personajes reseñables dentro del organigrama de cada ejército. En el periodo Sengoku, famoso por las intestinas guerras internas del país, se optó por el uso generalizado del do-maru propio de la infantería y que en función de cada guerrero y sus condiciones físicas podía ser complementado por otros elementos, como las sune-ate, el kabuto o los kote, todo ello sujeto a la conjunción de protección y la tan importante capacidad de movimiento, ya que un yoroi completo rondaba los 25-30 kilos y restringía la movilidad.

O-yoroi

Con el fin del periodo de entreguerras y la ascensión al shogunato de Tokugawa Ieyasu, la paz del periodo Edo repercutió en la confección de las armaduras del mismo modo que lo hizo en la armamentística. La carencia de guerras hizo innecesaria la producción masiva de armaduras por lo que se dio un giro en su significado. Pasó de ser un elemento práctico defensivo incuestionable a un elemento identificativo de poder y de estatus, que en ocasiones llegó a considerarse como un elemento meramente artístico.

Con motivo de esta nueva concepción de la armadura, se empezaron a confeccionar un nuevo tipo de armaduras más opulentas y sobrecargadas de elementos decorativos, las o-yoroi, cuya función quedaba únicamente destinada a ser vestidas por grandes generales o daimyos en actos ceremoniales y eventos de la corte. La importancia simbólica de este tipo de armaduras poco funcionales llegó a ser tal, que según determinadas fuentes se crearon códigos de cómo vestirla y cómo llevarla como símbolo identificativos propios de cada clan.

Por ello, como se dijo al inicio de la reseña, la evolución de la armadura japonesa va acorde a la evolución armamentística. Su mayor auge y evolución depende de los periodos de guerras en el que las armas y los elementos defensivos son vitales para el éxito o el fracaso, no obstante poco a poco y según se establece la paz en el país el uso de las armas se va haciendo innecesario, y se va limitando a actos protocolarios configurándose en sello y firma de un estatus jerárquico dentro de una sociedad fuertemente diferenciada en estamentos desiguales.

Partes de la armadura y su indumentaria

En este apartado pretendo definir las distintas partes que conforman la armadura, no sólo a las más características y que rápidamente identificamos como puedan ser el do o coraza, y el kabuto o casco, sino a toda la indumentaria que se vestía incluso como ropa interior cuya importancia es básica en la vestimenta.

Comenzando desde la ropa interior, la prenda primera que se utilizaría a modo de calzón recibía el nombre de fundoshi, elaborado con distintos materiales según la época del año y podía ser corto o largo, extendiéndose este último por la zona del pecho para ser anudado en la nuca por medios de unos cordones que lo sustentaban. Sobre el fundoshi se colocaba un shitagi, similar a un kimono o yukata aunque algo más corto que era anudado por medio de un kaku-obi(cinturón ancho), incluyendo sobre esta vestimenta los samurai de mayor jerarquía un manto reforzado y suntuoso que recibía el nombre de yoroi hitatare.

Para la zona de los muslos y la cadera se utilizaba una pieza llamada haidate, generalmente confeccionado por el sistema de láminas ya nombrado, aunque podía variar en función de la movilidad que el usuario requiriese o la climatología de cada época.

La parte de los brazos se cubría inicialmente con un prenda a modo de guantes llamada yugake, reforzada como protección inicial sobre la que posteriormente se colocaba los kote blindados por el mismo sistema de placas -esencialmente en la zona exterior- con el fin de quedar libre la interior para una buena movilidad de los brazos protegiéndose esta zona interior y la zona de las axilas con un refuerzo a modo de pequeña chamarra llamado wakibiki. De esta última pieza existe un gran número de diseños y refuerzos según estilos, gustos o épocas.

La zona de protección del pecho, el do, es una de la partes más importantes y personalizada dentro de la armadura. Su importancia es capital no sólo por encargarse de una zona del cuerpo vital sino porque es la que especificaba, con su morfología y tipología, qué tipo de armadura era. En esencia se componía de placas de metal entrelazadas por medio de seda y textil tal y como se dijo, reforzadas por medio de piezas de cuero y en ocasiones lacadas, método que además aseguraba un perfecto aislamiento a las humedades.

La variedad era muy grande, sobre todo en diseño y colorido, aunque por tipología podemos señalar dos grande grupos, las conformadas por las susodichas piezas de metal ligadas por un entramado de cintas, y las de una sola pieza o placas a modo de pechuga de ave por ser la unión de grandes placas en este sentido. En cuanto a la forma de vestirlas se puede hablar de dos maneras, las del tipo haramaki-do con una abertura en la parte trasera y las de tipo do-maru que se abrían por los laterales; pero seguramente existieron otros sistemas muy poco utilizados.

Para los hombros se utilizaban unas piezas confeccionadas del mismo modo a base de láminas entretejidas en tiras llamadas sode, muy ostentosas y decoradas para los oficiales de alto rango y algo más sencillas en los de inferior, existiendo además múltiples variantes en función de su tamaño, diseño, forma. La zona del cuello se protegía con una pieza semicircular hecha también de placas que se adaptaba al cuello y que recibía el nombre de nodowa.

Otra de las piezas esenciales y emblemáticas tanto por su función defensiva de una zona tan vital como es la cabeza así como por el inmenso número de diseños y modelos, es el kabuto o casco. Generalmente se conforma por una pieza central que es lo que se podría definir como el casco puramente, que se llama hachi, a él se unían otra piezas como el shikoro, conformado por la unión de varias piezas laminadas (entre 3 y 7), que servía de protección al cuello en su zona lateral y trasera pues recorrían el perímetro del hachi en su mitad posterior. Además el shikoro en muchas ocasiones servía además para dar nombre al tipo de kabuto en función del número de tiras o sus dimensiones. El maezashi, una visera frontal, y el fukigaeshi, una especie de orejas salientes en los laterales de la zona frontal, a pesar de parecer piezas puramente decorativas, tenían su parte de función de blindaje extra a determinados ataques que pudieran llegar por esas zonas.

El diseño y la variedad de kabutos es enorme, y no sólo como un gusto por la estética o por lo relacionado directamente con un diseño defensivo. El transfondo y el simbolismo es muy grande sobre todo en los kabuto de los generales que se convertían en auténticos estandartes con los que transmitir al enemigo respeto y temor y hacer notar el clan al que pertenecían y su valía en la guerra; los maedate, elemento que servía como insignia o blasón, se convertían en auténticos muestrarios que indicaban cualidades como el valor, honor o el arrojo.

Finalmente para la protección de la zona de la cara se colocaban una máscara que variaba en diseño y ornamentación según el rango del portador; estaban generalmente realizadas en metal e incluso en cuero lacado y endurecido. Genéricamente reciben el nombre de mempo, aunque realmente este es el nombre correcto para referirse a las máscaras integrales que cubrían toda la cara, había otros modelos que cubrían solo la mitad de la cara o las mejillas y la frente a pesar de identificarse con el nombre indicado, tenían el suyo propio más específico, hoate, sarubo, tsubamebo. A parte de su función eminentemente protectora estas máscaras tenían la intención psicológica de mostrar temor y respeto al enemigo, para lo cual se confeccionaban siguiendo diseños que emulasen los rasgos de demonios, animales, ancianos venerables o viriles rostros jóvenes.

Cabe destacar que para los ashigaru – los “pies ligeros” o soldados rasos milicianos - este tipo de máscaras eran muy básicas y sin ningún tipo de trabajo de personalización, de hecho, otra de las funciones de las máscaras era equilibrar el conjunto del kabuto, en la medida en que este tipo de soldados no vestían armaduras y su protección se limitaba a la cabeza con un tipo de sombrero denominado jingasa, de amplio perfil circular realzado en su centro y realizado en metal.

A grandes rasgos se puede afirmar que esta es la indumentaria que conformaba la armadura yoroi de un samurái. Es conveniente tener en cuenta que no todos la llevarían completa y que esencialmente en función del grado se vestirían unos u otros elementos variando de forma casi infinita los modelos, diseños y la forma de combinar las diferentes partes; también es un punto a tener en cuenta que los propios gustos o incluso la forma física de cada individuo podía influir de manera notable en la forma de vestir las distintas partes de la armadura, con el fin de conseguir una mayor comodidad a la hora de entrar en batalla.

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