La difusión del Aikido : la dificultad de poner una pieza cuadrada en un hueco redondo
Escrito por A.Llanes (31/07/2022)
Sumario
La sociedad actual reclama la presencia de valores de convivencia que se cultivan a través de la práctica del Aikido. La falta de comprensión respecto a la dinámica de Dōjō aleja a los interesados de este camino marcial. Es necesario crear un puente que facilite un mejor conocimiento respecto de lo que un interesado en Aikido puede esperar cuando se inscribe en un Dōjō.
La expectativa y disposición mental del interesado en la mayoría de los casos, se encuentra totalmente desconectada de los valores sociales y culturales japoneses. Esta situación se supera aceptando la diferencia cultural; reconociendo algunos rasgos de la sociedad actual y aclarando que la experiencia de Dōjō es una invitación para entrenar una manera de comportarse; donde el estudio de la técnica acompaña y enriquece esta travesía.
¿Cómo podríamos mejorar la comprensión de este asunto y transmitir esas “formas” y “maneras” del Aikido a la generación Z y Alfa en su mayoría digitales y ajenos al mundo analógico?.
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A propósito de la celebración de los 13 años del Dōjō; sentí el deseo de escribir un par de reflexiones. No pretendo molestar a nadie, ni adoctrinar y menos profetizar. Reconozco estos primeros 12 años como el cierre de un ciclo de aprendizaje; y por ser este el primer año de la nueva siembra (post pandemia), me atreveré a lanzar algunas reflexiones a propósito de los retos de compartir un arte marcial japonés tradicional no competitivo, en un mundo convulsionado, alejado de muchos de los valores sociales y culturales japoneses.
Antes de plasmar estas líneas, quiero expresar un sincero agradecimiento a mis Maestros. Gracias por tanta inspiración y sabiduría. A mis senpais, a mis dôhais; a quienes me han tomado como sensei, y participan del día a día del Dōjō. Gracias a quienes ya no están con nosotros pero nos recuerdan con cariño y envían su linda energía. Gracias a quienes generosamente nos regalaron un “si se puede” al inicio de esta aventura, y a quienes se toman el tiempo de compartirnos sus experiencias y alegrías, especialmente cuando los tiempos se tornan complicados. Gracias también a quienes nos han regalado dificultades en este camino. Todo lo que ha ocurrido nos ha enriquecido enormemente. Gracias de todo corazón.
El primer “desencanto”
La proliferación de series de anime y publicaciones de manga; el auge de la cocina asiática (con sus mezcla de sabores y aromas); la fascinación por la cultura del K-Pop; la publicidad de los juegos olímpicos y paraolímpicos; ha suscitado un especial interés por las distintas manifestaciones culturales asiáticas, y dentro de este entorno, algunos se fijan en las artes marciales.
Sin embargo, ese júbilo que se predica desde la comodidad de una pantalla o un sillón decae, cuando se quiere tomar el sendero de alguna manifestación cultural japonesa. Cualquier camino o arte japonés que se quiera aprender necesitará de mucha disciplina y paciencia del interesado. Y esas dos palabras (paciencia y disciplina), en un mundo como el actual donde todo se quiere (y se promete) en un formato “rápido” y con un “mínimo” esfuerzo, es un contrasentido.
Pero precisamente en ese “contrasentido”, es que en tiempos como el actual; las artes culturales japonesas, resultan realmente interesantes. Tomar un arte tradicional como lo es el Aikido; es permitirse explorar esa faceta desconocida para algunos; y allí con certeza, encontraran un proceso de reconocimiento y aprendizaje personal.
Pero no hay que llevarse a engaños. Todos creemos saber qué significa “la disciplina” y “la paciencia”; pero muy poco comprendemos de lo que implica “vivir con disciplina y con paciencia”. Y, si a ese ejercicio se le agrega el vocablo “auto” para volcar esa disciplina y paciencia hacia nosotros mismos; y nos sinceramos un poco más y decimos que todo se trata de “autodisciplina” y “paciencia con nosotros mismos”; el espejismo se rompe y viene la frustración.
No es el otro; eres tú mismo y tus circunstancias. La tarea es tuya; no depende del sensei, del Dōjō, del senpai, ni de ningún “otro” (ni del apoyo de tu jefe, tu pareja, tus amigos, familiares, etc). Tener un buen instructor que enseñe lo que corresponde (las bases del arte) es indispensable para poder cultivarse en Aikido y en cualquier otro arte; pero no puede perder de vista que nadie se ilumina por sentarse al lado del Dalai Lama. En esta época de los influencer y de las redes sociales, un video o una foto posando al lado un líder carismático además de emoción y fama, genera dinero; no obstante, si se trata de obtener la maestría, hay que vivir y copiar al maestro, para poder entenderlo y poder ver con claridad el arte. Para apropiar sus enseñanzas, hay que vivir con disciplina y paciencia; y entender que el entrenamiento comprende varios aspectos, incluyendo “los que no nos gustan”.
Cada quien escoge el tipo de artista que quiere ser y escoge al maestro que quiere tener. “Haz todo lo que puedas y lo demás déjaselo al destino” dice un proverbio japonés. ¿Qué tanto estás dispuesto a hacer?. Sé honesto contigo mismo. Aikido es trabajo duro. El único secreto es entrenar.
Y ahí va otra cubeta de agua fría
Pero pensemos de manera positiva; digamos que nuestro interesado se levantó del sillón, se despegó de la pantalla y del dispositivo móvil (por un instante) y se trajo al Dōjō. Lo primero que verá será un espacio abierto, con colchonetas (tatami) bien apiladas y con apariencia de limpieza; y ahí se revela un gran secreto marcial: conservar el espacio de esa manera, limpio y organizado, hace parte del entrenamiento.
Dicho de otra manera, se espera que Usted contribuya con la armonía y el orden del lugar. Espere, ¿Qué significa eso? ¿Qué es esa forma de tratar al cliente?.
Y ahí aparece otra gran verdad. Usted no es un cliente; y por ende, no espere que lo atiendan y suplan todos sus caprichos, y menos, espere tener siempre la razón. Aikido tiene sus formas y maneras de aprendizaje así estemos bastante lejos de Japón. Si decimos que practicamos bajo un linaje tradicional (Aikikai), toda esta manera “nipona” de hacer las cosas, debe mantenerse. Al Dōjō se viene a conectar con nosotros mismos y con los demás; a despertar la atención; la intuición y la sensibilidad; y todo ello se obtiene atendiendo a los “pequeños detalles”.
Como humanos de esta época somos muy visuales y con una gran capacidad de inventiva. Así que para evitar este fuerte impacto que muchas veces lleva al descontento, lanzo una propuesta. Imagine por un instante que cuando va al Dōjō, se dirige a la “casa estudio” de cualquier “reality show” y que se vale crear un “personaje” o un “avatar”. Esa identidad “virtual” que lo acompañará al Dōjō; será la que se someterá a esas labores que muy seguramente Usted, no hace en su casa o en su oficina o en su trabajo.
Ese “personaje” o “avatar”, como en los juegos de rol; deberá estar abierto a la posibilidad de trabajar para adquirir varias cualidades (o súper poderes); aprender a ser cálido; respetuoso; humilde y prudente. Todos estos “gestos” se obtienen a partir de una forma de hacer las cosas (y esa es la experiencia de Dōjō).
Entrenar con personas de distintos niveles de experiencia, desarrolla un espíritu colaborativo. Intercambiar los roles de uke y nage, nos ayuda a desarrollar la compasión (aprender a ponernos en el lugar del otro). La camaradería entre senpai (compañero de antes) y kōhai (compañero de después), nos enseña sobre nuestra responsabilidad en comunidad, y permite interiorizar que así como alguien te apoya, tú eres el apoyo de alguien más. Limpiar, es un acto de gratitud y de bondad. La lista es larga; pero no quiero arruinar la emoción que genera esta travesía de Aikido; donde la mejor brújula para el recorrido será cuidar (y cultivar) siempre el alma de principiante, la mente de principiante (Shoshin). Mantener esa apertura, entusiasmo y falta de ideas preconcebidas, es la actitud que permite recorrer este camino con consciencia y plenitud.
Este “ejercicio” de realidad virtual extendida o aumentada; es ecológico y de mínimo costo tecnológico. El consumo de energía eléctrica es prácticamente nulo; al igual que la demanda de tecnología (con un gi/uniforme y unos implementos de madera será suficiente). La buena noticia de este “juego de rol”; es que si le queda gustando lo puede replicar en cualquier entorno (en la familia, en el trabajo, etc). Está comprobado que no tiene efectos adversos. Ningún animal ha resultado herido al llevar su “avatar” de Dōjō a la sociedad.
Y de eso se trata. De cultivar “formas” y “maneras” de Aikido en el Dōjō, y replicarlas en la sociedad. La filosofía del Aikido se interioriza con un entrenamiento sincero y con la genuina disposición de querer ser cada día mejores individuos y mejores ciudadanos. Parafraseando a Gabriel O Pensador, rapero y compositor Brasilero, “Seja você mesmo, mas não sea sempre o mismo” (sea usted mismo, pero no sea siempre el mismo). Qué su presencia y ejemplo inspire y lidere una mejor sociedad.
Suena bonito ¿cierto?. Empecemos. Aquí está la esponja y esta cubeta de agua. Comencemos a limpiar afuera; hasta que podamos limpiar los espejos de nuestra alma. Trabajemos en esa labor de limpiar hasta que ese hábito nos guste y una vez interiorizado, podamos pasar de lo visible (lo material) a lo etéreo (lo intangible).
Transmitir el “Wa”, en un mundo de “rebeldes” y antihéroes
Suena paradójico, pero pareciera que en estos tiempos, el caos es la zona de confort de los latinoamericanos (y del mundo) . Y como es nuestra zona de confort; queremos llevarla a todos los espacios y entornos sociales.
Las series más exitosas del momento retratan antihéroes y rebeldes (muchos sin causa) que quieren triturar, extinguir la sociedad, al “sistema opresor”, a las “instituciones de control”, etc, etc; sin dejar claro después de tanto destrozo quién va a limpiar tanto reguero, ni cómo se va a componer ese estropicio. O están aquellas series, que instan para que cada uno sea el héroe de su propia historia. La (presunta) historia más sublime, especial e importante de todos los tiempos (porque “tú eres único, maravilloso y con súper poderes”). Y de esta manera, se ven en las calles “héroes” ataviados de su celular sirviendo de puente (sin filtro) entre “su realidad parcializada” y las redes sociales (debidamente segmentadas); denunciando, exigiendo y reclamando un cambio; como si fuera posible que los héroes del Universo Marvel o DC pudieran venir a remediarlo todo. Pareciera que como sociedad hemos hecho del miedo, del odio y del caos (que se nutre de los dos anteriores) la zona de confort de nuestra vida (o hasta ahora, el único universo posible).
Pues bien. Ese mundo de “individualidades”, de inconformes, antihéroes y rebeldes sin causa; es un aspecto a despojar cuando se ingresa al Dōjō. De la misma manera que uno se quita los zapatos para ingresar a ese espacio; así mismo. Todo ese ruido mental (y ese torbellino emocional de rabia, miedo, odio, etc) se debe quedar afuera. Cuando termine su práctica, es libre de recogerlo o simplemente, comenzar a abandonarlo (poco a poco).
Las artes marciales tradicionales japonesas se estructuran a partir de un valor (principio) transversal que es el “Wa”; que se puede traducir como armonía, cohesión, paz, estilo japonés o incluso, Japón. “Wa” es un valor fundamental de la sociedad japonesa; que se traduce en una invitación a comportarse de manera similar al resto; de trabajar por la uniformidad y la conformidad. Valorar el “Wa” es valorar la paz y la armonía; es un llamado a seguir las órdenes (incluso de manera acrítica).
A la par con este concepto, se encuentran otros tres aspectos que sustentan el código social japonés: el “tate sakai”, la verticalidad en las relaciones japonesas; el culto a la forma (“rei”) y la dualidad “honne/tatemae” (donde “honne” lo podríamos definir como intenciones verdaderas, lo que realmente piensas; mientras que “tatemae” hace referencia a las obligaciones sociales). Dentro de estos valores (principios) surgen conceptos como el “omotenashi”, la hospitalidad japonesa; la idea de cuidar a los invitados de todo corazón; el ideal de poner el “yo” al servicio del invitado y anticiparse a la necesidad del otro.
Entonces, volvamos. Inscribirse en un Dōjō tradicional de Aikido o de cualquier arte tradicional japonés; implica asumir el compromiso de que abrirá su mente y su corazón; a una manera diferente de hacer las cosas. De experimentar la oportunidad de sentirse parte de algo y de sumar, para el beneficio de los demás y el propio. Su proceso (vivencia) es personal pero su desarrollo será colectivo.
De ahí que la invitación a asumir la actitud de un juego de rol o de un reality show y crear su “avatar” o “personaje”, me gusta. Todos aprendemos jugando, imitando, hasta que finalmente comprendemos y logramos hacerlo por nuestra propia cuenta. Usted se acerca al Dōjō para experimentar esta dinámica; y por ello, no espere que el Aikido se adapte a sus “expectativas”, ilusiones o fantasías personales. El Aikido es lo que es. Con sus reglas, formas y maneras.
Aquí no se vende Aikido
Hasta el momento, solo se ha enfatizado en la actitud del interesado (del practicante) de Aikido. No se ha dicho nada de la técnica. La razón es simple. Porque sin una actitud mental y personal adecuada; su desarrollo en Aikido estará limitado simplemente a la habilidad de doblar brazos y lanzar gente por el aire; lo que dependiendo de su entorno podría serle útil (no lo discuto); pero su condición de artista marcial estará incompleta. Le faltaría la esencia. Algo así, como una libélula o una mariposa de plástico. Sin importar qué tan bellas se vean, les falta la fragilidad y la sensibilidad de la vida. Esa imperfección, perfecta, que genera “magia”.
La maestría de la técnica en Aikido es un estado al que acceden pocos. No obstante, la búsqueda de esa maestría es la llave que activa todo este camino que tiene por finalidad potencializar las habilidades humanas.
Así que por favor, no se llame a engaños. Si su técnica es deficiente, difícilmente Usted podrá ser un referente de maestría en Aikido. Incluso, si su técnica es vistosa y atrae multitudes; pero su corazón, actitud y estilo de vida no le permiten manifestar con sus actos los altos estándares morales y éticos de este arte marcial; su camino no ha terminado. Es más, me paso de irreverente y me atrevo a pensar que ni siquiera ha comenzado. Si usted es un excelente orador y pregona sobre las maravillas del Aikido y de sus múltiples aplicaciones en la vida; pero no entrena Aikido y no tiene un historia de Dōjō; Usted es un poeta o un “excelente” orador, pero no es un Aikidoka (y si bien agradezco la publicidad; también le agradecería la sinceridad en este punto; porque Usted vende espejos con un reflejo idealizado de algo que desconoce).
Cuando se ha aceptado el compromiso de difundir Aikido; considero que hay que ser extremadamente cuidadoso con no arruinar el linaje (y más si al Dōjō se le ha puesto el apellido “Aikikai”). Para ello, sea honesto con Usted mismo y con quienes se acerquen al Dōjō.
La práctica y el acceso al contenido de un arte marcial, puede hacerse por una línea Ryu-ha o por una línea de Shin-budo. La escuela Ryu-ha es la escuela tradicional; de la antigua usanza donde existe una relación cercana maestro – discípulo. El concepto Ryu dentro de sus varias acepciones, acepta la idea del fluir de un río; algo que se ha decantado, para que independientemente del canal por el que se tome, llegue lo más preservado posible. Las escuelas Shin-budo son distantes de lo tradicional; hay un espíritu marcial (se quiere cultivar el Budō), pero es distante de la escuela tradicional y quien enseña, no está necesariamente cualificado para transmitir ese arte; lo que se entrega es su interpretación y adaptación. En este punto, no se trata de decir “qué es lo mejor” o “si algo es lo verdadero o lo falso”; lo importante aquí es la responsabilidad con la que ese artista hace esa adaptación. Como mencioné anteriormente, cada uno escoge a su maestro (“para gustos, los colores”).
En lo que respecta al Aikido y a las formas de transmitirlo, y siendo muy consciente de mis limitaciones personales y del camino que aún me falta por recorrer; estoy de acuerdo con quienes señalan que al ser el Aikido un arte marcial tradicional japonés; generar esas “adaptaciones” o “interpretaciones”; configura una pérdida innecesaria del Arte. Cuido sinceramente de mi relación con mi maestro y de las formas y maneras como esas enseñanzas me han sido entregadas. Frente a mi rol de instructor tengo claro que el punto más importante a transmitir es el potencial de desenvolvimiento humano; y las bases de la técnica, tal cual me han sido compartidas. He asumido este camino marcial con sincero interés y respeto por su forma tradicional; y por ese motivo, en este Dōjō tenemos el genuino interés de formarnos en esos valores y dentro de la dinámica marcial tradicional.
Entonces, vuelvo al intento de reflexión de esta parte final. Aikido no se vende; y este hecho confunde a varios de los interesados en experimentar y conocer el mundo Asiático. Comprendo que somos una sociedad esencialmente de consumo (donde se venden bienes y servicios) y donde prácticamente todo tiene un precio; pero, así como el practicante de Aikido en un Dōjō tradicional, tienen una connotación diferente a la de cliente; Aikido no es un servicio que se vende al mejor postor.
Tenga claro que una vez el sensei lo acepta en el Dōjō se compromete a guiarlo y apoyarlo en su camino marcial; pero las formas y maneras de practicar Aikido no se transan. Cada peldaño de desarrollo y cada Dan, son el resultado de su esfuerzo y de su disciplina; del apoyo de sus compañeros y del compromiso de su sensei como su guía. Las técnicas, tiempos y condiciones para cada momento están claras desde el principio; y no hay atajos. Bajo esta lógica, no espere que Aikido, el Dōjō o el sensei se adapten a Usted (a su ilusión, a su expectativa y a su deseo).
Ahora que conoce que la experiencia de Dōjō es una invitación para entrenar “una manera de actuar” diferente a la habitual; el paso honesto y prudente sería revisar qué lo mueve genuinamente a practicar Aikido (preguntarse ¿qué estoy buscando en este espacio? ¿resueno con esta propuesta de camino?). Cualquier justificación o motivación que tenga en ese momento será respetable y válida siempre y cuando sea sincera.
Al cabo de un tiempo, lo que lo traerá al Dōjō no será esa motivación inicial; será su disciplina. Dicen por ahí que “una chispa no es el propósito”. Se trata de aprender a estar listo para vivir. En este camino el resultado no es exigible; lo que se exige es el esfuerzo.
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En el campo colombiano se dice que, “no se deja de cosechar porque una siembra salió mal”. Cada año es una nueva siembra con sus dificultades y desafíos; con sus frutos y experiencias. Espero que estas reflexiones ayuden a remover y abonar el terreno para este nuevo ciclo. Se siguen plantando semillas y cuidando retoños. Sigamos plantando nuestra huerta y cuidando de nosotros mismos y de los demás.