Ser
cinturón negro en Aikido
Tomado de Aikido
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Todos, en alguna
ocasión, hemos sido interpelados o simplemente nos hemos cuestionado que
representa el conseguir o estar cerca de obtener el grado de Cinturón Negro. También
es posible que alguien ajeno al círculo de las artes marciales pueda habernos
preguntado qué grado poseemos al saber que practicamos un arte marcial y hemos
recibido sus muestras de admiración cuando le indicamos que somos o vamos a
conseguir en breve el grado de Cinturón Negro, o su equivalente en otra
disciplina marcial.
Es importante
tener presente, para abordar el tema de manera objetiva y no caer en fáciles
tópicos y sugerentes romanticismos, que cuando llevamos un dilatado periodo de
entrenamiento es fácil olvidarse del motivo inicial que nos generó el interés
por la disciplina que practicamos, al ser víctimas de la práctica cotidiana y
la rutina monótona, carente de la inspiración, que toda actividad artística
debería poseer.
Con demasiada
frecuencia se observa que no todos los que viajan en el mismo barco quieren
remar hacia el mismo puerto.
Dentro de una
clase tiene que haber una buena predisposición en unir los intereses
particulares para transformarlos en algo genérico lo que propicia un ambiente
de trabajo agradable, al tiempo que el instructor podrá dotar a su enseñanza de
frescura y dinamismo.
Cuando somos
interpelados por una persona que muestra interés por un arte marcial es posible
que sus preguntas estén impregnadas por las influencias de los típicos
productos cinematográficos que se suelen ofrecer sobre el tema, o como ocurrió
hace poco tiempo por la funesta noticia de la muerte de un practicante de lucha
sin reglas, en un combate ocurrido en unos campeonatos vinculados,
malogradamente, a las artes marciales. Resulta sorprendente la facilidad con
que los medios de comunicación hacen eco de las noticias que, vinculadas a las
más diversas prácticas de unas mal llamadas artes marciales, que degradan al
individuo a la mera condición de ser irracional en lucha por la supervivencia.
Y sin embargo, nunca se difunden las artes marciales que favorecen y ayudan al
desarrollo de las cualidades humanas en el practicante, para formarlo como un
elemento útil para la sociedad. Docencia esta que un gran número de
instructores se esfuerzan por transmitir con gran rigor en sus clases día tras
día.
El gran
desconocimiento del público en general, hace que la respuesta esperada por
nuestro interlocutor sea la confirmación de su idea preconcebida, conforme un
practicante marcial adquiere poderes capaces de efectuar proezas sobrehumanas,
siempre enmarcadas en un contexto de violencia, sufrimiento y dolor más propias
de un héroe de cómic que de una persona cultivando cualidades que sirvan de
provecho a la sociedad. Cuando queremos darle una respuesta, muchas veces no
somos capaces de explicar con palabras fácilmente comprensibles el verdadero
sentido de nuestro propio arte marcial.
Centrándonos en
el Aikido, cuando nos iniciamos en su práctica, esta nos reclama una entrega no
solo física, sino también de predisposición mental. Cuando el futuro
practicante decide inscribirse en un club donde se imparten clases de Aikido,
los motivos que le impulsan pueden ser bien diferentes a los de otra persona.
Desde los que quieren hacer un deporte, hasta los interesados en la defensa
personal, los que buscan aprender a combatir, o por motivaciones espirituales o
metafísicas, incluso por los contextos esotéricos de las prácticas, etc. Sin
embargo al iniciarse en la práctica, en poco tiempo son absorbidos por la
disciplina del tatami y la razón por la que empezaron comienza a difuminarse
dando lugar a un estado receptivo, para poder absorber todos los nuevos
conceptos que, clase tras clase y de forma inexorable, van ampliando sus
conocimientos sobre las bases del Aikido; etiqueta, técnicas, ukemis,
tai-sabakis, nomenclatura, teoría, etc.
La necesidad de
almacenar una gran cantidad de información nos obliga a prestar toda nuestra
atención en el aprendizaje de la enseñanza, aunque muchas cosas no las
comprendamos, ni nuestro cuerpo las asimile de manera natural e integrándolas
en el entreno cotidiano. Transcurrido el primer periodo; entre dos y tres años,
entramos en una segunda fase donde se aprende a poner en práctica y normalizar
todos los conceptos sobre los movimientos aprendidos y su aplicación en las
técnicas.
Continuamos
entrenando para mejorar nuestro nivel técnico hasta conseguir el grado de
primer kyu (Cinturón Marrón en algunas escuelas). Llegados a este punto ya
llevamos aproximadamente unos cinco años asistiendo regularmente a las clases y
los conocimientos que hemos ido acumulando forman un volumen considerable
aunque no podamos todavía asimilarlos convenientemente. A partir de este
momento debemos centrarnos exclusivamente en preparar el examen de Shodan. La
preparación para poder abordarlo con éxito nos fuerza a intensificar nuestro
entreno fuera de las sesiones ordinarias, asistir a cursillos los fines de
semana, mantener una óptima condición física y mentalizarnos para efectuar el
examen sin nervios y con una actitud correcta. En nuestra mente la superación
del examen y adquisición del grado de Shodan se entiende como una recompensa a
los años de continua práctica en el tatami, la regularidad de la asistencia a
las clases y las horas extras dedicadas, sin contar el afán inagotable de leer
todas las cosas escritas de Aikido. El conseguir el grado se nos representa
como la panacea que nos haga conseguir la maestría en la práctica y encontrar
respuesta a todas las dudas e interrogantes acumuladas a lo largo de nuestro
aprendizaje.
Y por fin llega
el día tan esperado. Con los habituales síntomas de preocupación y nerviosismo
abordamos el examen de Cinturón Negro intentando dar lo mejor de nosotros
mismos. Cuando acabamos estamos extenuados, nos da la sensación de que el
tiempo se ha parado mientras nosotros efectuábamos sin vacilar todo lo que nos
era solicitado por una voz que nos unía al resto del mundo.
Atrás
abandonamos las dudas, angustias e incertidumbres que nos atenazaban. Salimos
del Dojo y celebramos festivamente, con los compañeros de tatami la adquisición
del Grado; algo que consciente o inconscientemente ansiábamos secretamente
desde hacía mucho tiempo. Significa la culminación y recompensa a todos
nuestros sacrificios y esfuerzos, como un corredor de maratón cuando cruza la
meta, y nuestro gozo es inmenso después de colgar nuestro título debidamente
enmarcado.
Cuando volvemos
a nuestro club, enfundados en nuestro nuevo cinturón, nos sentimos como el
centro del universo, pero cuando reanudamos la práctica cotidiana… ¡Despertamos!
Terrible constatación. Somos los mismos de antes. No ha acontecido ninguna
transformación milagrosa. Las dudas despejadas son remplazadas inmediatamente
por otras nuevas que nos ocasionan, si cabe, más incertidumbre que las ya
superadas. Si nos relajamos en la práctica, la pericia técnica conseguida
empieza a mermar en calidad y efectividad. Dirigimos nuestro interés hacía la
técnica y descubrimos que todavía nos queda una larga andadura para aprender
todo lo que compone el conocimiento técnico global del arte. Empezamos a
descubrir el interés en aprender otras disciplinas complementarias que nos
ayudan a mejoras la nuestra propia.
Resumiendo,
cuanto más abrimos la puerta más paisaje descubrimos, sin vislumbrar un límite
concreto que nos ayude a calibrar nuestro nivel de conocimientos, como punto de
referencia durante este nuevo periodo de aprendizaje. Si la parte analítica
(técnica, nomenclatura, conocimientos complementarios…), nos crea conflictos,
la parte analógica, (ética, espiritual, mental, filosófica, etc.), no se queda
atrás, haciéndonos sentir sin rumbo en medio de un inmenso océano.
Llegado este
preciso instante es precisamente cuando el practicante se pronuncia y establece
las bases y directrices de su futuro dentro del Aikido. Deberá resolver su
conflicto interno recapitulando todas sus vivencias y experiencias acumuladas a
través de los años, las buenas y las malas, las alegres y las tristes, las
recordadas y las olvidadas… Absolutamente todo forma parte intrínseca de su Yo
y es con ese Yo con quien tendrá que librar la batalla.
La cual será la
última o la primera de muchas más de su futuro como practicante de Aikido. Si
fracasa en la lucha, se alejará de forma brusca o paulatina del arte marcial y
en el mejor de los casos sufrirá un estancamiento y posterior retroceso en
todos los aspectos del arte, hasta caer en la desidia. Si deparamos
victoriosos, el panorama que se nos presenta es magnífico y esperanzador,
aunque no nos librará de múltiples escollos donde naufragar. Para este cometido
solo contamos con nuestra Voluntad, y así abandonar todas las ideas que
tengamos preestablecidas, preparando nuestra mente y nuestro cuerpo para
emprender el verdadero aprendizaje, y libres de perjuicios, ser de nuevo
modelados por los principios inalterables y universales que constituyen la
espina dorsal del Aikido, según las enseñanzas transmitidas por O’Sensei.
Debemos
recapitular, estudiar, aceptar, experimentar y comprender los principios del
Camino y hacernos uno con la Vía señalada por O’Sensei. Nuestra voluntad y
nuestro corazón deben comprometerse seriamente en intentar, por todos los
medios a nuestro alcance, batallar sin descanso manteniendo la actitud del Aquí
y Ahora, para comprender la esencia última del Aikido. Cuando alcanzamos el
nivel Shodan, adquirimos la responsabilidad de transformarnos de simples
aprendices a practicantes ejes de transición del arte marcial. Seremos el
espejo donde todos volverán la vista para saber que es el Aikido.
La única forma
de aguantar la presión interna y externa a la que nos veremos sometidos, es que
hayamos elegido libremente poner nuestro Corazón en la Vía del Aikido. Si no
desfallecemos y perseveramos incansablemente, de forma natural y progresiva,
todas las dudas serán satisfactoriamente contestadas.
También
deberemos permanecer en continua alerta con la totalidad de nuestros sentidos;
físicos, mentales, espirituales, etc., para tener la oportunidad de coger al
vuelo la respuesta tan anhelada. Nunca podremos tener la certeza de cuándo
ocurrirá la transformación que nos integre plenamente en la Vía, pero si
sabremos con auténtica certeza que una vez iniciados en el auténtico Camino, no
existe un final. Solo cuando nuestro Ser llegue a ser uno mismo con la Vía, nos
habremos transformados en el centro del Universo.