El Máximo Dominio: Realizar el Espíritu
del Aikido
Por Kisshomaru Ueshiba,
En: El Espíritu del Aikido
Antes de la Segunda Guerra
Mundial vino a Japón un científico alemán relacionado con la investigación
militar. Cuando volvió a Alemania se llevó varios sables japoneses y se los
confió, para su análisis científico, a un instituto especializado en la
investigación y desarrollo de altas tecnologías del acero. El científico era un
admirador de la espada japonesa, la tenía en su más alta estima y conocía su
superioridad comparada con las espadas europeas.
La austera simplicidad de la espada
japonesa disimula sus muchas y buenas cualidades: la extraordinaria atención
prestada a los detalles en la hoja y en la empuñadura, la impresión limpia y
penetrante del corte, la suave sensación en las manos cuando el impacto del
contacto se disipa naturalmente, el escaso daño que sufre su templado filo y la
flexibilidad del conjunto, debida a la existencia de un núcleo de acero más
blando.
Él tenía conciencia de estas
cualidades, pero había algo que le inquietaba: el aire de misticismo que
envolvía el método tradicional de forjar la hoja de acero, pues el forjador,
vestido todo de blanco para simbolizar la purificación, realiza su trabajo ante
un altar Shinto. Esto le parecía extraordinariamente primitivo, y además tenía
una pobre opinión de la admiración sagrada que los japoneses profesan al sable.
Quería penetrar el misterio y descifrar sus secretos, y aunque lo solicitó muy
en serio nunca le fue permitido contemplar al forjador en acción.
Así pues, decidió mandar hacer un
análisis científico de los materiales y del método de producción. Teniendo en
la mano los datos científicos obtenidos en el laboratorio, creyó que podría
reconstruir la espada usando la más reciente tecnología disponible en esa
época. Como buen alemán confiaba absolutamente en la eficacia de la ciencia, y
debía estar convencido de que se podía manufacturar una réplica exacta de la
espada japonesa, e incluso puede que hubiera imaginado que podría desenmascarar
las técnicas esotéricas y pasadas de moda del forjador.
El resultado fue un absoluto fracaso.
Reunir datos científicos no suponía ningún problema, por supuesto, pero cuando
efectivamente intentó hacer una espada, el resultado fue una vulgar espada más.
La utilización de sus conocimientos prácticos científicos, incluso repitiendo
el experimento y modificando el método de producción, finalizó con una
decepción. Por último, se vio forzado a abandonar su intentona y a reconocer la
superioridad del método japonés de fabricar espadas, «pasado de moda y
esotérico».
Este episodio sugiere que, aunque la
artesanía tradicional japonesa puede ser sometida a modernos análisis científicos,
siempre mantiene algún elemento o ingrediente que escapa al examen
convencional. Mucho de lo logrado en la tecnología tradicional se debe a una
cualidad intuitiva conocida como actividad del kan, que sólo se puede
adquirir a través de la acumulación de años de entrenamiento. Para que funcione
el kan-intuición uno debe experimentar la tensión creativa que emana de la
concentración sincera en el trabajo que se está realizando. Esto abre el camino
para que un poder más alto, kami en japonés, entre en el proceso. Gran
parte del éxito depende de dejarse llenar de este conocimiento divino o
kami. A la hora de
hacer una espada, tanto para seleccionar los materiales como para combinarlos
de la forma precisa transmitida en su familia, el artesano japonés confía en
kan. No exageramos si decimos que todo el proceso, desde la alimentación del
fuego y la forja hasta el enfriamiento, depende de la escurridiza actividad de
kan.
El sable japonés está compuesto por la
hoja y la empuñadura, y, a su vez, la hoja se compone de filo, punta, parte
posterior y shinogi (un acanalamiento longitudinal situado entre el filo
y la parte posterior). Cada una de estas partes tiene una función ligeramente
diferente en la lucha con sable, y, por consiguiente, cada una de ellas está hecha
con materiales y métodos diferentes. Estas sutiles diferencias están todas
determinadas por el kan-intuición que nace de la intensa concentración y de la
devoción casi religiosa por el oficio. Por este motivo, el forjador tiene un
altar donde se custodian los kami en su lugar de trabajo, lleva prendas de
vestir ceremoniales de color blanco y celebra ritos de purificación como parte
integrante del proceso de fabricación de la espada. En este ambiente solemne
deja que su mente se calme; entonces está preparado para comenzar su tarea.
Para el forjador su trabajo es un arte
sagrado; si no lo fuera los kami se irritarían y perturbarían su kan-intuición.
La espada japonesa entera, y no sólo sus partes, nacen de la intuición y del
poder divino, que están más allá del análisis científico y son, por tanto, algo
«misterioso». El hecho de que el científico alemán, atraído por su belleza
mística, intentara un análisis científico de la espada japonesa, era en sí
mismo una contradicción, y lo natural era que su experimento fracasara.
De modo similar se explica la
dificultad al tratar de expresar, cuando somos preguntados por un principiante
o por un extraño, la esencia última del aikido. Las palabras no resisten
una explicación verbal simple. La esencia última es una experiencia individual
e intuitiva de gente que, por buena suerte, puede llegar a realizarla tras años
de entrenamiento y búsqueda. La sabiduría contenida en el logro artístico
tradicional japonés está integrada por un conjunto de factores complejos, y es de
tal naturaleza que, siempre y cuando uno se esfuerce en la vía del
entrenamiento y en el objetivo de alcanzarla, tarde o temprano, la realización
llegará. Esta confianza, junto con el nen-perspicacia, revelará el corazón del aikido
y posibilitará la comprensión de la esencia última.
Dicha esencia, por ser sumamente
individualista, aunque universalmente alcanzable, será consumada de formas
diferentes, según las personas y sus niveles de logro. Por eso no se puede
hacer una afirmación general sin crear algún malentendido. De todas formas está
claro que la esencia última fue la más alta realización alcanzada por el
Fundador a lo largo de sus años de entrenamiento y de búsqueda sin descanso,
por lo cual citaremos algunas frases suyas que revelan su manera de entenderla.
Estas frases deben ser cuidadosamente digeridas, pues, dependiendo de la fase
de entrenamiento en que se esté, corren el riesgo de no ser bien interpretadas.
Yo
emprendí el entrenamiento de mi cuerpo a través del budo, y cuando realicé su
esencia última obtuve una verdad aún mayor. Cuando llegué al fondo de la
realidad universal vi claramente que los seres humanos deben unificar la mente,
el cuerpo y el ki que los conecta a ambos, y que la persona debe armonizar su
actividad con la actividad de todas las cosas en el universo. A través de la
sutil actividad del ki se armonizan la mente y el cuerpo y la relación entre el
individuo y el universo.
Si
no se utiliza debidamente la actividad sutil del ki, la mente y el cuerpo de la
persona enfermarán, el mundo se volverá caótico y el universo entero se sumirá
en el desorden. El aikido es la vía de la verdad. Entrenarse en aikido es
entrenarse en la verdad. A través de la dedicación, del entrenamiento y de la
perspicacia nacerá la actuación divina.
Sólo
si se practican los tres tipos siguientes de entrenamiento, la inamovible
verdad de diamantina dureza podrá convertirse en parte de nuestra mente y de
nuestro cuerpo.
1.
Entrenarse para armonizar nuestra mente con la actividad de todas las cosas en
el universo.
2.
Entrenarse para armonizar nuestro cuerpo con la actividad de todas las cosas en
el universo.
3.
Entrenarse para hacer que el ki que conecta la mente y el cuerpo se armonice
con todas las cosas en el universo.
El
verdadero alumno de aikido es aquel que practica y lleva a cabo estos tres
puntos simultáneamente, no de una manera simplemente teórica, sino de forma
efectiva, en el dojo, y en todo momento en la vida diaria.
El Maestro Ueshiba enseñó
repetidamente:
Cualquier
técnica de un arte marcial debe estar de acuerdo con la verdad del universo. Si
no lo está, el arte marcial estará aislado e irá en contra de la concepción de
arte marcial como creador de amor, o
take-musu (literalmente, marcial-creativo). El aikido es take-musu por excelencia. Marcial (take) aquí quiere decir el rugido
heroico, la resonancia del cuerpo, el poder de aum que resuena en el universo.
La
resonancia del cuerpo se deriva de la unidad de la mente y el cuerpo, que
armoniza con la resonancia del universo. La respuesta e intercambio mutuos
producen el ki de ai-ki. La esencia del aikido es el eco mutuo de la resonancia
del cuerpo y la resonancia del universo. De esto nacen calor, luz y poder
unidos en un espíritu plenamente realizado. La vitalidad del eco del cuerpo y
la resonancia del universo nutren el funcionamiento sutil del ki y engendran a take-musu aiki, el arte marcial que
es amor y el amor que no es otra cosa que arte marcial.