domingo, 28 de octubre de 2012

El corazón del Aikido: la práctica en sí misma


El corazón del Aikido: la práctica en sí misma
Tomado de http://aikidoescobar.blogspot.com




Los beneficios para la salud del ejercicio físico, como los que experimentamos durante la práctica de Aikido, han sido ampliamente demostrados. El ejercicio fortalece el corazón, los músculos, tendones, articulaciones y huesos. Recientemente, se ha llegado a la evidencia que sugiere que el ejercicio regular, es beneficioso para el cerebro (incluso puede llegar a mejorar la cognición y el estado anímico). Todo esto junto hace que sea claro que el Aikido sea bueno para el cuerpo, pero ¿qué pasa con el espíritu?.


Evitando discusiones acerca de “Kotodama” (literalmente: “espíritu de la palabra” ) y la conexión histórica entre el Aikido y Omotokyo (religión politeísta del Japón con objetivos sociopolíticos, derivada del sintoísmo), todavía hay un elemento en el corazón de Aikido de naturaleza espiritual, la cual a menudo es pasado por alto: la propia práctica.


La mayoría de los practicantes de Aikido no son soldados, así que no esperes a utilizar este arte en la guerra. Entre algunos “guerreros modernos” (muy pocos lamentablemente), ya hay cierto entendimiento de que si la necesidad de luchar con las manos surge, entonces algo ha salido terriblemente mal. La policía y fuerzas similares que deben mantener la paz, se encuentran entre los pocos que podrían utilizar Aikido como algo más que un último recurso, pero prefieren otras opciones. Como tal, está claro que la mayoría de los aikidokas sólo utilizamos nuestro arte durante la práctica.


Esta práctica es el propósito de Aikido. La ropa, las armas y las costumbres son importantes, pero si no fuera por la práctica en sí, todo lo demás carecería de sentido. Vamos al Dojo para entrenar, no a mostrar nuestras habilidades. Asistimos a las clases para aprender, practicar, mejorar y crecer, no para disfrutar de la decoración y de una buena charla. También vamos al Dojo para ayudar en su práctica a los demás, ya sea mediante la enseñanza o de ser su compañero.


La práctica de Aikido, literal y figurativamente, reúne a la gente. Desde el saludo inicial "onegai-shimasu" (en el contexto de las artes marciales: "por favor permítame practicar con usted") entramos en el corazón del Aikido. Al pedir a alguien que sea nuestro compañero de entrenamiento nos abrimos a otro ser humano. A pesar de los agarres, luchas, golpes y hasta a veces batallar utilizando la fuerza física, no se considera que esto sea un conflicto. Todo lo contrario, juntos, aprendemos a combinar mejor nuestras energías e intenciones con las de los demás. Nos enteramos de sus puntos fuertes y débiles, a la vez que exponemos los nuestros.


Cuando un compañero de entrenamiento, siente debilidad y sin embargo sigue acercándose lo suficiente como para recibir un golpe, se encuentra en su punto más vulnerable. En términos tácticos, nuestro compañero está expuesto y vulnerable, abandonándose a nuestra merced. Estar abiertos a los ataques, nos entrena para reconocer que, aunque las posibilidades de ser heridos o sufrir una lesión sean reales, otro ser humano está en la misma situación. Al reconocer su vulnerabilidad podemos usar su debilidad, para destruirlos, pero esa elección sería una forma de autodestrucción.


Crecemos juntos, con la comprensión de que en ese instante el otro es igual a mí: abierto y en peligro.


La necesidad de proteger a nuestros compañeros se hace más clara. Durante la práctica confiamos uno en el otro, poniendo nuestro cuerpo y nuestra salud en manos de un “extraño”. Este nivel de confianza rompe las barreras entre las personas de una forma tan particular, que en otro escenario es poco probable que ocurra.


Más allá de "no dañar" a nuestros compañeros, la realidad es totalmente diferente a eso. Como senpai (“guía” o en este contexto: “más antiguo, de mayor graduación”, literalmente “compañero de antes”) es nuestra responsabilidad proteger a nuestros kōhai (“guiado” o en este contexto: más moderno, “de menor graduación", literalmente “compañero de después”). En el tatami (“piso donde se practica”) la relación entre senpai y kōhai refleja la profunda reciprocidad de propósitos. kōhai aprende la técnica ayudado por senpai, y éste aprende a comunicar y demostrar, a la vez que debe esforzase en pulir su propia técnica. Ambas partes aprenden empatía y crean lazos.


Es cierto, Aikido crece a partir de la reciprocidad física y emocional de la formación gracias a la práctica diaria. Claramente entonces, la práctica es el propósito el significado y el corazón del Aikido

viernes, 12 de octubre de 2012

Aikido y la capacidad para comunicarnos

Aikido y la capacidad para comunicarnos.
La inteligencia del cuerpo y las emociones

Tomado de http://aikidocba.blogspot.com


Cortesía Howard Yanes


A veces somos demasiado racionales. Y mucha gente decide no atender ni al lenguaje del cuerpo ni a las intuiciones ni a las emociones, a costa de no conocernos bien y perder el rumbo.

Una paradoja de nuestra época es que el ser humano es capaz de viajar por el espacio, estudiar la estructura íntima de la materia o cartografiar su propio mapa genético, pero seguir siendo un desconocido para sí mismo. Nuestra atención se proyecta continuamente hacia fuera, fascinada ante la complejidad y los misterios del mundo. Contamos con conexiones fáciles e instantáneas con el exterior -Internet, televisión, móviles...-, pero quizá no sabemos cómo acceder a nuestro interior.
Descuidar esta conexión sin duda tiene un precio. Sensaciones de vacío, sinsentido y confusión señalan de manera más o menos intensa que se ha perdido ese contacto íntimo con la propia esencia. Y vivir volcado hacia fuera puede hacer que se pierda una parte importante de la experiencia: la que transcurre dentro.

Las emociones, las sensaciones, los mensajes del cuerpo, los pensamientos, la voz de la intuición aportan la información más constante y directa de que disponemos. Solo desde esta conexión interna una persona puede estar centrada, sabiendo quién es y hacia dónde desea dirigirse.

Una capacidad natural

"Cuando el hombre descubrió el espejo empezó a perder su alma" (Erich Fromm)
Hay personas que logran mantener viva esa conexión consigo mismas, e incluso utilizarla para diferentes fines, mientras que para otras supone una sensación lejana, casi olvidada. Cuando somos niños poseemos esa capacidad de manera natural. Sin embargo, con el tiempo esta comunicación puede ser interferida. En esa desconexión influye, por un lado, la primacía que se otorga a la razón por encima de otras funciones como percibir o sentir. Se confía en lo que se puede comprobar o palpar, mientras que se relega lo subjetivo a un papel casi insignificante.

Por otro lado, la capacidad de ser conscientes supone un arma de doble filo. Conecta a la persona con su realidad interna, pero también bloquea lo que no se ajusta a lo establecido.

Vivir desconectado

"Cada día sabemos más y entendemos menos" (A. Einstein)

Perder esta conexión conlleva consecuencias. Algunas personas, por ejemplo, descubren en algún momento que su vida no es lo que querían, pues quizá se han dejado llevar por las circunstancias sin preguntarse más allá. No resulta agradable sentirse un extraño con uno mismo. Sucede sobre todo cuando alguien busca adaptarse tanto a lo que se espera de él o mantener una buena imagen, que termina olvidando quién es realmente.

También hay personas que escapan continuamente del contacto consigo mismas, llenando sus horas con actividades, relaciones, adicciones... Cuando cesan las distracciones externas y se hace el silencio aparecen con más fuerza los miedos o carencias no resueltos.

Crear puentes

A veces, el sufrimiento o la enfermedad implican una entrada rápida a una mayor conciencia de uno mismo. Sin embargo, es preferible no esperar a encontrarse en una situación crítica; en cualquier instante, una persona puede empezar a crear puentes que conecten con diferentes niveles de su experiencia interna.

Estas son las vías:

1. El diálogo interior
"El lenguaje es la casa del ser" (Heidegger)

Un primer contacto puede ser observar el diálogo que se mantiene con uno mismo. Allí se condensan gran parte de los pensamientos, ideas, preocupaciones y obsesiones que ocupan la mente. Estos diálogos ocurren de manera continua, seamos conscientes o no, y pueden aportar una información valiosa sobre uno mismo. Las palabras, el tono, la manera de expresarse, incluso a nivel interno, ejercen una gran influencia. Nos sentimos muy diferentes al hablarnos de manera crítica o despectiva que si predomina un tono comprensivo y tranquilizador. Buscar el silencio o la quietud permite empezar a escuchar ese diálogo.

2. El cuerpo
"He dejado de hacer preguntas a las estrellas y libros; he empezado a escuchar las enseñanzas que me susurra mi sangre" (Hermann Hesse)

A veces vivimos escindidos del cuerpo, considerado comúnmente como el hermano tonto de la cabeza. Al no entender sus cambios, su lenguaje, ni el sentido de los síntomas, se presta poca atención a sus mensajes. Más bien se intentan controlar o tapar esas señales cuando resultan molestas u obligan a modificar los planes. Sin embargo, el cuerpo es el canal de conexión entre el mundo exterior y el interior. A través de él experimentamos y percibimos la realidad, y a la vez refleja nuestra historia. Cada síntoma o manifestación corporal dice algo de nosotros.

Quizá no podamos comprender siempre sus razones, pero es preciso aprender a confiar más en la sabiduría del propio cuerpo. En lugar de bloquear sus señales, se puede optar por escucharlas. En vez de desconectar de las sensaciones, se pueden utilizar como indicaciones útiles.

3. Las emociones
"Las emociones, cuando se integran con la razón, nos hacen más sabios" (Leslie S. Greenberg)

También las emociones han sido consideradas inferiores a la razón, como un vestigio de nuestra parte más primitiva e instintiva. No es de extrañar que produzca tanto miedo adentrarse en ellas.

La emoción es ciertamente más antigua que la razón, pues constituye un tipo de inteligencia más instantánea. Si se despierta miedo o rabia, todo el cuerpo se prepara para la acción, pues ante un peligro real no hay tiempo para pensar. Sabemos que dejarse llevar por la emoción puede suponer un problema, pero ignorar o reprimir lo que se siente, también, pues la tensión emocional acumulada tiende a desbordarse. Una buena medida es mantener una conexión continua con las propias emociones, lo cual suele ser garantía de una mayor capacidad para encauzarlas. La emoción es un indicio que informa de cómo estamos viviendo algo y, bien utilizada, puede ayudar a resolver situaciones o mejorar la relación con los demás.

4. El inconsciente
"La mente es un profundo océano, pero nosotros solo logramos ser conscientes de la leve espuma de la superficie" (Henry Laborit)

El inconsciente, más allá de la visión negativa que a veces se tiene de él como un sumidero de impulsos o recuerdos reprimidos, constituye una parcela enorme de la mente (se le atribuye en torno al 85% de la capacidad cerebral) repleta de posibilidades aún desconocidas.

La mente consciente se encarga de razonar, discriminar, analizar la información y tomar decisiones. La mente inconsciente actúa de manera totalmente distinta: controla las funciones involuntarias del organismo, capta y almacena toda la información de los sentidos y contiene la memoria emocional. El psiquiatra Carl Gustav Jung lo definía como un pozo inabarcable de información al que es posible asomarse para aprender tanto acerca de uno mismo como del mundo.

Las intuiciones, los sueños, los momentos de inspiración tienden un puente entre consciente e inconsciente. Nuestra mente almacena muchos datos, impresiones y percepciones que no conocemos, pero que en un momento dado pueden aflorar a la superficie. Contamos con una sabiduría que va más allá de la razón, y que se muestra de manera más clara cuanto más conectamos con nosotros mismos.

Mantener el ancla
“No corras, ve despacio, que adonde tienes que ir es a ti solo” (Juan Ramón Jiménez)

Conectar significa unir, establecer una comunicación. Hemos llevado muy lejos nuestra capacidad intelectual, pero quizá hemos olvidado que existen otros medios para aprehender la realidad: la inteligencia del cuerpo, de las emociones, del inconsciente… Se trata de conocimientos simplemente diferentes, complementarios a la razón. Cada persona puede buscar en su interior la sensación de estar conectada. Quizá recuerde un momento en que se sentía especialmente relajado y lúcido. Estar en contacto con uno mismo es como mantener un ancla que permite mantener la calma y firmeza interior.

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