El corazón del Aikido: la práctica en sí
misma
Tomado de http://aikidoescobar.blogspot.com
Los beneficios para la salud
del ejercicio físico, como los que experimentamos durante la práctica de
Aikido, han sido ampliamente demostrados. El ejercicio fortalece el corazón,
los músculos, tendones, articulaciones y huesos. Recientemente, se ha llegado a
la evidencia que sugiere que el ejercicio regular, es beneficioso para el
cerebro (incluso puede llegar a mejorar la cognición y el estado anímico). Todo
esto junto hace que sea claro que el Aikido sea bueno para el cuerpo, pero ¿qué pasa con el espíritu?.
Evitando discusiones acerca de
“Kotodama” (literalmente: “espíritu de la palabra” ) y la conexión histórica
entre el Aikido y Omotokyo (religión politeísta del Japón con objetivos
sociopolíticos, derivada del sintoísmo), todavía hay un elemento en el corazón
de Aikido de naturaleza espiritual, la cual a menudo es pasado por alto: la propia práctica.
La mayoría de los practicantes
de Aikido no son soldados, así que no esperes a utilizar este arte en la
guerra. Entre algunos “guerreros modernos” (muy pocos lamentablemente), ya hay
cierto entendimiento de que si la necesidad de luchar con las manos surge,
entonces algo ha salido terriblemente mal. La policía y fuerzas similares que
deben mantener la paz, se encuentran entre los pocos que podrían utilizar
Aikido como algo más que un último recurso, pero prefieren otras opciones. Como
tal, está claro que la mayoría de los aikidokas sólo utilizamos nuestro arte durante la práctica.
Esta práctica es el propósito
de Aikido. La ropa, las armas y las costumbres son importantes, pero si no
fuera por la práctica en sí, todo lo demás carecería de sentido. Vamos al Dojo
para entrenar, no a mostrar nuestras habilidades. Asistimos a las clases para
aprender, practicar, mejorar y crecer, no para disfrutar de la decoración y de
una buena charla. También vamos al Dojo para ayudar en su práctica a los demás,
ya sea mediante la enseñanza o de ser su compañero.
La práctica de Aikido, literal
y figurativamente, reúne a la gente. Desde el saludo inicial
"onegai-shimasu" (en el contexto de las artes marciales: "por
favor permítame practicar con usted") entramos en el corazón del Aikido.
Al pedir a alguien que sea nuestro compañero de entrenamiento nos abrimos a
otro ser humano. A pesar de los agarres, luchas, golpes y hasta a veces
batallar utilizando la fuerza física, no se considera que esto sea un
conflicto. Todo lo contrario, juntos, aprendemos a combinar mejor nuestras
energías e intenciones con las de los demás. Nos enteramos de sus puntos
fuertes y débiles, a la vez que exponemos los nuestros.
Cuando un compañero de
entrenamiento, siente debilidad y sin embargo sigue acercándose lo suficiente
como para recibir un golpe, se encuentra en su punto más vulnerable. En
términos tácticos, nuestro compañero está expuesto y vulnerable, abandonándose
a nuestra merced. Estar abiertos a los ataques, nos entrena para reconocer que,
aunque las posibilidades de ser heridos o sufrir una lesión sean reales, otro
ser humano está en la misma situación. Al reconocer su vulnerabilidad podemos
usar su debilidad, para destruirlos, pero esa elección sería una forma de
autodestrucción.
Crecemos juntos, con la
comprensión de que en ese instante el otro es igual a mí: abierto y en peligro.
La necesidad de proteger a
nuestros compañeros se hace más clara. Durante la práctica confiamos uno en el
otro, poniendo nuestro cuerpo y nuestra salud en manos de un “extraño”. Este
nivel de confianza rompe las barreras entre las personas de una forma tan
particular, que en otro escenario es poco probable que ocurra.
Más allá de "no
dañar" a nuestros compañeros, la realidad es totalmente diferente a eso.
Como senpai (“guía” o en este contexto: “más antiguo, de mayor graduación”,
literalmente “compañero de antes”) es nuestra responsabilidad proteger a
nuestros kōhai (“guiado” o en este contexto:
más moderno, “de menor graduación", literalmente “compañero de después”).
En el tatami (“piso donde se practica”) la relación entre senpai y kōhai refleja la profunda reciprocidad de propósitos. kōhai aprende la técnica ayudado por senpai, y éste aprende a
comunicar y demostrar, a la vez que debe esforzase en pulir su propia técnica.
Ambas partes aprenden empatía y crean lazos.
Es cierto, Aikido crece a partir de la reciprocidad física y emocional
de la formación gracias a la práctica diaria. Claramente entonces, la práctica
es el propósito el significado y el corazón del Aikido