Mottainai, Boro, Kintsukuroi
Tomado de www. http://conoce-japon.com
Mottainai
Mottainai
(勿体無い) es una expresión japonesa
que se refiere a no desperdiciar aquello que es valioso. Esta palabra
usualmente se utiliza para expresar el sentimiento de arrepentimiento cuando
algo se utiliza como desperdicio sin aprovechar un uso derivado. Recientemente
se ha vuelto una palabra clave con el surgimiento de problemas globales
relacionados con los recursos y el medio ambiente. El concepto de mottainai se ha llegado a adoptar a
nivel gobierno. Para el 2005 el Primer Ministro Koizumi Junichiro se refirió a
los líderes del G8 diciendo que “puede ser difícil traducir la palabra al
inglés, francés, alemán, o a otros idiomas, pero creo que se puede utilizar la
palabra mottainai.” El Primer
Ministro llamó al uso de este concepto como un término universal en un esfuerzo
internacional para utilizar de manera efectiva los recursos.
Una de las
primeras muestras de esta filosofía está escrita en el Registro de la Guerra de
Genpei, cuando un soldado reprende a Yoshitsune por haber arriesgado su vida
para recuperar un arco que había caído al mar. Le dice “ninguna vida vale un
arco”.
La filosofía
del mottainai se encuentra impregnada
dentro del sintoísmo y el budismo japoneses. El sintoísmo es la religión
originaria de Japón, que cree que en la naturaleza se encuentran diferentes
espíritus llamados kami que deben ser adorados. Así, el hombre aprende a
respetar la naturaleza, pues somos parte de ella. Otro ejemplo de la relación
del mottainai y el sintoísmo se
encuentra en la creencia de que preservar objetos por más de 100 años hará que estos
adquieran un espíritu y se conviertan en un tsukumogami. Incluso el ningyō kuyō
es una ceremonia en la que se hacen ritos fúnebres para muñecas que ya no se
quieren conservar pero tampoco se quieren desechar. Así pues, dentro del
sintoísmo no solo se venera a la naturaleza, sino a los objetos antiguos, que
se conservan y se heredan de generación en generación.
El ahorro de
materiales no solo proviene de la religión, sino que también se justifica por
fines pragmáticos. En la era de la posguerra, Japón se encontraba en una
situación de miseria. Aparte de contar con tierra fértil gracias a las
montañas, Japón es una isla que carece de algunos recursos importantes como
petróleo o hierro. La época de las guerras consumió otros tantos recursos como
la madera y el carbón.
Existen dos
películas (ambas de Studios Ghibli) que reflejan bien la situación de la
posguerra. La primera es La Tumba de las
Luciérnagas, que relata la situación de pobreza de dos niños huérfanos. El
hermano mayor guarda una lata de dulces y de vez en cuando le regala uno a su
hermana menor como premio. Incluso cuando se acaban los dulces, el hermano
mayor guarda la lata, la llena de agua, la agita y vierte el agua saborizada en
un tazón para que su hermana lo beba.
La segunda
película se llama Recuerdos del Ayer
y relata los recuerdos de la infancia de una mujer joven. La época de su
infancia se sitúa en los sesentas, un
poco después de la posguerra. Existe una escena en la que el comité de
alumnos discute si la cafetería debe permitir que los niños dejen un
ingrediente que no les gusta en el plato, pues es un desperdicio que en otros
países no se permitiría.
Boro
El boro es una prenda utilizada por campesinos,
comerciantes o artesanos en el periodo Edo
hasta el periodo Showa (más o menos del siglo XVII al XIX). En la era
feudal, la mayoría de la clase baja eran campesinos, y no muchos podían comprar
vestuarios como el kimono
u obi que compraba
la aristocracia. La ropa se hacía a partir de materiales más baratos, pero no
por ello menos bellos.
Literalmente traducido como “harapos” o “piezas
de tela”, boro (ぼろ) se utiliza también para
describir prendas y utensilios del hogar que han sido parchados y
reparados una y otra vez. Una vez que se hacía la prenda, ésta se remendaba a
lo largo de la vida de su propietario, y a veces incluso por más tiempo. El
algodón era escaso en Japón, pero no la fibra de cáñamo, que se tejía en casa
para formar patrones llamativos. El algodón se tejía con la fibra de cáñamo
para que fuera térmico.
La tela del boro está tejida de manera
sofisticada por las mujeres que lo hacían. Para las familias campesinas,
cada prenda debía durar lo suficiente como para poder pasar a la siguiente
generación, y el uso diario implicaba arreglarlo constantemente. Cada tela es
única, ya que cada mujer hacía su propio diseño o patrón.
El boro nace de la concepción del mottainai,
que se refiere al aprovechamiento de las cosas mientras sean útiles. Su
atractivo no radica solamente en el colorido azul o su aspecto
harapiento, o en la ecología de esta prenda. Esta ropa se teje y
remienda por generaciones, por lo que tienen una larga historia. El boro describe
perfectamente la situación de muchas familias en el periodo feudal.
En las casas rurales, la familia completa solía
dormir en un solo futon. Incluso había prendas como el donja
que eran extremadamente grandes, pues eran utilizados para que toda la
familia se abrigara con este abrigo. Así, estando todos juntos podían
sobrevivir a los inviernos fríos.
El bodoko, traducido como “tela de
vida” es otro ejemplo. Usualmente era utilizado como una frazada, aunque
también se podía utilizar al momento de dar a luz. Las mujeres se sujetaban a
cuerdas atadas al techo y se inclinaban sobre el bodoko. Lo primero con
lo que entraba en contacto el bebé eran capas de tela utilizadas por sus ancestros.
Hoy en día el boro
es apreciado como una artesanía, y se ha vuelto objeto de colección.
También ha llamado la atención el principio de aprovechar todo y no
desperdiciar nada, un concepto que hoy por hoy va adquiriendo importancia.
Kintsukuroi
Otra forma en
la que aplican esta filosofía del mottainai
es a través del arte del kintsukuroi. La palabra kintsukuro (金繕い) es una forma de
arte que consiste en reparar cerámica.
A pesar de que en occidente la cerámica que se rompe se considera un desecho, o
incluso la cerámica que se repara se considera fea, en Japón tiene un valor
especial.
Un
objeto hecho a mano, como un tazón
o una taza se aprecian por el
cuidado que el orfebre le puso para darle un propósito. Al romperse un objeto y
repararlo, los japoneses consideran que se realza el valor del objeto a un
nuevo nivel de apreciación. Este arte de reparar cerámica data del siglo
XVI. La historia habla de un terrateniente al que le fue entregado un
bello tazón que sería utilizado para una ceremonia de té. Alguien dejó caer por
accidente el tazón, que se rompió en cinco
piezas. Uno de los invitados improvisó un poema en el que hablaba del
nombre de quien dio el tazón, el estilo de este y las cinco piezas, provocando
las risas de los demás invitados y evitando que el terrateniente se enojara.
En
lugar de considerarse que se pierde el valor, al reparar la cerámica se crea
una sensación de una nueva
vitalidad. Dicho de otra forma, el tazón se vuelve más bello después de haber sido roto y reparado.
Dicho de otra manera, la prueba de la
fragilidad de estos objetos y de su capacidad de recuperarse son lo
que los hace bellos.
Aunque
la palabra kin (金) se utiliza
para referirse a los metales en general, usualmente se utiliza laca de polvo de
plata o de oro, de manera que se
“parchan” las fisuras con metal. Es por eso que también se utilizan otras
expresiones como kinnaoshi (金直し) o ginnaoshi
(銀直し)
cuando se refieren específicamente a la reparación con oro o plata,
respectivamente.