INTELIGENCIA SIN PALABRAS
Por: Gabriel Zaid
Cortesía Víctor Castillo
La inteligencia que
conversa maravillosamente hace olvidar la inteligencia muda. La vista, el oído,
el tacto, el gusto y el olfato entienden muchas cosas sin palabras ni interlocutor.
Es una inteligencia íntima, incomunicable en el acto mismo de entender, aunque
después sea tema de conversación.
Sabio consejo de un
entrenador de box (al poeta Julio Hubard): No pienses. Razonar toma tiempo, por
poco que sea. Te distrae de la realidad inmediata. Y en esa fracción de segundo
te pueden noquear.
Hay una tradición
milenaria que recomienda lo contrario: la previsión, el cálculo, el ponderar
los pros y los contras. Actuar sin pensar se considera peligroso, inferior.
Aristóteles llevó esa tradición al análisis de la inteligencia práctica y la
deliberación (Ética nicomaquea). San Ignacio inventó un método para tomar
buenas decisiones y llevar el control de su cumplimiento (Ejercicios
espirituales). Pascal introdujo el cálculo de probabilidades como criterio para
tomar una decisión (Pensamientos).
En el siglo XX, las
ideas de estos precursores fueron convertidas en una disciplina amplísima que
cubre desde el análisis matemático hasta las prácticas recomendables para
decidir, cumplir y evaluar los resultados. Herbert A. Simon hizo en 1955 la
apología y la crítica de esta “nueva ciencia”: las matemáticas pueden ser tan
complejas y la información necesaria tan costosa que lo racional es proceder
con una decisión satisfactoria, aunque no sea la óptima (The new science of
management decision).
En este contexto, se entiende un bestseller de
Malcolm Gladwell, Blink: The power of thinking without thinking. Empieza con un ejemplo contundente. El Museo Getty exhibe un kurós: una
estatua griega arcaica que representa a un joven desnudo, de pie, con los
brazos a los costados y el pie izquierdo adelantado, en una posición hierática
que recuerda el arte egipcio. Lo compró en siete millones de dólares porque
sólo hay una docena de kurós tan completos (pueden verse en Google Imágenes).
Naturalmente, encargó estudios que duraron más de un año, antes de tomar tamaña
decisión. Y, sin embargo, un conocedor y luego otro y otro dudaron al primer
vistazo, sin ser capaces de explicar por qué. Se organizó un coloquio internacional
para discutirlo, y las opiniones se dividieron. Actualmente se exhibe con un
rótulo indeciso: “Greek, about 530 bc or modern forgery” (Griego, alrededor 530 A . de. C. o falsificación
contemporánea).
El verdadero tema
de Gladwell es la misteriosa capacidad de acertar de golpe, sin pensar y sin
argumentos. Añade numerosos ejemplos de muy distintos órdenes. Pudo haber
incluido el consejo del entrenador de box. Un buen golpe no se puede analizar,
verbalizar, programar, ejecutar y controlar con la ciencia de Aristóteles, la
sabiduría de San Ignacio, las matemáticas de Pascal o la nueva ciencia
administrativa del decision making. No hay tiempo.
Quizá la
subestimación de la inteligencia sin palabras venga de subestimar a los
animales. Aunque hay una tradición que los admira y hasta les atribuye
capacidad de razonar, como en las fábulas de Esopo o el Coloquio de los perros
de Cervantes, hay otra que niega su inteligencia, o se empeña en distinguirla
de la “verdadera”, que es la humana.
Los animales que
observan con atención y exploran con curiosidad, que se coordinan para el vuelo
o el ataque, que usan palos y piedras para lograr sus propósitos, que engañan
intencionadamente, que avisan de peligros o lugares atractivos; que hablan con
palabras humanas... parecen inteligentes, pero no lo son: los loros hablan sin
saber lo que dicen.
Para confirmar la
diferencia, se acumulan distingos: El hombre es el único animal que razona, el
hombre es el único animal que ríe, etcétera. Se atribuye a Mark Twain una burla
sobre esta obsesión de superioridad: “El hombre es el único animal que come sin
tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir”.
El autónimo de
muchas tribus (el nombre que se dan a sí mismas en su lengua: los inuit, los
maidu, los qomlik, los tlingit) es la misma palabra que usan para decir ‘seres
humanos’. Puede ser etnocentrismo (no ver a las otras tribus como realmente
humanas); semejante al de los griegos, que llamaban bárbaros (es decir:
‘balbucientes’) a todos los pueblos que no hablaban griego. Pero es quizá
antropocentrismo: distinguirse de los animales.
En todo caso, la
inteligencia sin palabras parece menos inteligente o racional. Es un prejuicio
milenario que ignora la refinada inteligencia de muchas formas de entender sin
palabras, por ejemplo: al pintar un cuadro o contemplarlo; al componer música,
interpretarla o escucharla; al catar un vino.
Un buen ejemplo son
las observaciones de Daniel Barenboim a jóvenes pianistas que interpretan
sonatas de Beethoven (Barenboim on Beethoven: Masterclasses, dos devedés de emi
Classics). Dice cosas de mucho interés para escuchar mejor un fragmento que se
repite bajo observación; pero sus palabras no siempre logran comunicar la
observación. A veces tiene que tocar para hacerse entender; primero, imitando
la deficiencia que señala, y luego haciendo el cambio que sugiere. La
inteligencia musical tiene refinamientos que pueden apreciarse con el oído,
pero no siempre pueden describirse verbalmente.
Los diccionarios de
la lengua mejoran con dibujos o fotos, porque muchas cosas se entienden mejor
mostradas que descritas con palabras. Hay incluso diccionarios puramente
visuales que no sólo tienen esa ventaja, sino que permiten la búsqueda inversa,
por ejemplo: saber cómo se llama tal parte de un automóvil. Hay uno gratis en
línea (//visual.merriam-webster.com), y abundan los bilingües, como el
excelente Oxford-Duden pictorial Spanish and English dictionary.
No hay soluciones
semejantes para las cosas musicales, táctiles, gustativas, olfativas. Sería de
gran utilidad un devedé que ilustrara musicalmente el significado de muchos
términos. Que mostrara, no sólo los instrumentos musicales y sus partes, con
sus nombres en diversos idiomas, sino que permitiera escucharlos separadamente
y contrastarlos. Que, tocando versiones comparables de un mismo fragmento,
permitiera escuchar la diferencia entre una composición escrita en clave de sol
o en clave de fa; entre una interpretación lenta o rápida, con mucho o poco
pedal, con rubato o sin rubato. Y así también qué es el timbre, la fuga, la
tesitura.
Abundan los
ejemplos de inteligencia sin palabras en la vida cotidiana:
-Cuando se busca a tientas algo que no se ve, el tacto sabe reconocer, por ejemplo: el apagador de la luz.
-Observando partes
de un rompecabezas, no hace falta razonar con palabras para ver dónde van o no
van.
-Bastan unos
cuantos compases para saber lo que sigue de una pieza musical, aunque no se
recuerde el título.
-Frenar
oportunamente para no chocar es un acto reflejo, pero inteligente, que no da
tiempo para hacer un análisis previo de los actos.
-En el fútbol
americano, hay jugadas planeadas y explicadas a los participantes, pero también
improvisaciones que aciertan sin plan previo y sin palabras.
-Muchos actos
heroicos se hacen sin pensar y luego sorprenden al mismo que los hizo.
-La madre entiende
lo que quiere un niño que no habla.
-Todavía no se sabe
exactamente cómo se reconoce de quién es una cara, y los programas de
computación que lo intentan son complicados y requieren grandes bases de datos;
a diferencia de una persona que reconoce a otra inmediatamente.
-La misma persona
no sabría fácilmente describir esa cara conocida con palabras, ni siquiera
apoyándose en los recursos para construir un retrato hablado.
-Tampoco es fácil
describir por teléfono un cuadro abstracto.
- Ni explicar a qué
sabe un platillo exótico a quien nunca lo ha probado.
Así como se habla
de inteligencia artificial y de edificios inteligentes, puede hablarse de
inteligencia sin palabras en general, pero conviene distinguir tipos de
contacto:
1. Inteligencia
puramente física. Sensores fotoeléctricos, piezoeléctricos, químicos,
electromagnéticos. Cosas que se entienden entre sí: el agua con el vaso, los
clavos con el imán, la veleta con el viento, la llave con la cerradura, la bola
con el hueco de la ruleta. Partículas, sustancias o cuerpos que responden a
cuerpos o campos cambiando de lugar, de velocidad, de forma, de temperatura, de
presión, de voltaje; o resistiendo, disolviéndose, desintegrándose.
2. Inteligencia
vegetativa. Adaptaciones automáticas de la vida al medio. Los girasoles siguen
la posición del sol a lo largo del día. Las pupilas se dilatan cuando reciben
menos luz.
Las defensas salen
al encuentro de virus y bacterias, los reconocen y los destruyen.
3. Inteligencia
sensorial. Contactos sentidos. Los ojos (los oídos, las manos, la lengua, las
narices) reciben estímulos, los retienen (grabando imágenes efímeras o
permanentes de la experiencia sensorial), los comparan con imágenes previas que
están en la memoria y los interpretan.
El tacto se
concentra en las yemas de los dedos, pero toda la piel puede sentir calor o
frío, presión o vacío, formas y texturas, piquetes, acidez, quemaduras. El
medio interno también puede sentirse: hambre, sed, palpitaciones. Las
diferencias y los matices, el placer y el dolor de las sensaciones en este tipo
de inteligencia corresponden a un solo sentido que las identifica, las
diferencia por contraste y mide su intensidad.
4. Intelección con
todo el cuerpo, integrando dos o más sentidos para identificar algo, situarlo
en su contexto y resolver problemas del medio externo (por ejemplo, evitar un
golpe), interno (por ejemplo, guardar el equilibrio) o ambos (por ejemplo,
marchar, bailar o aplaudir con ritmo). Implica interpretaciones y respuestas
instantáneas, no reflexivas y esencialmente mudas, aunque pueden incluir
gritos, gemidos o interjecciones.
5. Lectura de
signos naturales, no simbólicos ni verbales. Presagios de lluvia. Presagios de
un desmayo. Sonrisas. Caras de disgusto o de pánico. Señales de inteligencia.
Un entrenador de
budismo Zen aconseja (con palabras desconcertantes o con actos inusitados que
parecen no venir al caso) salir de la película del fantaseo mental y sus
razonamientos, abrir los ojos a la realidad y entender directamente las nubes
que avanzan lentamente, los álamos que menea el aire.
No pienses. Mira la
eternidad en la que estamos sumergidos.
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