lunes, 28 de octubre de 2019

Ceder, adherir, seguir




Ceder, adherir, seguir
Por Víctor Becerril Montekio.
Tomado del texto: antecedentes filosóficos de las prácticas de combate.






Contrariamente a lo que suele pensarse de las artes marciales, el objetivo más profundo consiste en enseñar a sus practicantes a no pelear.


La sabiduría de los antiguos taoístas se expresa en el hecho de haber ideado un método para enfrentar las situaciones más extremas con la actitud que ellos consideraban acertada: aliarse serenamente al flujo imparable de los procesos de cambio ocurridos dentro y fuera de nosotros, lo cual se logra al aplicar los tres principios: ceder, adherir, seguir.


Ceder. Impugnaron el tipo de lucha que se opone a aceptar los procesos del cambio y que suele expresarse así: “si tú quieres golpear, yo te impido golpear; si pretendes empujar, te impido empujar; si deseas jalar, te impido jalar”. En contraste con esta forma de pensar, los taoístas formularon un principio básico de combate: ceder.
Ceder no significa dejarse vencer. Si alguien quiere golpear, se trata de dejarlo golpear sin ofrecer nuestro rostro para que sea golpeado; si pretende patear, permitirle que lo haga sin permitirle que la patada llegue a nuestro cuerpo; si intenta jalar, consentir que lo haga llevando la delantera en el impulso. Se trata de saber colocarse en el espacio-tiempo a modo de evitar el choque violento de fuerzas, exactamente como lo hace el torero ante la embestida de un animal de media tonelada.


Adherir. Una vez evitado el choque de fuerzas, la siguiente tarea consiste en adherir. Esto equivale a un contacto suave con el movimiento del adversario y aliarse con él para poder utilizar tanto su fuerza como la nuestra. No sólo no hay oposición al intento de golpear, sino que uno mismo se una o adhiere a ella sin perder el contacto.


Seguir. Gracias a que, al ceder al ataque, uno ha podido adherirse a la trayectoria del mismo y mantenerse pegado a ella, entonces es posible seguir esa trayectoria y llevarla hasta su inevitable fin, venciendo así sin haber opuesto ninguna resistencia.


Cuando las condiciones lo permiten, un auténtico artista marcial se limita a hacer lo descrito: cede ante el ataque, se adhiere a su movimiento y sigue su trayectoria hasta llevarla a su fin. Con esto tal vez logre convencer al atacante de la futilidad de su intento; o, al menos, poner pies en polvorosa, para evitar lastimar o lastimarse inútilmente. En otras circunstancias, neutralizaría al atacante, al transformar la fuerza, la trayectoria y la intención de su movimiento en un contraataque.


lunes, 21 de octubre de 2019

Etiqueta y disciplina


Etiqueta y disciplina
Tomado del libro Aikido, etiqueta y transmisión. Nobuyoshi Tamura






En Japón, decimos que el principio y el fin del budo están el rei. Los instintos combativos y agresivos se exacerban si se dejan libres durante la práctica del combate.

Para dirigir una tropa animada por estos instintos agresivos sin que ésta tienda a la desintegración han resultado ser necesarias unas reglas. La etiqueta y la disciplina, probablemente nacidas a partir de esta necesidad, permiten el funcionamiento armonioso de esas reglas. El combate desprovisto de reglas y ética procede del mundo animal, y no procede en cambio del budo.

El bugei (las técnicas de la guerra) y bujutsu no son más que los medios de la guerra.

Rei se traduce simplemente por el saludo.

Sin embargo, rei engloba las nociones de educación, cortesía, jerarquía, respeto, gratitud. Reigi (la etiqueta) es la expresión del respeto mutuo en el interior de una sociedad. También se puede entender como el medio para conocer la propia posición frente al otro.

El carácter rei se compone de dos elementos: shimesu y yutaka.

Shimesu: el espíritu divino descendido para habitar el altar.
Yutaka: la montaña y el cuenco de ofrenda de madera que contiene el alimento: dos espigas de arroz, el recipiente desbordado de alimento, la abundancia. Estos dos elementos reunidos transmiten la idea de un altar provisto de ofrendas, alimentos, ante el que se espera el descenso de lo divino…la celebración.

Gi: el hombre y el orden. Designa lo que es el orden y constituye un modelo. Reigi, por lo tanto, en el origen, es lo que gobierna la celebración de lo sagrado. Es posible que este sentido luego se haya extendido a las relaciones humanas cuando hizo falta instaurar el ceremonial que dirigiera las relaciones jerárquicas entre los hombres.

O Sensei no cesaba de repetir: “El Aikido existe para dar su justo lugar a las plantas, los árboles, los pájaros, los mamíferos, los peces, los insectos, hasta el menor mosquito”.

Conocer su justo sitio es para todo ser conocerse a sí mismo. En realidad, conocerse uno mismo es conocer la misión asignada por el cielo. Cumplir la misión del cielo es ajustarse al orden del universo: no hay lugar para la indecisión ni para la oposición, es la verdadera paz.

Que el orden convierta este orden cósmico en modelo de la estructura de la sociedad humana y que lo convierta en el principio del más mínimo de sus actos es lo que llamamos reigizaho. Mediante el respeto de esta regla, el hombre puede elevarse. Existe una jerarquía natural en la familia: abuelo, abuela, padre, madre, hijos, nietos, hijo mayor, hijo menor. Para un funcionamiento correcto, la organización militar exige la jerarquía de los grados: general, coronel, comandante, etc.

Lo mismo ocurre en las iglesias: papa, patriarca, cardenal, obispo…Y por supuesto en el budo: maestro, discípulo, sempai, kohai, dohai -*la noción de sempai-kohai-dohai se refiere a la fecha de comienzo, al primer paso realizado en una disciplina y no al grado. Dohai se aplica a los que han comenzado la práctica al mismo tiempo-; altos grados, principiantes, mayores y jóvenes. Todas las relaciones funcionan a la vez. La etiqueta consiste en determinar, en cada caso, el equilibrio justo. Para conservar este orden, hay que observar la cortesía hacia el maestro, la actitud correcta hacia los sempai, la etiqueta justa hacia los kohai y dohai.

Creo que el cumplimiento de estas reglas es la condición para el equilibrio y la supervivencia de las sociedades de las que acabamos de hablar. Antes hemos mencionado la exacerbación de los instintos combativos y agresivos por la práctica del bujutsu (no olvidemos que estos instintos están desprovistos de cualquier connotación moral: existen, son necesarios para la supervivencia de la humanidad y nada más). No obstante, si estos instintos se escapan de todo control y la violencia invade todos los actos, se comienza a tomarla con los débiles, a despreciarlos o, se arrastra uno ante el más fuerte aunque se le odie.

Cuando los actos están regidos por la etiqueta se crea un espacio que permite vencer las emociones con soltura. La etiqueta sirve para controlar el “yo” que querría entregarse a los instintos animales para orientar la energía y utilizarla en un sentido positivo.

En la religión, gracias a la repetición constante de rituales complejos que han sido transmitidos de generación en generación, las emociones se ponen bajo control de forma natural y el sentimiento religioso se desarrolla. Esto no sólo es perceptible para el creyente, sino también para el observador. Un movimiento ejecutado según una etiqueta rigurosa fortalece la estabilidad del espíritu y pone bajo control la agresividad, estableciendo la calma. En el mundo del budo ocurre lo mismo que se produce en el dojo.  La eficacia que se desprende de forma natural de esa etiqueta es perceptible tanto para el practicante como para el observador. Al mismo tiempo, éstos se ven impregnados del ambiente transmitido por la tradición. Debemos entregarnos, pues, sin moderación a la práctica para poner bajo control las emociones menos deseables respecto al budo: el miedo, la confusión, el menosprecio a los demás, exacerbar el propio ego, y hay que progresar en lo físico y en lo espiritual. Aquellos que sobrevivieron después de haberse aventurado a las fronteras de la vida y la muerte no tenían a su disposición una buena técnica, sino que tenían sobre todo, un juicio lúcido de las situaciones, que era posible debido a la calma, la serenidad y la sangre fría que le habita. Esto es lo que permite pasar a la acción con la determinación necesaria. Esta actitud se sitúa por completo en las antípodas de las bravatas del matamoros y de su excesiva excitación emocional. Sin duda, progresar, hacerse “fuerte”, consiste en desarrollar esta calma y esta determinación interior, mucho más que adquirir una técnica.

En la medida en que somos humanos , ¿no deberíamos desear vivir en un mundo que quiere a sus hijos?. Para construir una sociedad sobre la base del respeto mutuo, ¿qué dirían ustedes sobre volver a hacer surgir esa etiqueta que algunos han querido desechar como un viejo mueble inútil que, sin embargo, es parte de la herencia común de la humanidad?.

Tomemos por ejemplo el simple hecho de colocar bien los zapatos, que nos enseña a clasificar y ordenar y nos hace sentir la satisfacción que resulta de ello y la importancia de este estado de ánimo. Realizar una acción de forma esmerada significa preparar unas condiciones favorables para la siguiente realización de la siguiente acción y, por la misma razón, significa practica el budo.

El mundo de rei no sólo persigue la obtención de una satisfacción personal, también incluye la satisfacción que sienten los demás. El desarrollo de la conciencia estética crea la necesidad de ordenar incluso los zapatos de los demás si no están en su sitio justo.
Si el espíritu de gratitud hacia un kohai se expresa por el sólo pensamiento de “Gracias por haberme permitido trabajar bien hoy”, el kohai será feliz, lo mismo que estará contento el sempai si se le agradece su enseñanza. La etiqueta, como cualquier cosa, debe salir de dentro de uno mismo, es decir, que es necesario que la idea de la etiqueta impregne cada gesto. Resulta grotesco tener que decir “respéteme porque soy su sempai”, “póngame en un pedestal porque soy su maestro”. El respeto hacia el sempai no debe ser provocado, el kohai ha de tener ganas, de forma totalmente natural, de respetar al sempai. El sempai, a su vez cuida del kohai porque éste ocupa su lugar y por ello merece que se le cuide. El otro percibe de forma natural cuándo la etiqueta está impregnada por el espíritu de la gratitud, el respeto, el reconocimiento.

De ahí que la etiqueta riga las relaciones mutuas. La jerarquía se establece de forma natural cuando se respeta la etiqueta. Es necesario que la etiqueta sea la expresión de humanidad del corazón. No basta con someterse a la forma. Si el corazón no está habitado por el respeto, la forma no será más que una cáscara sin alma. Hay que respetar la personalidad del otro. Los actos de acuerdo con las reglas de la etiqueta engendran un corazón puro y una actitud noble. Me inclino a pensar que este sentido de la compasión está simplemente ligado a la armonía y la paz.

Debemos grabar esto en el espíritu de uno mismo para transmitir la etiqueta y la disciplina.

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