jueves, 12 de abril de 2018

El Aikido y las emociones


El Aikido y las emociones

Autor:  Jordi J. Serra, Ki Dojo Catalunya

 

 

Las técnicas de Aikido están diseñadas para ir generando en el aikidoka un estado de ecuanimidad, calma y valor. Esas son las cualidades y los resultados terapéuticos que surgen cuando nos desembarazamos del miedo, la rabia y el desaliento. Los elementos que a ello cooperan son, además de las técnicas en sí, determinados sistemas de respiración, visualización y determinadas configuraciones corporales.

El Aikido honra la eficacia marcial y también la dimensión estética de la vida. La salsa del Aikido es su aparente inocuidad, su ausencia de esfuerzos atléticos titánicos, su fluidez. El chimichurri no es el asado, pero el asado sin él se limita y se agosta. Se dice que el gran triunfo del diablo es que todos crean que no existe. El del Aikido es que no parezca un arte marcial al uso (pero sobre esto sería mejor hablar con los antidisturbios de Tokyo).

El trabajo de ki nos demuestra incontestablemente cómo lo mental influye directamente en lo corporal. ¡Cuanta más influencia tendrá en lo emocional, que es un terreno más próximo! Solo con la postura y la respiración, la emoción cambia y el carácter se asienta. Si a esto le añadimos la potencia enorme que confiere el estado de “relajación viva”, que es cuando aprendemos a no tener zonas vacías de mente en nuestro cuerpo, el resultado es el aumento y consolidación de una confianza básica que es lo que nos permite guiar las situaciones y resolver los conflictos pacíficamente.

Por ejemplo, cuando en Aikido se inmoviliza al agresor no se le provoca dolor, sino que se crea una situación en la que si no se mueve no siente dolor y solo, si se mueve sí lo siente. Así se abre un espacio mental terapéutico que es imposible de abrir cuando al cerebro le llega un estímulo doloroso continuo (como vemos en las estrangulaciones y luxaciones de los deportes de combate).

Todo en el Aikido está enfocado a lograr que disminuya el nivel de agresividad, a expresar la mente, a calmar las emociones y a resolver terapéuticamente los conflictos sin víctimas ni verdugos.

Salir de la dualidad

El Aikido nos coloca en una situación en que el dualismo excluyente, tan característico de nuestra sociedad,  no nos funciona. Ganar o perder; resistir o ceder; o todo o nada; conmigo o contra mí; siempre o nunca; fuerte o débil, etc. Este tipo de mentalidad es lo primero que la propia práctica lleva a abandonar. Como arte de la no resistencia, de la adaptabilidad y de la fluidez, es sobre todo un arte del realismo, un arte del peligro, un arte de la vida. Solo se puede abordar el peligro con posibilidades de éxito desde el máximo realismo, lo cual nos lleva a reconocer la inmensa complejidad de la realidad con su infinita gradación de matices y su incesante cambiar. Cuando nuestra mente se encierra en categorías excluyentes nos engaña buscando la seguridad de lo conocido.

El Aikido, pues, nos coloca frente a conflictos que al ser corporales son mucho menos susceptibles de autoengaño. O me han pegado un puñetazo en la cara o no me lo han pegado. O he proyectado a mi compañero al suelo o no lo he logrado. O mi cuerpo está centrado y equilibrado o estoy desequilibrado y trastabillando. O el brazo se dobla o no se dobla. Lo físico puede ser comprobado por una tercera persona, no depende de mí subjetividad.

Por otra parte, de esos conflictos ni queremos salir derrotados ni queremos una victoria a costa de la derrota del otro. Queremos que ambos obtengamos algo de la situación. Lo que quiero para mí lo quiero para el otro, y lo que no quiero para mí tampoco lo quiero para él.

Por consiguiente, si soy capaz de proyectar a mi atacante sin que éste reciba daño, yo obtengo mi libertad de acción, refuerzo mi convencimiento de que una salida pacífica es posible y no colaboro a que haya más violencia en el mundo. Me sano en la misma proporción que me alejo de la violencia. Lo que él obtiene es su integridad física y la sustitución de su ira por un estado mental no dañino ni para sí mismo ni para los demás y quizás vislumbre otra manera de resolver las cosas.

Así pues, cuando el aprendizaje del Aikido nos ha hecho pasar por miles de situaciones de enfrentamiento corporal y las hemos resuelto de acuerdo con la no resistencia, ni cediendo ni resistiendo sino guiando, y utilizando mente y cuerpo para cambiar la mente del agresor, protegernos de su ataque físico y nos ha funcionado, entonces es cuando nuestro cerebro realmente empieza a creer en la no dualidad y a asumirla como vía de resolución de todo tipo de conflictos, una vía terapéutica marcial.

En el Aikido, el Dojo se convierte en un laboratorio de pruebas donde observar nuestro funcionamiento corporal, emocional y mental y donde ensayar soluciones creativas, eficaces y pacíficas en un entorno protegido y seguro. La mentalidad así construida es la que nos va ayudar a solventar nuestros conflictos en todos los ámbitos de manera constructiva y eficaz.

 

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