El Aikido y las emociones
Autor: Jordi J. Serra, Ki Dojo Catalunya
Las técnicas
de Aikido están diseñadas para ir generando en el aikidoka un estado de
ecuanimidad, calma y valor. Esas son las cualidades y los resultados
terapéuticos que surgen cuando nos desembarazamos del miedo, la rabia y el
desaliento. Los elementos que a ello cooperan son, además de las técnicas en
sí, determinados sistemas de respiración, visualización y determinadas
configuraciones corporales.
El
Aikido honra la eficacia marcial y también la dimensión estética de la vida. La
salsa del Aikido es su aparente inocuidad, su ausencia de esfuerzos atléticos
titánicos, su fluidez. El chimichurri no es el asado, pero el asado sin él se
limita y se agosta. Se dice que el gran triunfo del diablo es que todos crean
que no existe. El del Aikido es que no parezca un arte marcial al uso (pero sobre
esto sería mejor hablar con los antidisturbios de Tokyo).
El
trabajo de ki nos demuestra incontestablemente cómo lo mental influye
directamente en lo corporal. ¡Cuanta más influencia tendrá en lo emocional, que
es un terreno más próximo! Solo con la postura y la respiración, la emoción
cambia y el carácter se asienta. Si a esto le añadimos la potencia enorme que
confiere el estado de “relajación viva”, que es cuando aprendemos a no tener
zonas vacías de mente en nuestro cuerpo, el resultado es el aumento y
consolidación de una confianza básica que es lo que nos permite guiar las
situaciones y resolver los conflictos pacíficamente.
Por
ejemplo, cuando en Aikido se inmoviliza al agresor no se le provoca dolor, sino
que se crea una situación en la que si no se mueve no siente dolor y solo, si
se mueve sí lo siente. Así se abre un espacio mental terapéutico que es
imposible de abrir cuando al cerebro le llega un estímulo doloroso continuo (como
vemos en las estrangulaciones y luxaciones de los deportes de combate).
Todo en
el Aikido está enfocado a lograr que disminuya el nivel de agresividad, a
expresar la mente, a calmar las emociones y a resolver terapéuticamente los
conflictos sin víctimas ni verdugos.
Salir de la dualidad
El
Aikido nos coloca en una situación en que el dualismo excluyente, tan
característico de nuestra sociedad, no
nos funciona. Ganar o perder; resistir o ceder; o todo o nada; conmigo o contra
mí; siempre o nunca; fuerte o débil, etc. Este tipo de mentalidad es lo primero
que la propia práctica lleva a abandonar. Como arte de la no resistencia, de la
adaptabilidad y de la fluidez, es sobre todo un arte del realismo, un arte del
peligro, un arte de la vida. Solo se puede abordar el peligro con posibilidades
de éxito desde el máximo realismo, lo cual nos lleva a reconocer la inmensa
complejidad de la realidad con su infinita gradación de matices y su incesante
cambiar. Cuando nuestra mente se encierra en categorías excluyentes nos engaña
buscando la seguridad de lo conocido.
El
Aikido, pues, nos coloca frente a conflictos que al ser corporales son mucho
menos susceptibles de autoengaño. O me han pegado un puñetazo en la cara o no
me lo han pegado. O he proyectado a mi compañero al suelo o no lo he logrado. O
mi cuerpo está centrado y equilibrado o estoy desequilibrado y trastabillando.
O el brazo se dobla o no se dobla. Lo físico puede ser comprobado por una
tercera persona, no depende de mí subjetividad.
Por otra
parte, de esos conflictos ni queremos salir derrotados ni queremos una victoria
a costa de la derrota del otro. Queremos que ambos obtengamos algo de la
situación. Lo que quiero para mí lo quiero para el otro, y lo que no quiero
para mí tampoco lo quiero para él.
Por
consiguiente, si soy capaz de proyectar a mi atacante sin que éste reciba daño,
yo obtengo mi libertad de acción, refuerzo mi convencimiento de que una salida
pacífica es posible y no colaboro a que haya más violencia en el mundo. Me sano
en la misma proporción que me alejo de la violencia. Lo que él obtiene es su
integridad física y la sustitución de su ira por un estado mental no dañino ni
para sí mismo ni para los demás y quizás vislumbre otra manera de resolver las
cosas.
Así
pues, cuando el aprendizaje del Aikido nos ha hecho pasar por miles de
situaciones de enfrentamiento corporal y las hemos resuelto de acuerdo con la
no resistencia, ni cediendo ni resistiendo sino guiando, y utilizando mente y
cuerpo para cambiar la mente del agresor, protegernos de su ataque físico y nos
ha funcionado, entonces es cuando nuestro cerebro realmente empieza a creer en
la no dualidad y a asumirla como vía de resolución de todo tipo de conflictos,
una vía terapéutica marcial.
En el
Aikido, el Dojo
se convierte en un laboratorio de pruebas donde observar nuestro funcionamiento
corporal, emocional y mental y donde ensayar soluciones creativas, eficaces y
pacíficas en un entorno protegido y seguro. La mentalidad así construida es la
que nos va ayudar a solventar nuestros conflictos en todos los ámbitos de
manera constructiva y eficaz.
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