miércoles, 13 de abril de 2016

Algunas historias Zen


Algunas historias Zen

Antiguas Leyendas Zen

 


 

El valor de las cosas.

Esta es una historia que nos enseña que el verdadero valor de las cosas solo puede ser apreciado por un experto.

 "Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"

 El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E...encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

 El joven tomó el anillo y partió.

 Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

 Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

 Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

 Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

 Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

 El joven volvió a cabalgar.

 El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

 El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

 Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

 


El Discípulo y la Taza de Té

El hombre llegó a la tienda de Badwin el sabio, y le dijo: He leído mucho y he estado con muchos hombres sabios e iluminados.  Creo haber podido atesorar todo ese conocimiento que pasó por mis manos, y el que esos otros maestros dejaron en mi.  Hoy creo que sólo tú puedes enseñarme lo que sigue.  Estoy seguro de que si me aceptas como discípulo puedo completar lo que sé con lo poco o lo mucho que me falta.

El maestro Badwin le dijo:

-Siempre estoy dispuesto a compartir lo que sé. Tomemos un poco de té antes de empezar nuestra primera clase.

El maestro se puso de pie y trajo dos hermosas tazas de porcelana medio llenas de té y una jarrita de cobre, donde humeaba el aroma de una infusión deliciosa. El discípulo asió una de las tazas y el maestro cogió la tetera y empezó a inclinarla para agregar té en su taza.

El líquido no tardó en llegar al borde de la porcelana, pero el maestro pareció no notarlo.  Badwin siguió echando té en la taza, que después de desbordar y llenar el platillo que sostenía el alumno empezó a derramarse en la alfombra de la tienda.

Fue entonces cuando el discípulo se animó a llamar la atención del maestro:

-Badwin- le dijo-, no sigas echando té, la taza está llena, no cabe más té en ella.

- Me alegro de que lo notes- dijo el maestro, la taza no tiene lugar para más té. ¿Tienes tú lugar para lo que pretendes aprender conmigo? – y siguió-.  Si estás dispuesto a incorporar profundamente lo que aprendas, deberás animarte a veces a vaciar tu taza, tendrás que abandonar lo que llenaba tu mente, será necesario estar dispuesto a dejar lo conocido sin siquiera saber qué ocupará su lugar.
 
 

No Lo Sé

El Emperador, que era un budista devoto, invitó a un gran maestro de Zen al palacio para hacerle preguntas acerca del Budismo.

“¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista?”, preguntó el Emperador. “El inmenso vacío... y ni una huella de santidad”, contestó el maestro. “Si no hay santidad”, dijo el emperador, “entonces ¿quién o qué es usted?”.

“No lo sé”, contestó el maestro.
 

 
La Muchacha

Dos monjes que regresaban a su templo, llegaron a un vado donde encontraron a una hermosa muchacha que no se atrevía a cruzarlo, temerosa de mojar sus mejores ropas.

Uno de los monjes, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta el otro lado. La niña le agradeció y los dos hombres siguieron su camino.

Después de recorrer tres kilómetros el otro monje, sin poder contenerse más, exclamó, "¿Cómo pudiste hacer eso, tomar una muchacha en tus brazos? Conoces bien las Reglas...", y otras cosas por el estilo.

El monje cuestionado respondió con una sonrisa, "Debes de estar cansado, habiendo cargado con la muchacha todo este tiempo. Yo la dejé del otro lado del arroyo".
 

 
Milagros

Bankei estaba un día hablando tranquilamente a sus discípulos, cuando su discurso fue interrumpido por un Padre de otra religión. Estos creían en el poder de los milagros y decían que la salvación venía de la repetición de las palabras sagradas.

Bankei se calló y preguntó al Padre lo que quería decir. El Padre comenzó a alardear que el fundador de su religión podía quedar sentado y quieto durante meses, u dejar de respirar durante muchos días, y pasar por el fuego sin quemarse.

El Padre preguntó, "¿qué milagros puede hacer usted?".

Bankei contestó, "apenas uno, cuando estoy con hambre, como; y cuando estoy con sed, bebo".
 

 
Zapatillas

A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás, le dijo el Maestro,

”Si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra”.

 

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