Sobre los límites
infinitos y el monje Shaolin que devino un asesino en serie
Por Leonardo Garavito,
5 de junio de 2013, Grupo
El Buda Rojo Colombia. Artes marciales y meditación.
5 de junio de 2013, Grupo
El Buda Rojo Colombia. Artes marciales y meditación.
A primer vista parece sorprendente la noticia que recorre las redes sociales y los medios de comunicación: un monje Shaolin que se vuelve un asesino en serie!. A grandes rasgos se dice que es el primer occidental en recibir el reconocimiento oficial de ser un monje de Shaolin, que funda una exitosa red de gimnasios y templos en España, que se encuentran evidencias de que es un asesino en serie y que su defensa argumenta que tiene un tumor cerebral que afecta su razonamiento y comportamiento. ¿Qué pensar al respecto? ¿Cómo interpretar esta situación? ¿Hay algún aprendizaje posible en esta situación?.
Los monjes de Shaolin son reconocidos por gran parte de la comunidad global de artistas marciales, meditadores y estudiosos del budismo como símbolos vivos de la disciplina, la compasión y la capacidad de superar los límites físicos y mentales de los seres humanos. Con esta imagen en mente, es totalmente lógico sentir un cierto estremecimiento al escuchar esta triste noticia. Sin embargo, no hay que olvidar que generalizar es una trampa de la mente que borra la particularidad de cada individuo. Los monjes de Shaolin, así como los budistas en general no son más que una ilusión, no son más que un símbolo. En la práctica lo que ha existido y existe son seres humanos, hombres y mujeres, que siguiendo el ejemplo de un hombre (sin importar si es real o leyenda) el buda histórico Sakyamuni (Sidharta Gautama) intentan trascender el sufrimiento y disfrutar plenamente de esta vida efímera, de la forma más armoniosa posible con sí mismos y con el resto de la existencia.
Cada monje, cada guerrero y cada practicante del camino del conocimiento se enfrenta con una lucha personal e intima en la cual él mismo es la sombra y la luz, es la cárcel, el carcelero y la liberación, es la cura y la enfermedad. Para ilustrar este punto vale la pena recordar un viejo cuento Zen:
Estudiante: Maestro, ayúdame a encontrar la liberación.
Maestro: ¿Y quién te tiene prisionero?
Estudiante: Nadie
Maestro: ¿Por qué buscas la liberación entonces?
Entonces, ¿qué pasa con la historia del monje asesino? dos opciones (que en realidad son una) para reflexionar: la primera, el monje tiene un tumor cerebral, enloquece, pierde su conciencia y realiza actos fuera de la lógica budista y monacal que regía su vida. En este sentido, simplemente el monje realiza el destino inevitable de los seres humanos: la enfermedad y la muerte. Un tumor se apodera o deforma su voluntad y su conciencia. Es una pena, pero nada tiene que ver con el hecho de ser monje Shaolin o budista. De hecho, es algo que podría pasarle a cualquiera y de hecho le pasa a mucha gente que ve deterioradas sus facultades mentales producto de las enfermedades propias de su condición humana. Si bien toda enfermedad tiene un contenido simbólico, más allá de cualquier interpretación, la enfermedad es una realidad inescapable para todos los seres humanos. Por más maravillosos que seamos, algún día nos enfermaremos y moriremos. Aceptar esto ha sido uno de los grandes retos de todos los caminantes del camino del conocimiento. Así, este monje asesino merece plenamente nuestra compasión.
La segunda, sin importar si el moje tiene o no un tumor, es consiente de sus actos y por lo tanto del hecho de ser un asesino. Este camino es más escalofriante, sin duda, pero también ha sido estudiado por los maestros del pasado. Si mal no recuerdo Ikkyu, un maestro del Zen que vivió en el Japón del siglo XIV, decía que el camino del conocimiento está tapizado de calaveras. Estas calaveras pertenecen a todos aquellos que comenzaron con su entrenamiento pero se detuvieron ante alguna maravilla o miedo y dejaron de avanzar. Como todos, algún día mueres y así, aquellos que están dispuestos a recorrer el camino hasta sus últimos esfuerzos tienen que transitar por encima de las osamentas de todos aquellos que dejaron de avanzar, ya bien porque se paralizaron o porque se obsesionaron con el poder o el conocimiento adquirido.
Aún más detallado, en el marco del pensamiento chamánico también existe una explicación posible: en el camino del guerrero del conocimiento hay que enfrentar ciertos enemigos que eventualmente se vuelven aliados. Primero el miedo, el miedo a la inseguridad, al qué dirán, a ser incapaz, al perder, etc. El aprendiz debe entrenar y trabajar duro para aprender a enfrentar el miedo y cuando lo logra adquiere una libertad de acción sin precedentes, prácticamente nada ni nadie lo puede detener de hacer lo que desea. No obstante, sin miedo ahora debe encarar su ignorancia, pues sin dotarse de un basto conocimiento, el aprendiz sin miedo no es más que un imprudente, poniendo en riesgo su vida y la de los demás a cada momento. Vencer la ignorancia le brinda un sentido reflexivo a su valentía, le da rumbos nobles y creativos a su poder. Entonces cuando el chaman pierde el miedo y consigue conocimiento alcanza un poder por fuera de lo conocido por la mayor parte del mundo. Ahora es capaz de lograr todo lo que quiere, no por la fuerza ni por la temeridad, pues también cuenta con la inteligencia, el carisma y la astucia necesarias. Pero ahora aparece un enemigo aún mayor: el fantasma del poder absoluto, un susurro que le dice al oído lo grande y poderoso que es él y lo pequeños manejables que pueden ser otros.
Muchos guerreros quedan atrapados en cualquiera de estos pasos y su camino hacia la realización se detiene. Algunos pierden el miedo y con eso se contentan, volviéndose seres temerarios. Otros pierden el miedo y consiguen conocimiento, pero se paralizan orgullosos de si mismos, se convierten en vividores y tramposos. Por último, algunos alcanzan altas cimas del poder y son seducidos por su comodidad, se duermen en las alabanzas y reverencias que otros les ofrecen. Todos ellos dejan de recorrer el camino y finalmente un buen día la muerte les arrebata todo aquello que creían ganado y propio. Solo quedan sus huesos tapizando el camino. Y de nuevo, este monje asesino merece no menos que nuestra compasión.
A manera de conclusión, una hermosa enseñanza de un gran maestro del Zen que vivió en el Japón del siglo XIII, llamado Eihei Dogen: siempre es posible ir más allá, tanto en la cima más alta de la iluminación como en el fondo más profundo del dolor. Hermanos del camino del conocimiento no se desalienten, mantengan su paso y su mirada en alto.
Los monjes de Shaolin son reconocidos por gran parte de la comunidad global de artistas marciales, meditadores y estudiosos del budismo como símbolos vivos de la disciplina, la compasión y la capacidad de superar los límites físicos y mentales de los seres humanos. Con esta imagen en mente, es totalmente lógico sentir un cierto estremecimiento al escuchar esta triste noticia. Sin embargo, no hay que olvidar que generalizar es una trampa de la mente que borra la particularidad de cada individuo. Los monjes de Shaolin, así como los budistas en general no son más que una ilusión, no son más que un símbolo. En la práctica lo que ha existido y existe son seres humanos, hombres y mujeres, que siguiendo el ejemplo de un hombre (sin importar si es real o leyenda) el buda histórico Sakyamuni (Sidharta Gautama) intentan trascender el sufrimiento y disfrutar plenamente de esta vida efímera, de la forma más armoniosa posible con sí mismos y con el resto de la existencia.
Cada monje, cada guerrero y cada practicante del camino del conocimiento se enfrenta con una lucha personal e intima en la cual él mismo es la sombra y la luz, es la cárcel, el carcelero y la liberación, es la cura y la enfermedad. Para ilustrar este punto vale la pena recordar un viejo cuento Zen:
Estudiante: Maestro, ayúdame a encontrar la liberación.
Maestro: ¿Y quién te tiene prisionero?
Estudiante: Nadie
Maestro: ¿Por qué buscas la liberación entonces?
Entonces, ¿qué pasa con la historia del monje asesino? dos opciones (que en realidad son una) para reflexionar: la primera, el monje tiene un tumor cerebral, enloquece, pierde su conciencia y realiza actos fuera de la lógica budista y monacal que regía su vida. En este sentido, simplemente el monje realiza el destino inevitable de los seres humanos: la enfermedad y la muerte. Un tumor se apodera o deforma su voluntad y su conciencia. Es una pena, pero nada tiene que ver con el hecho de ser monje Shaolin o budista. De hecho, es algo que podría pasarle a cualquiera y de hecho le pasa a mucha gente que ve deterioradas sus facultades mentales producto de las enfermedades propias de su condición humana. Si bien toda enfermedad tiene un contenido simbólico, más allá de cualquier interpretación, la enfermedad es una realidad inescapable para todos los seres humanos. Por más maravillosos que seamos, algún día nos enfermaremos y moriremos. Aceptar esto ha sido uno de los grandes retos de todos los caminantes del camino del conocimiento. Así, este monje asesino merece plenamente nuestra compasión.
La segunda, sin importar si el moje tiene o no un tumor, es consiente de sus actos y por lo tanto del hecho de ser un asesino. Este camino es más escalofriante, sin duda, pero también ha sido estudiado por los maestros del pasado. Si mal no recuerdo Ikkyu, un maestro del Zen que vivió en el Japón del siglo XIV, decía que el camino del conocimiento está tapizado de calaveras. Estas calaveras pertenecen a todos aquellos que comenzaron con su entrenamiento pero se detuvieron ante alguna maravilla o miedo y dejaron de avanzar. Como todos, algún día mueres y así, aquellos que están dispuestos a recorrer el camino hasta sus últimos esfuerzos tienen que transitar por encima de las osamentas de todos aquellos que dejaron de avanzar, ya bien porque se paralizaron o porque se obsesionaron con el poder o el conocimiento adquirido.
Aún más detallado, en el marco del pensamiento chamánico también existe una explicación posible: en el camino del guerrero del conocimiento hay que enfrentar ciertos enemigos que eventualmente se vuelven aliados. Primero el miedo, el miedo a la inseguridad, al qué dirán, a ser incapaz, al perder, etc. El aprendiz debe entrenar y trabajar duro para aprender a enfrentar el miedo y cuando lo logra adquiere una libertad de acción sin precedentes, prácticamente nada ni nadie lo puede detener de hacer lo que desea. No obstante, sin miedo ahora debe encarar su ignorancia, pues sin dotarse de un basto conocimiento, el aprendiz sin miedo no es más que un imprudente, poniendo en riesgo su vida y la de los demás a cada momento. Vencer la ignorancia le brinda un sentido reflexivo a su valentía, le da rumbos nobles y creativos a su poder. Entonces cuando el chaman pierde el miedo y consigue conocimiento alcanza un poder por fuera de lo conocido por la mayor parte del mundo. Ahora es capaz de lograr todo lo que quiere, no por la fuerza ni por la temeridad, pues también cuenta con la inteligencia, el carisma y la astucia necesarias. Pero ahora aparece un enemigo aún mayor: el fantasma del poder absoluto, un susurro que le dice al oído lo grande y poderoso que es él y lo pequeños manejables que pueden ser otros.
Muchos guerreros quedan atrapados en cualquiera de estos pasos y su camino hacia la realización se detiene. Algunos pierden el miedo y con eso se contentan, volviéndose seres temerarios. Otros pierden el miedo y consiguen conocimiento, pero se paralizan orgullosos de si mismos, se convierten en vividores y tramposos. Por último, algunos alcanzan altas cimas del poder y son seducidos por su comodidad, se duermen en las alabanzas y reverencias que otros les ofrecen. Todos ellos dejan de recorrer el camino y finalmente un buen día la muerte les arrebata todo aquello que creían ganado y propio. Solo quedan sus huesos tapizando el camino. Y de nuevo, este monje asesino merece no menos que nuestra compasión.
A manera de conclusión, una hermosa enseñanza de un gran maestro del Zen que vivió en el Japón del siglo XIII, llamado Eihei Dogen: siempre es posible ir más allá, tanto en la cima más alta de la iluminación como en el fondo más profundo del dolor. Hermanos del camino del conocimiento no se desalienten, mantengan su paso y su mirada en alto.
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