Zen
y el Arte de los arqueros Japoneses
Por Daisetz T. Suzuki
Ipseich, Massachusetts
Mayo de 1953
Una de las
características determinantes de la práctica de la arquería, y en realidad de todas
las artes según son encaradas en el Japón, y probablemente también en otros países
del Lejano Oriente, es que no tiene un fin meramente utilitario ni se limita al
puro goce estético, sino que está destinada a adiestrar la inteligencia y a
ponerla en contacto con la realidad esencial. De ahí que el objeto de la
práctica de la arquería no consista única y exclusivamente en "dar en el
blanco"; que el esgrimista no esgrima la espada sólo para derrotar a su
antagonista, y que el bailarín no baile sólo para ejecutar ciertos movimientos
rítmicos del cuerpo. Antes que nada, la mente debe ser armonizada con lo Inconsciente.
Si se quiere
realmente ser Maestro en un arte, su conocimiento técnico no basta; es necesario
trascender el aparato de la técnica, de manera que el arte se convierta en un "arte
sin artificio", surgido del Inconsciente.
En el caso
particular de la arquería, quien acierta el blanco y el blanco mismo, dejan de ser
dos objetos antagónicos para transformarse en una sola, única realidad. El
arquero pierde conciencia de sí como persona empeñada en dar en el blanco que
tiene ante su vista; y este estado de "inconsciencia" se cumple
cuando, absolutamente vacío y libre de sí, se vuelve uno, indivisible, con el
arte de su destreza técnica, aunque haya en él algo, de un orden totalmente
diferente, que no puede ser aprehendido a través de ningún estudio progresivo
del arte.
Lo que distingue
esencialmente la doctrina Zen de todas las demás doctrinas religiosas, filosóficas
o místicas es que, al par que no trasciende jamás los límites de nuestra vida cotidiana
y pese a su concreción y pragmaticidad, posee algo que la mantiene apartada de
la sordidez y la inquietud humanas.
Llegamos así a
la relación entre la doctrina Zen y el arte de los arqueros, y otras artes afines
como la esgrima, el arreglo floral, la ceremonia del té, la danza y las bellas artes
en general.
La doctrina Zen
no es otra cosa que el "espíritu cotidiano", según la feliz expresión
de Baso (Matsu; muerto en 788) ; "espíritu cotidiano" que consiste
simplemente en "dormir cuando se está fatigado", en "comer
cuando se tiene hambre". Apenas reflexionamos, meditamos y conceptuamos,
la inconsciencia original se pierde y se interpone un pensamiento. Ya no
comemos cuando estamos comiendo ni dormimos cuando estamos durmiendo. La flecha
se desprende de la cuerda pero no se dirige rectamente hacia el blanco ni el
blanco permanece donde está.
El cálculo, que
es por naturaleza erróneo, interviene, y toda la experiencia de la arquería misma
toma el camino equivocado. La mente confusa del arquero se traiciona a sí misma
en todo sentido y en todos los planos de su actividad. El hombre es una flecha
pensante pero sus más grandes obras sólo las realiza cuando no está pensando o
calculando. La "puerilidad" debe ser recuperada a través de largos años
de adiestramiento en el arte del olvido de sí, y cuando lo logra, el hombre
piensa aunque no piense. Piensa como la lluvia que cae del cielo, como las olas
que se agitan en el océano, como las estrellas que iluminan el cielo nocturno,
como el verde follaje mecido por la suave brisa de la primavera. En realidad,
él es la lluvia, el océano, las estrellas, el follaje.
Cuando un hombre
alcanza esta etapa de desarrollo "espiritual", se convierte en un artista
Zen de la vida. No necesita, como el artista pintor, un lienzo, pinceles y
colores, ni como el arquero el arco, la flecha, el blanco y otros utensilios.
Tiene para ello sus miembros, su cuerpo, su cabeza; y su vida "Zen"
se expresa por medio de todos estos instrumentos naturales, de cardinal
importancia para su manifestación; sus manos y pies son sus pinceles y el
universo todo el lienzo donde "pintará" su vida durante setenta,
ochenta, y aun noventa años de existencia. Esta "pintura" recibe el
nombre de Historia.
Hoyen de Gosozen
(muerto en 1140) dice: "He aquí un hombre que, habiendo convertido la
vacuidad del espacio en una hoja de papel, las olas del océano en un tintero y
el monte Sumeru en un pincel, traza estos cinco caracteres: so-shi-sai-rai-i[1]. Ante
ellos, extiendo mi zagu[2] y
me inclino reverentemente".
Podríamos
preguntarnos: ¿qué significa esta extravagante declaración? ¿Por qué alguien capaz
de ejecutar esta acción debe ser considerado por ello digno del mayor respeto?
Un Maestro del Zen respondería: "Como cuando siento hambre, duermo cuanto
estoy cansado". Si siente inclinación hacia la naturaleza tal vez
conteste: "Ayer hacía buen tiempo; hoy llueve". El lector sin embargo
quizá aún no haya visto la respuesta a su pregunta: ¿Dónde está el arquero?.
[1] 1 Estos cinco
caracteres chinos, traducidos literalmente. significan: "El motivo del Primer
Patriarca para venir de Occidente". El argumento es utilizado a menudo
como un tópico de mondó (preguntas y respuestas a la manera del Zen). Es lo
mismo que inquirir sobre la esencia misma de la doctrina Zen. Una vez comprendido
esto, todo la doctrina Zen cabe en estos cinco caracteres.
[2] Zagu es una de las prendas que
lleva consigo el monje Zen.
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