Aikido o la actitud del más fuerte
Tomado de la revista: "El Budoka”
IIIª Época Nº 252 Pág.8-9
"Cortesía Howard Yanes, Zenshindojo, Caracas, VZLA"
Es habitual al escuchar la conversación entre dos practicantes novatos (y a veces no tanto) que los oídos se nos llenen de palabras y frases como “no-violencia”, “hacerlo sin fuerza”, “sólo necesitas la respiración”, etc. La actitud en sí, aunque correcta; es a veces por desgracia mal entendida.
La marcha del Aikido es paralela a nuestra vida. De esta forma desde el mismo momento en que nacemos nuestro cuerpo y espíritu sufren cambios que se reflejan en nuestros actos. Por tanto es lógico pensar que el Aikido que practiquemos tiene que estar en consonancia con nuestro momento. Aunque estéticamente distinto, la esencia del Aikido de un anciano o de un joven de 30 años debería ser la misma. Pero esta misma esencia surge de nuestro estado actual de la relación entre cuerpo y espíritu que, aunque en equilibrio tiene que ser necesariamente distinta. Así deberíamos percibir en los movimientos del joven el vigor que proporciona la edad, y en los del anciano la serenidad que da la experiencia.
Una de las definiciones de Aikido es 'la vía de la unificación de cuerpo y mente...,'. Pero para lograr este objetivo tenemos que trabajar las dos partes por igual y siempre de acuerdo con nuestro momento. Si nos decantamos más por una o por otra, el Aikido se desvirtúa. Los monjes Zen llegan a su ‘satori' a través del cuerpo, sometiéndolo a un trabajo extremo a un ayuno feroz o por cualquier otro camino que les permita ‘romper' el cuerpo. Los aikidokas hemos de seguir el mismo camino: conseguimos nuestro ‘satori' rompiendo las barreras del cuerpo y eso sólo es posible con un entrenamiento duro y tenaz. De la misma forma que sólo unas tuberías fuertes y en buen estado conseguirán canalizar el agua, sólo un cuerpo fuerte conseguirá canalizar el ki con eficacia.
El espectro de edades que comprende la práctica es amplísimo desde la niñez hasta la tercera edad pero cada uno tiene que practicar con individualidad, llegando al límite en cada clase. Una persona de 60 años no puede forzar excesivamente sus articulaciones, y un joven de 20 años debe ser capaz de llegar al límite de sus fuerzas, avergonzándose ambos si no terminan la clase cansados. El mismo O Sensei Morihei Ueshiba endureció su cuerpo ante la perspectiva de dedicarse al Budo.
No pretendo discutir en el presente artículo de las diferentes corrientes de Aikido que han ido apareciendo a lo largo de los años, pero si quisiera hacer unos breves comentarios personales sobre ellas. El Aikido es una unidad estructural, formada por un conjunto de técnicas, una importante carga espiritual, el cultivo de la personalidad, etc. En la práctica normal, estas parcelas deben ejercitarse por igual y al máximo, y siempre de acuerdo con las posibilidades de cada uno. Si por el contrario, se cae en el error de potenciar unas en detrimento de otras, se pierde la unidad. Si nos limitamos a trabajar únicamente la parte espiritual del Arte, el Aikido se conviene en un camino excesivamente filosófico, apartándonos de la realidad. De la misma manera, si nos dedicamos a coleccionar técnicas de combate, perdemos un aspecto fundamental del Aikido, su aplicación en la vida diaria será incompleta y por tanto equivocada. No quiero con estos comentarios marcar las directrices de la práctica, todo lo contrario: cada uno debe saber por qué practica, y a dónde le lleva su práctica. De esta manera las clases pueden ser extremadamente duras en lo que a la parte física se refiere, pero siempre viendo más allá de la técnica de combate.
La gente, ante todo, tiende a coger prestado únicamente lo que le interesa, dejando de lado lo demás. Esto es lo que ocurre en algunos Dojos. Toman como modelo la práctica de O Sensei Ueshiba, pero de forma equivocada: se fijan únicamente en momentos puntuales de su vida, olvidando su trabajo anterior e incluso los orígenes del Aikido, obligando a personas potencialmente vigorosas a practicar como lo haría alguien 40 años mayor. De la misma manera. Si nos dejamos llevar al otro extremo nos olvidamos del trabajo de O Sensei en la vertiente espiritual y nuestro Aikido será también incompleto.
Cuando practicamos Aikido se debe focalizar. No se puede trabajar simultáneamente la técnica y la suavidad necesaria para que fluya el ki. Es por eso que hay momentos en que es necesario practicar con mayor suavidad, enfatizando aspectos importantes que sólo la práctica continuada permite captar, pero sin olvidar en ningún momento otros aspectos como los comentados en estas líneas.
La experiencia personal me enseña a valorar en su justa medida las diferentes formas en las que se manifestar el arte. La elaboración aplicada a los movimientos practicada por un gran maestro puede servir, una vez iniciado en el Aikido, para despertar nuevos retos en nuestro camino. Pero digo forma y no fondo, porque si las formas son distintas, el fondo es el mismo. Pequeñas variaciones pueden surgir fruto de la política particular del maestro en cuanto a la práctica (una mayor sensibilidad a las lesiones por ejemplo), pero son particularidades que no son importantes si se ve más allá.
Trabajemos por tanto de una forma completa sin dejarnos llevar por una violencia excesiva o por misticismos que no nos conducen a nada, Y sobre todo hagámoslo con un gran espíritu de superación, el único camino para avanzar.
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